Carmen tiene un bajón que no le cabe encima. El tercer trimestre del curso pasado fue un infierno en el instituto, estudiando en casa, sin ver a sus amigas y amigos de clase, con la presión de la Selectividad, preparada por cuenta propia como propina, al final del camino. Pero salvó el curso, llegó el verano, se levantó el confinamiento, salió el sol y se matriculó en el doble grado de Periodismo y Comunicación Audiovisual en la Universidad Rey Juan Carlos (URJC). En un principio, según cuenta, la universidad colgó un calendario según el cual iban a tener una semana de clases presenciales y dos a distancia. No era el ideal, pero era algo. Una etapa nueva tras “el peor curso de la historia”, con una gran carga mental. Hasta que llegó el momento de empezar.
Un día de mediados de septiembre, cuenta Carmen (nombre ficticio), durante la presentación online del curso les dijeron que el año iba a ser a distancia. Que solo irían una semana a hacer los exámenes de enero y otra en junio, que no les quieren ver por allí. “Fue un palo”, dice. La vida social que viene con los estudios universitarios, conocer compañeros de curso, apoyarse y ayudarse con los estudios, relacionarse tendrá que esperar a otro año. En su misma situación están los estudiantes de grado de primero de toda la Facultad de Ciencias Sociales, cuentan los estudiantes: Periodismo, Comunicación Audiovisual y Publicidad y Relaciones Públicas son los grados afectados.
El caso de esta facultad parece ir a contracorriente respecto a la idea que tenían las administraciones para el curso, aunque desde la URJC sostienen que los criterios están definidos desde junio, que ya por entonces se sabía qué asignaturas eran presenciales y cuáles no y que tienen el visto bueno de la Comunidad de Madrid. También, explica un portavoz, que la decisión corresponde a la Facultad, no al Rectorado. Las guías docentes de las asignaturas, colgadas en un rincón de la web a finales de junio, ya establecían la docencia presencial. Pero los estudiantes esgrimen una guía general colgada en la web de la universidad que explicaba que la docencia sería semipresencial. La guía es de la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas, pero los estudiantes aseguran que les dijeron que aplicaría a todos los centros y que no fue hasta mediados de septiembre cuando les notificaron la docencia online para todo el año. Esta facultad, por cierto, suspendió la semana pasada la docencia presencial durante al menos dos semanas de manera unilateral.
En cualquier caso, la realidad es que los alumnos de primero no acudirán al campus más que para hacer los exámenes. Esta práctica –aunque hay tantas realidades como facultades, porque cada centro ha organizado la docencia como ha considerado oportuno– va contra la tónica general en las universidades, que está siendo la contraria: primar la asistencia presencial de los estudiantes de primero sobre los demás.
Más presencialidad en primero
Es el caso de las universidades catalanas, que pactaron de común acuerdo esta medida, según explica Genís Vives, secretario del Consell de l’Alumnat de la Universitat de Barcelona y miembro del Consejo de Estudiantes de Catalunya (Ceucat). “Cada facultad ha determinado, para cada titulación, e incluso para cada asignatura, qué tipo de docencia conviene más hacer”, se lee en el protocolo general de la Universitat de Barcelona. “Sí que ha habido, sin embargo, una recomendación: intensificar la presencialidad en el primer curso, para poder dar una atención específica a los estudiantes que llegan por primera vez a la Universidad”, añade. En la Complutense de Madrid el espíritu es parecido: “Creemos que los estudiantes que empiezan la Universidad en el curso 2020-2021 deben vivir la Universidad y todo lo que se le ofrece en ella por primera vez, por lo que hemos pensado que deben tener la mayor parte de su docencia presencial, y así se está organizando en las Facultades que puedan hacer esta excepción”, aunque luego matizan que no todas tendrán esa capacidad. Pero el espíritu está ahí. Lo mismo sucede en la Universidad de Murcia.
Ese “deben vivir la Universidad” lo ha utilizado también como argumento a menudo el ministro del ramo, Manuel Castells, para defender que los estudios superiores son más que clases y trabajos, una experiencia que este año será difícil disfrutar, pero que no debe darse por perdida. Lo explicó el presidente de la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE) y máximo dirigente de la Universidad de Córdoba, José Carlos Gómez Villamandos, hace tan poco como una semana, durante la inauguración oficial del curso: “La adquisición de conocimientos es importante, pero no lo es menos aprender habilidades y competencias que nos permitan interactuar mejor en equipo, potenciar la inteligencia emocional, comunicación y versatilidad. Por eso la docencia bimodal que hemos diseñado se articulará sobre la máxima presencialidad posible, priorizando las clases prácticas y la asistencia de quienes toman por primera vez contacto con la Universidad”.
Vives aporta la visión de un estudiante: “Los alumnos de primero no saben cómo funcionan las clases y no han visto nunca al profesor. También es importante para solventar problemas en Secretaría. Y luego está la dimensión de la socialización. Es difícil hacer amigos en un Meet (una de las aplicaciones habituales para las videoconferencias). Es importante conocer gente, hacer amigos, tener alguien con quien relacionarse. Todo esto es parte de la vida universitaria, sin presencialidad no puede existir ese contacto entre estudiante que favorece que se organicen, participar de asociaciones, protestar si es preciso. Se pueden hacer una imagen de la universidad que va a estar distorsionada. Deben ver cómo es”.
