La larga y difícil tarea de cambiar la percepción social de la masonería en España: “Pero, esto es una secta, ¿no?”

Primero, los gestos ante las vitrinas son de curiosidad. El interés aumenta con la lectura de las cartelas que ilustran documentos, joyas o prendas de vestir. Cuando los visitantes de la exposición sobre la masonería del Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca (CDMH) acceden a la cámara que recrea una logia, se disparan las reacciones: sorpresa, estupor… e incluso miedo. Quizá fuera ese, precisamente, el efecto que los promotores de este museo antimasónico pretendían provocar en el espectador cuando surgió la idea a mediados de los años cuarenta. Nunca lo sabremos, pues la instalación no llegaría a abrir sus puertas hasta 1999, bien entrado y consolidado ya el periodo democrático. Lo que sí se puede constatar es la persecución que, sin descanso ni límites, practicó el régimen franquista contra la masonería, llegando a silenciar, encarcelar e incluso a fusilar a buena parte de los miembros de una organización gremial cuyo ideal se resume en la búsqueda del “perfeccionamiento del hombre y el progreso de la humanidad”, que tiene sus orígenes en la Edad Media, y que en España comenzó a desarrollarse desde principios del siglo XVIII, aunque su vida se ha visto, a menudo, interrumpida por la irrupción, por ejemplo, de la Guerra Civil.

Como parte de dicho hostigamiento, el bando franquista —en plena Guerra Civil— y la subsiguiente dictadura pusieron en marcha un sistema de propaganda cuyo principal objetivo fue la demonización de la organización masónica. Diferentes departamentos, creados para la incautación de documentos y enseres de grupos como los masones, convergieron en 1944 en la Delegación Nacional de Servicios Documentales. Al frente se encontraba Marcelino de Ulibarri y Eguilaz, “miembro de Falange y persona muy católica que tuvo una lucha personal contra la masonería, un empeño que acabó con la fundación de un tribunal especial para la represión de la masonería y del comunismo”, detalla Alicia Marqueta, técnica de museos en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca.

Los cientos de documentos, objetos y enseres incautados a grupos perseguidos por el régimen —utilizados para identificar a sus miembros y perseguir sus actividades— comenzaron a llegar a dicha delegación, con sede en Salamanca, donde se ponía especial atención a aquellos que pertenecían a la masonería, que acabaron recalando en una sección específica. El volumen y diversidad de estos fondos fue tal que a Ulibarri se le ocurrió poner en marcha un museo cuya pieza estrella fuera, precisamente, la recreación de una logia, esto es, una cámara de reunión de los masones; inventada, pero con objetos reales. Aquel proyecto tenía por meta “denigrar y ridiculizar a los masones” incluyendo, por ejemplo, “elementos paródicos” como el caso de “muñecos con caperuza y la calavera con ojos brillantes”, según se describe en la información que ofrece el CDMH en sus paneles explicativos. Un truco, sin duda, dentro de esa máquina de difamación que, por otro lado, sí logró el propósito de crear en España una corriente absolutamente negativa contra esta organización.

“Entender lo que era la masonería”

El proyecto terminó frustrándose. Aquella inquietante cámara nunca recibiría visitante alguno durante la dictadura franquista. Sin embargo, el valioso material —imprescindible, sin duda, para conocer el funcionamiento de las logia— se conservó almacenado hasta 1999. “A finales de los años noventa, se abre la logia, se limpia, se coloca y se pone en valor lo que iba a ser aquel museo antimasónico”, explica Alicia Marqueta, quien detalla la aportación al conjunto expositivo realizada desde el Centro Documental de la Memoria Histórica: “Desde el centro, a través de los museólogos y archiveros, lo que se ha hecho es una selección de los principales objetos de nuestros fondos, procedentes de las incautaciones del antiguo tribunal”. Una criba, en realidad, de entre miles de enseres, pues lo que se expone es solamente “una pequeña parte” del conjunto, al que se puede acceder a través de las visitas guiadas que programa la institución.

