Praga, abril de 1945. Oscurece en el crematorio civil de Strašnice. Su administrador, František Suchý, contempla horrorizado el cargamento de cadáveres que acaban de traer los soldados alemanes. Los cuerpos proceden de Hradischko, un pequeño subcampo dependiente del campo de concentración nazi de Flossenbürg. Todos ellos son prisioneros, asesinados en las últimas horas por los miembros de las SS. Hradischko nunca tuvo crematorio propio. Hasta finales de marzo sus responsables se deshacían de los cadáveres transportándolos, durante más de 200 kilómetros, hasta los hornos de Flossenbürg, donde eran incinerados. Todo cambió cuando las comunicaciones por carretera y ferrocarril entre ambos recintos quedaron cortadas debido a la ofensiva final de las tropas aliadas y soviéticas. A pesar de la inminente e inevitable derrota, los oficiales de las SS que dirigían Hradischko intensificaron el ritmo de sus crímenes y decidieron eliminar los cuerpos de sus víctimas en el cercano crematorio de la capital checa.
De la noche a la mañana Suchý se vio inmerso en esa macabra operación. Los nazis le ordenaron quemar los famélicos cadáveres siempre en el tercer turno de la noche y, después, deshacerse de sus cenizas. Cuando llegó el momento y comenzaron a desfilar por delante de él los cuerpos de decenas de prisioneros, entre los que había compatriotas checos y deportados de otras nacionalidades, Suchý decidió desobedecer. Tomó lápiz y papel y empezó a elaborar un listado con los nombres de los prisioneros fallecidos. Tras cada incineración, depositaba las cenizas en urnas separadas a las que asignaba un número que se correspondía con uno de los nombres del listado. Mientras tanto, su hijo hacía una copia a mano para contar con un duplicado de seguridad. Finalmente, escondía los recipientes en un lugar remoto del cementerio. Sabía que no solo se jugaba su vida sino también la de su hijo y la del resto de la familia, pero se sentía reconfortado al tratar con respeto y humanidad a todas aquellas víctimas de la barbarie nazi. ¿Serviría para algo? Sirvió y mucho.
Cenizas con nombre y apellidos
Un año y un mes después, en mayo de 1946, las vasijas con las cenizas salían de su escondite y eran enterradas, con todos los honores, en un lugar privilegiado del recinto del crematorio donde se erigiría un monumento conmemorativo. Al acto asistieron las principales autoridades de la Checoslovaquia comunista, empezando por el presidente de la República. Hubo concierto, desfile militar y emotivos discursos. A diferencia de lo ocurrido con millones de hombres, mujeres y niños exterminados en los campos nazis, las cenizas de quienes habían sido incinerados en Praga tenían nombre y un lugar de honor en el que reposar. Seis de esos nombres eran españoles.
Esta increíble historia, muy probablemente, jamás se habría conocido en nuestro país de no ser por el incansable trabajo de tres investigadores: Unai Eguia, Antón Gandarias y Antonio Medina. “Todo empezó porque decidí indagar en la vida de Enric Moner, un catalán asesinado por los nazis en Flossenbürg —recuerda Eguia—. En mi camino tuve la suerte de encontrarme con Antón y con Antonio que eran sobrino y nieto, respectivamente, de Ángel Lekuona y Antonio Medina, dos deportados españoles exterminados en Hradischko. Los tres queríamos saber más sobre ese recinto y sobre la suerte de sus prisioneros, así que nos pusimos manos a la obra. Desde el primer momento formamos un gran equipo”.
Entre los tres consultaron archivos y diversa bibliografía, obteniendo los primeros resultados: documentos, fotografías, testimonios directos e indirectos. “El hilo que nos permitió llegar hasta las cenizas estaba muy cerca de nosotros, —afirma Eguia— en una carta que había guardado como un tesoro la madre de Antón Gandarias, hermana de Ángel Lekuona”. Se trataba de la misiva que recibió la familia en 1945. En ella, un desconocido que firmaba como Gregorio Uranga se presentaba como compañero de cautiverio de Ángel y les transmitía la peor de las noticias: “Hemos sufrido la ocupación de los alemanes, que como Vd. sabe han cometido crímenes horrorosos, siendo una de entre las víctimas, su hijo”. Gregorio daba además el dato que lo cambiaría todo: “fue incinerado en Praga”. Eguia, Medina y Gandarias investigaron lo ocurrido en ese crematorio y dieron con la historia de František Suchý. La pregunta que quedaba por responder era obvia: ¿habría españoles en su listado?
