La rutina de un mantero: “Cuando aparece la Policía no piensas en nada. Solo corres para cuidar tus cosas”

“Estamos tristes, ha muerto una buena persona”, explica Modou. Tiene 29 años y se gana la vida desde hace ocho años vendiendo en la calle, es un mantero. La noche en la que murió su compañero Mame Mbaye – de un infarto tras una persecución policial– no pudo conciliar el sueño, también perdió el apetito.

“No es normal lo que está haciendo la policía municipal con los que vendemos en la calle. Entran con sus motos a Lavapiés y nosotros tenemos que correr delante con una pesada manta”, continúa. Según relata, fue compañero de piso de Mbaye en el año 2011 en el barrio de Delicias. Durante la charla que mantiene con eldiario.es sostiene una foto en blanco y negro del fallecido. Ha acudido a las manifestaciones posteriores a la muerte de su amigo para mostrar sus condolencias y denunciar la actitud que mantiene la policía municipal del Ayuntamiento de Madrid contra su colectivo.

Modou comparte piso con dos personas más, una de ellas también trabaja “en la manta” y la otra tiene permiso de residencia. Cada uno paga alrededor de 200 euros por el alquiler y calcula que mensualmente, si no pierde mucha mercancía, puede llegar a ganar entre 500 ó 600 euros. Al llegar a España no se imaginó que su vida se centraría en huir diariamente de la Policía, tanto por su trabajo como porque no tiene papeles. “Pensé que iba a tener un trabajo bueno y vivir bien”.

Convive diariamente con el miedo a ser multado ya que tras la entrada en vigor del nuevo código penal la comercialización de estos artículos puede ser castigada. El artículo 153.3 contempla una pena de prisión de seis meses a dos años. Esta sanción abre la puerta a una deportación, ya que si un inmigrante -aunque tenga papeles- hace frente a sanciones de más de un año se le puede retirar la residencia y ser expulsado del país, según la Ley de Extranjería.

En Senegal trabajaba en una tienda arreglando teléfonos móviles y la precaria situación económica de su familia le empujó a salir de su país. “Era difícil, ves que tu madre no tiene para comer y tienes que salir para buscarte la vida. Nada más. Venimos aquí para mejorar la vida, no venimos aquí para que nos hagan daño”, continúa. En ese momento, al recordar a su progenitora, se derrumba.

La tensión vivida por el colectivo en las horas posteriores a la muerte de Mbaye le ha pasado factura. “No puedo más”, plantea antes de ponerse a llorar durante la entrevista. “La vida de un mantero es muy difícil, estás todo el día en la calle. No queremos robar, no queremos hacer daño. No nos gusta tener problemas con la gente”.

No esconde ese lamento en las conversaciones que mantiene con su familia. Cuando habla con su progenitora no le esconde las condiciones en las que vive en España, “vigilando y mirando constantemente” a su alrededor por si le intercepta algún agente de las fuerzas de seguridad del Estado. “Cuando aparece la Policía no piensas en nada. Solo corres para cuidar tus cosas”, incide.

Se siente impotente ante la muerte de su compañero, pero defiende que la respuesta no puede pasar por la violencia. Sí que pide “más humanidad” a agentes e instituciones, le gustaría que tuviesen en cuenta que él y sus compañeros recurren a la manta porque es una de las únicas alternativa que tienen “para ganarse la vida” en nuestro país.

Asegura que se sienten desamparados ante las administraciones públicas. Por un lado, critica que el cónsul de su país haya tardado más de doce horas en aparecer en el lugar de los hechos y cree que “tenía que haber venido antes para calmar a sus paisanos y no lo hizo”. Por otro, lamenta que las administraciones públicas no les “proporcionen alternativas” a la venta ambulante. En los ochos años que lleva viviendo en Madrid “no ha encontrado ayuda de nadie” para buscar trabajo.

Durante los ocho años que lleva viviendo en Madrid no ha tenido la sensación de que la sociedad española sea racista, sí que percibe poca empatía con el colectivo migrante. “Mucha gente no ha viajado, no ha vivido en otros países y no nos comprenden. Solo venimos aquí para vivir mejor y ayudar en lo que podemos”, finaliza.