De esta forma, por la naturaleza de los fondos, la del CDMH es “una exposición única en el país”, que lleva al organismo de Salamanca a estudiantes, investigadores o productores de documentales para documentar o grabar piezas originales de la masonería. Ahora bien, si el objetivo de Ulibarri y del régimen de Franco consistía en “ridiculizar” a los masones, ¿qué se persigue en la actualidad abriendo las puertas de esta sorprendente colección? “Históricamente, los masones han sido muy relevantes, no solo en España, sino en todo el mundo; de hecho, entre el siglo XIX y durante la II República una parte de los diputados y ministros pertenecían a este tipo de grupos, que fueron represaliados durante el franquismo, aunque siguieron existiendo en la Transición”, detalla la comisaria de la muestra. “Lo que se pretende es entender qué era realmente la masonería”, añade.

Pero, ¿se ha conseguido en este cuarto de siglo? “En las visitas guiadas, a las que acude muchísima gente, entre ellos, estudiantes de ESO o Bachillerato, se puede percibir la reacción de la gente, y muchos preguntan: Pero, esto es una secta, ¿no?”, revela Marqueta. “La idea negativa que se tenía hasta hace dos días se sigue manteniendo en la actualidad”, reconoce la especialista, por lo que “es muy importante hablar de ellos como algo no tan negativo porque, aunque son grupos más o menos secretos o cerrados, tienen cierta importancia en la sociedad, por ejemplo, en la colaboración con donaciones, actividades benéficas o culturales”. Es decir, que la percepción de la masonería como algo cercano a una secta pervive, con la duda sobre la mesa de si los masones “son buenos o malos”.

La maquinaria de propaganda funcionó

Desde el Centro Documental de la Memoria Histórica trasladan la idea de que la caricatura actual en torno a la masonería —que se retrata a la perfección en esos encapuchados que presiden la cámara recreada en la exposición, que nada tienen que ver con la realidad— es producto de la potente maquinaria propagandística del régimen de Franco durante décadas. La prueba está en que, cuando son grupos de estudiantes extranjeros —procedentes de países como Francia o Estados Unidos— quienes se acercan a esta colección, la reacción es bien distinta: “Es algo que tienen muy normalizado, ellos mismos te cuentan que su padre o su abuelo son masones, y lo hacen con naturalidad”, revela Alicia Marqueta, quien ofrece una clave no poco interesante para entender la situación en nuestro país: “La diferencia con los españoles es que aquí no se habla con esa libertad, la relación es completamente directa con la propaganda franquista sobre la masonería”.

Ese estigma es, precisamente, el que oculta datos llamativos, como que en la proclamación de la II República (1931), una parte importante de los diputados fuesen masones (150) o que el Gobierno tuviese por aquellas fechas seis ministros procedentes de estos grupos, entre ellos, el que acabaría siendo el último presidente del régimen democrático: Manuel Azaña. Sin embargo, a partir de 1933 la situación se volvió completamente hostil contra los masones, por efecto de la persecución impulsada por instituciones como la propia Iglesia o partidos del momento, como Falange Española, aunque también por otros de la más diversa ideología. El resultado de la represión fue la cárcel y la muerte. Cuentan en el CDMH que existen documentos que acreditan que una persona podía ir a presidio 12 años por practicar esta corriente de pensamiento.

Sin embargo, esta persecución —el odio profesado por el mismo Franco— no se justifica en los ideales de la masonería, que cualquier ciudadano del siglo XXI (y de entonces) podía suscribir. El ideario masón habla de la defensa de los derechos humanos o del laicismo, se ha opuesto al fascismo, a las dictaduras y a la pena de muerte, ha mostrado su obsesión por la paz y su inquietud ante problemas coloniales, mientras ha sido evidente su apoyo a los sefardíes, los judíos que tuvieron que dejar la península en 1492 (1498 en Portugal). De hecho, a estos grupos pertenecieron personajes de acreditada trayectoria, como los premios Nobel de Medicina Severo Ochoa y Santiago Ramón y Cajal. Hoy, a pesar de todo, existen unos 4.000 masones en nuestro país, sobre cuya imagen histórica “queda mucho por hacer”. La técnica de Museos Alicia Marqueta propone diferentes ideas para seguir recorriendo este camino, desde cambios en la propia exposición para “que todo esté aún más claro”, a la promoción de actividades diversas que, como en 2023, permitieron a los masones mostrar los entresijos de su organización.