Resistencia, deseo, una forma de vida, una orientación sexual más, un soplo de aire en una identidad negada, una reafirmación. No hay una sola manera de ser lesbiana. Fefa, Maribel, Lucía, Tatiana y Noelia son conscientes desde su propio lugar, en el que viven su lesbianismo de formas diversas desafiando el relato que las convierte en una sola. En el Día de la Visibilidad Lésbica le dan un portazo al armario para reivindicarse como bolleras y lesbianas. Esas palabras que a muchas les costó tanto pronunciar ante un espejo.
“Creo que lo fui siempre. Mi primera experiencia sexual fue con 15 años con una amiga, pero nosotras decíamos que practicábamos para los chicos. Yo no sabía qué pasaba porque entonces ni se hablaba”, dice Tatiana Romero al otro lado del teléfono. Tiene 34 años y vive en España desde hace dos después de pasar por Berlín, donde comenzó a visibilizarse como lesbiana tras abandonar su México natal.
De dejar atrás orígenes también sabe la socióloga Fefa Vila, que con 14 años se fue del pueblo de Ourense en el que vivía con su familia, Laza, para aterrizar en Vigo y más tarde en Madrid. En la capital se dio de bruces con el feminismo, que le ayudó a “reafirmar” su sexualidad. Un tránsito que conllevó también un exilio interior: “Me ha costado volver a mi pueblo, allí me encontraba como una extraña. Es duro, sentía que no era mi lugar y es algo que continúa. De alguna manera ser lesbiana supone un extrañamiento continuo. Cuando sales de tu modus vivendi y de tu entorno de seguridad, tienes esa sensación”.
Al igual que Fefa, que hoy tiene 50 años, para Lucía también fue duro salir del armario, aunque algunas décadas después. Esta joven de 15 años reconoce la sensación de no poder nombrar qué le pasaba cuando en 6º de primaria supo que le gustaban las chicas. “Ser visible es necesario para concienciar y para acabar con la lesbofobia”, explica al tiempo que recuerda cómo cuando se cortó el pelo la insultaban llamándola bollera. “Ahora tengo la suerte de que en mi colegio hay un entorno bastante favorable”.
El precio del armario
La visibilidad ha sido para todas un paso hacia adelante, una afirmación a la que antes le sucedieron secretos, presunciones y escondites. A sus 37 años, Noelia Heredia es cantautora de flamenco y percusionista, pero además es una mujer lesbiana y gitana que ha dejado atrás la época en la que sentía que era “el patito feo y un bicho raro”, afirma. “Incluso cuando averigüé lo que pasaba, me decía a mí misma que no estaba bien, que era algo malo”.
Noelia pelea por abrirse camino en un mundo especialmente masculinizado y también por construir referentes LGTBI en el pueblo gitano porque califica de “urgente” poner sobre la mesa la diversidad de los gitanos y gitanas. “Siendo mujer gitana sufro un machismo aplastante, también lesbofobia y gitanofobia”, explica la artista, que pide para este Día de la Visibilidad Lésbica que “nuestro propio pueblo no nos castigue. No dejamos de ser gitanas por ser LGTBI”.
“Si no eres visible, no existes y si no existes, no eres y si no eres, no puedes ser contada. Ser visible es existir y eso incluye la vida misma, la biografía personal y colectiva. ¿Cómo no vamos a ser visibles si implica ser lo que queremos ser? Eso es un acto de valentía en un mundo heteronormativo”, cuenta Fefa Vila con palabras de socióloga pero con el convencimiento de la que ha hecho de “lo personal es político” algo más que una consigna.
Al intentar desentrañar el precio de ese estar en el armario, Tatiana se acuerda de cuando veía a parejas de mujeres por la calle: “Las veía de la mano y lloraba sin parar, y no sabía por qué...Cuando no te reconoces y no eres visible, realmente no vives en ti, no habitas tu cuerpo ni tus deseos. Es un desgarro constante”.
Una Historia propia
Escuchar a Maribel Torregrosa evoca al “una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma”, el discurso que pronunció el personaje de La Agrado en la película Todo sobre mi madre. A sus 60 años demuestra que nadie es demasiado mayor para ser transexual después de haber iniciado su transición pasados los 50. Siempre le gustaron las mujeres, así que cuando comenzó a visibilizarse como mujer, también lo hizo como lesbiana: “Lo he sido siempre, pero no lo sabía”, bromea.
Para ella, su identidad es sinónimo de “un golpe en la mesa” para evidenciar “que estamos, existimos y no nos vamos a esconder”, sostiene mientras apunta “a un mismo frente” enemigo del feminismo y el movimiento LGTBI. “Cuando llegué al feminismo me daba miedo que no me aceptaran por ser una mujer trans, pero me he sentido acogida y las mujeres que no lo hacen son residuales”. Se refiere a los espacios feministas en los que se cuestiona la participación de las mujeres trans.
Su experiencia demuestra que no hay una manera única de ser mujer, como ser lesbiana no supone ser de una sola forma. “Somos lesbianas de muchas maneras y estamos atravesadas por circunstancias muy diferentes como la clase social, la raza, la edad...”, aclara Fefa, a la que le ha atravesado la experiencia de la maternidad también a ojos del resto. “Puedes tener el reconocimiento legal, pero no te aceptan de la misma manera porque no estás reproduciendo el orden heterosexual”.
Tatiana vive la interseccionalidad en su propia piel. “Nunca he sufrido una agresión en la que no vaya todo junto. Siempre sale la lesbofobia, el racismo, que he sufrido mucho, y el sexismo. Y es algo que no puedo separar” y recuerda alguna de esas veces: “Me han dicho y gritado 'lesbiana sudaca' o 'deberías volverte a la junta, bollera de mierda'”, dice antes de añadir que el movimiento LGTBI “debe incorporar la cuestión racial como elemento fundamental de su lucha”.
Son muchos los retos y las realidades que anhelan las cinco. Hablan del fin de la lesbofobia, de la visibilidad, de la liberación sexual –los cuartos oscuros para bolleras, dice entre risas Tatiana– o de la ruptura de las normas morales. ¿Qué queda? “Que una lesbiana sea presidenta del Gobierno”, bromea Fefa: “La construcción de referentes que desplacen el poder patriarcal, que haya lesbianas que se reconozcan como tales y que hablen. No se trata de pedir permiso para ser o para que nos acepten, es escribir nuestra propia Historia”.