Modélica colaboración de las autoridades checas
“No tenemos palabras suficientes para agradecer el apoyo que hemos recibido desde la República Checa”, relata Eguia. “Hablamos con su embajada en Madrid y se pusieron a nuestra disposición. Designaron a un investigador becado para que nos ayudara desde Praga. Fue increíble”. Finalmente, el máximo responsable de los archivos penitenciarios, Aleš Kýr, y el responsable de los cementerios de Praga, Julius MlÄoch, les dieron la noticia que esperaban: “hay seis españoles en la lista”. Poco después les enviaron una copia del listado original que conservó hasta su muerte el hijo de Suchý y que aportaba todos los datos: Henri Mone (Enric Moner), muerto el 9.4.1945, cremado el 10.4.1945, nº de urna 62557; Pedro Raga, Ángel Lekuona, Antonio Medina y Rafael Moya aparecían con idéntica fecha de defunción y de cremación que Moner en las urnas 62558, 62559, 62560 y 62563, respectivamente; Vicente Vila Cuenca fue inscrito como fallecido el 19.4.1945, incinerado el 23.4.1945 y nº de urna 62752.
La noticia llegaba a España con 75 años de retraso y no gracias al trabajo de las instituciones sino a la iniciativa de tres investigadores desinteresados. Una realidad muy diferente a la de los países de nuestro entorno. “En 1946, Francia mandó a una comisión de repatriación que recogió todas las urnas que contenían las cenizas de sus compatriotas. En total se llevaron 70 y se las dieron a sus familias”, apunta Eguia. La España de Franco, aliada de Hitler hasta su derrota final, no solo ignoró sino que trató de ocultar la historia de los más de 9.300 españoles y españolas deportados a los campos de concentración nazis. Tras la muerte del dictador no hubo demasiados cambios en esa estrategia y solo en los últimos años las instituciones democráticas han empezado a dar algunos pasos para reconocer a estas víctimas del nazismo.
“Nuestro mayor consuelo —señala Eguia— es que durante estas décadas en que aquí se les ha olvidado, en Praga han podido reposar en un lugar digno en el que se les han brindado continuos homenajes. Han sido más afortunados que el resto de sus compatriotas deportados”. Eguia, Medina y Gandarias tratan ahora de averiguar si es posible exhumar las vasijas y recuperar, de esa manera, las cenizas de los seis de Hradischko. “Tememos que los recipientes puedan estar totalmente destruidos, por lo que debemos ser muy cautos y tomar la decisión de acuerdo con las autoridades checas. No somos muy optimistas, pero vamos a intentarlo”.
Paradójicamente, al igual que ocurrió con la historia de estos españoles, la hazaña protagonizada por František Suchý y su hijo también fue enterrada de forma premeditada en su patria. El motivo resulta especialmente dramático. El régimen comunista replicó en el crematorio de Praga la estrategia que habían implantado los nazis. Esta vez fue la policía checa la que empezó a llevar cadáveres de disidentes políticos y ordenó a Suchý quemar los cuerpos y hacer desaparecer sus cenizas. El responsable del crematorio no tuvo otro remedio que volver a desobedecer. En esta ocasión padre e hijo acabaron siendo detenidos y cumpliendo una larga pena de prisión.
Luz sobre la siniestra historia de Hradischko
La investigación desarrollada por Eguia, Medina y Gandarias ha servido también para desvelar lo ocurrido en uno de los recintos concentracionarios menos conocidos del III Reich. Al menos 40 españoles llegaron en marzo de 1944 a Hradischko, procedentes del “campo madre”, Flossenbürg. Eran verdaderos héroes que habían combatido en la Resistencia antinazi. Esa valentía la pagaron muy cara. Solo una cuarta parte conseguiría sobrevivir en aquel infierno. Alfred Kus, comandante de Hradischko, y Erwin Lange, el SS-Sturmbannführer que mandaba la guarnición, eran dos auténticos criminales. Las condiciones de vida de los prisioneros eran insoportables. Trabajaban de sol a sol, sin apenas comida y sometidos a todo tipo de vejaciones y torturas. La crueldad de Lange fue especialmente patente durante los días 9, 10 y 11 de abril. Al menos 50 prisioneros fueron asesinados a balazos mientras eran conducidos al trabajo. Entre ellos estaban cinco de los deportados españoles cuyas cenizas han sido ahora localizadas.
No terminó ahí el drama de los cautivos de Hradischko. La cercanía de las tropas soviéticas hizo que Lange ordenara eliminar a todos los prisioneros que se encontraban en la enfermería del campo. La misión le fue encomendada a un preso común alemán que se dedicó a suministrar a sus compañeros, uno por uno, inyecciones de etanol. El SS-Sturmbannführer reunió después al resto de los cautivos y organizó su evacuación en una marcha de la muerte a pie y en vagones de ganado que se cobró la vida, al menos, de otros 100 hombres. Tras un infernal viaje que se prolongó durante dos semanas, el tren que transportaba a los supervivientes fue interceptado por un comando de partisanos checos que liberaron a los prisioneros.
“En unas semanas sabremos si se pueden o no recuperar las vasijas con las cenizas de estos seis héroes españoles —señala Eguia— pero aunque no podamos hacerlo, ya contamos con un lugar en el que recordarles y homenajearles”. Gandarias, Medina y Eguia ya han contactado con la embajada española en Praga para informar de todos sus avances. Los tres confían en que la delegación diplomática asista, todos los años, a los actos conmemorativos que se celebran cada 8 de mayo en el crematorio de la capital checa. “Es lo menos que nuestro Estado puede hacer para honrar la memoria de estos héroes olvidados”.