El asunto también puede ser relevante desde el punto de vista del rendimiento académico. La estadística dice que los estudiantes de primer curso son los que más abandonan sus estudios en la Universidad. En concreto, uno de cada cinco estudiantes (21,5%) abandona los estudios durante el primer año de carrera. No acudir a clase no va a ayudar con este indicador.
Un camino propio
En la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la URJC han elegido su propio camino. El criterio de esta facultad, explican fuentes de la universidad, ha sido que las clases teóricas se impartan a distancia y las prácticas in situ. Y se da el caso de que todas las asignaturas de primero de algunos de sus grados tienen un carácter eminentemente teórico. En una carta que enviaron a los estudiantes como respuesta a la queja que estos elevaron, la facultad defiende –habla de dos asignaturas concretas, pero se puede extrapolar al resto– que “los profesores han desarrollado actividades con recursos alternativos para que puedan alcanzar las competencias descritas en las guías docentes” y que “la URJC pone a disposición de sus alumnos el software necesario para que las asignaturas que se van a impartir en remoto puedan desarrollarse de la forma más adecuada”.
Aún así, Carmen no entiende por qué ella no puede ir a clase y en otros grados sí. No es una cuestión baladí, afirma: “No conozco a nadie [de mi clase], no sé ni ir a la universidad, no hablemos ya de a una aula concreta, pero luego tendré que presentarme a los exámenes. Tendremos que hacer trabajos grupales sin conocer a los compañeros, y no nos podemos reunir porque está prohibido por encima de seis personas”. Lo que menos entiende es ver que su situación no es la regla. “Tengo amigas en todas las universidades de Madrid y veo que van a clase, hacen amigos, salen con ellos... Y yo en casa sin avanzar”, lamenta.
Con todo, siempre hay quién está peor. Por ejemplo, esos compañeros de clase que vinieron de fuera de Madrid con la idea de que a alguna clase asistirían, pero no va a ser el caso y se han alquilado pisos que no necesitan. La URJC se defiende: “Los alumnos residentes fuera de la comunidad de Madrid tenían a su disposición, desde finales de julio, las condiciones de presencialidad de todas las asignaturas; no creemos que se pueda plantear que se ha comunicado con retraso la presencialidad (...) y mucho menos responsabilizar al centro”.
En el otro extremo de Carmen está Iván, que también debuta en la Universidad este año. En su caso, estudia primero de Ciencias Políticas en la Universidad Miguel Hernández, en Orihuela. En este centro han decidido crear un sistema por el que los estudiantes que quieren ir a clase –limitadas al 30% de su capacidad– tienen que reservar sitio a través de una app, explica Marc, de la asociación Escudo Estudiantil. “Pero mucha gente no está yendo, básicamente porque no puede”. Iván tiene suerte: en su clase apenas hay 18 alumnos y hay sitio para todos siempre.
“Voy todos los días que puedo porque somos pocos”, explica. Este año ha caído de manera importante el número de alumnos en primero en su grado, según comenta. De momento, su experiencia en la Universidad está siendo todo lo buena que puede ser dadas las circunstancias. Pero no es lo mismo. “En clase apenas tenemos relación entre los compañeros porque los sitios están muy separados y la cafetería está cerrada”, cuenta su conato de experiencia universitaria. “Nos han prohibido totalmente hacer trabajos en grupo, aunque sí debates”.
Mientras, Carmen se desespera y su madre se preocupa. “Está muy baja de ánimo”, cuenta. “Van a acabar psicológicamente mal”.
Carmen no llega a exteriorizar tanto, pero relata su periplo en los últimos meses. “Me tuve que preparar el trimestre por mi cuenta porque en mi instituto no dieron clase”, explica. “Estar encerrada en casas tres meses preparando el Bachillerato fue horrible. Luego pudimos ir una semana a clase, pero para encerrarnos otra vez para preparar la Selectividad en unas fechas malísimas, con 40 grados en Madrid, con la mascarilla puesta, viendo cómo todo el mundo había terminado ya. Se pasa muy mal”.
Todos los plazos se retrasaron. La Selectividad fue tarde, la matriculación también, casi en agosto ya. “No hemos tenido verano. Ha sido confuso, raro. Y ahora volvemos y si no tengo que ir a clase no salgo, es como otro confinamiento. Acabamos de salir de nuestro peor curso de toda nuestra vida y le pedimos a la universidad poder ir a clase aunque fuera un día a la semana”.
Deseo no concedido. ¿Lo peor? La incomprensión. “Han tenido tiempo desde marzo para reestructurarse. 35 alumnos a una clase no podemos ir [la mitad de la clase], pero 80 a un examen, sí. Vale que el curso no va a ser normal, pero...”, deja el final abierto.