Esta crónica podría empezar por el final o por el principio del 8M. Por el final porque a última hora de la tarde del domingo las calles ya habían confirmado que el 8M había mantenido el pulso en una jornada de protesta muy descentralizada, entre la reivindicación y la celebración, con menos afluencia que los dos años anteriores, pero con una capacidad movilizadora incuestionable y al alcance de ningún otro movimiento a día de hoy. Por el principio, porque el día comenzaba con la expectación de quien sabe que el listón está alto y teme que la dispersión de las últimas semanas -los debates internos, el revuelo por la aprobación de la Ley Libertad Sexual, el reto de afrontar la efeméride sin una huelga estatal, y hasta el coronavirus- afectara especialmente a la protesta. Volviendo al final: la revuelta feminista es grande, mucho, y tiene de lo que presumir; garra, propuestas, una intergeneracionalidad que se constata en la calle y un eco internacional que se escucha en varias orillas.
Este 8M no había huelga estatal, pero la semilla de los dos últimos años se dejó sentir. Las manifestaciones ya no son suficiente y, desde temprano, las mujeres se reunieron en las ciudades para ocupar juntas los espacios públicos en forma de desayunos populares, bicicletadas, pasacalles, 'flashmob' o lectura de manifiestos. Pilar, de 67 años, y Alicia, de 71, recorrían el centro de Madrid y recordaban los viejos tiempos. “Estoy muy contenta de cómo ha avanzado esto, me acuerdo de las manifestaciones feministas del 77, que es la primera vez que fui a una”, decía Pilar. “Estoy en esto desde que era jovencita y la incorporación masiva de las jóvenes me parece muy importante, pero igual de importante es que no olviden a sus ancestras”, apuntaba Alicia. A su lado, cientos de mujeres cortaban varias calles del centro con cacerolas, pitos y carracas.
Las más mayores se encontraban con las más pequeñas. Elisa, de 43 años, escuchaba junto a su hija Claudia, de 8, la lectura del manifiesto feminista convocada en la plaza de Lavapiés al mediodía. “Para mí es muy importante que vea que se puede hacer algo y que juntas somos más fuertes. Y que cuantas más seamos más podremos hacer. Inculcarle también unos valores que tengan que ver con todo esto”. La lectura del manifiesto terminaba y Claudia aplaudía con las demás y , con timidez, se sumaba al grito que atronaba la plaza: “Revuelta, revuelta, revuelta feminista”.
Durante la mañana, las manifestaciones ya se desplegaban en muchas ciudades del estado: Sevilla, Murcia, Bilbao, Santander, Cáceres, Salamanca, Las Palmas de Gran Canaria. De fondo, alusiones explícitas a los intentos de la extrema derecha por imponer el veto parental pero también algunos lemas míticos. “Basta ya de justicia patriarcal”. “Ni sumisas ni pasivas, mujeres combativas”. “No estamos todas, faltan las asesinadas”. Por la tarde se sumaban Zaragoza, Valencia, Vigo o Málaga, entre otras, y las esperadas marchas de Madrid y Barcelona, que solemos utilizar como termómetro en el que medir la temperatura de la movilización. Las dos fueron multitudinarias y abarrotaron el centro de las ciudades, aunque parecía imposible alcanzar el colapso de los dos años anteriores.
“Hemos demostrado que sabemos cómo parar el mundo y ahora queremos mostrar cómo queremos moverlo”. Lo decía Lina Larrea, integrante de la Comisión 8M de Madrid, cuando la manifestación de Madrid estaba a punto de arrancar y de Atocha a Cibeles el recorrido estaba ya prácticamente lleno. Y es que tras el éxito de dos huelgas consecutivas, el movimiento feminista se había propuesto diversificar la protesta y poner el foco en sus demandas y propuestas. El reto: articular una alternativa para “una vida con derechos, todos los días del año”. En esa alternativa suenan fuerte la educación afectivo sexual, el aborto garantizado también para las menores, el cuestionamiento de la ley de extranjería y los derechos de las migrantes, revalorizar y repartir los cuidados, sellar la diversidad de mujeres.
Al 8M hay muchas que llegan con un amplio bagaje feminista y otras que han encontrado en este feminismo popular un alivio, una compañía, un lugar en el que sentirse algo más cómodas, un poco más comprendidas. “Es mi primera vez y estoy emocionada”, decía Manoli, de 56, que se hacía selfies con su hija, Bea, de 33, con la Gran Vía de fondo. Alejadas de los debates teóricos que últimamente han arreciado, las dos saben que la precariedad de una y la dedicación a los cuidados de otra están también contenidas en este movimiento. A Manoli lo de llamarse feminista le quedaba lejos. Pero a su lado, Bea afirma ahora rotunda que lo es y ella solo puede sonreír y decir casi con lágrimas: “Y yo estoy muy orgullosa de haberla criado así”.
Las más jóvenes vienen fuerte y sostienen el grito. Adolescentes y veinteañeras que preparan sus pancartas y se pintan la cara mientras sus madres también han quedado con amigas para ir a la manifestación. Sus cuerpos, su derecho a la noche, a no tener miedo, su rabia contra la violencia sexual está en el centro de estos 8M y, más allá, de esta ola feminista internacional. Ángela tiene 17 y sostiene su pancarta mientras avanza: “La cantidad de ropa que me pongo no determina la cantidad de respeto que merezco”. A su lado, sus amigas Irene y Patri, de 18 y 19, hablan del miedo a ir sola por la noche, pero también de su determinación por no ceder ante los postulados de “la ultraderecha”.
Y es que no es casual que el 'Bella Ciao' suene en las manifestaciones de este domingo. El himno antifascista hace bailar a quien lo escucha y consigue lanzar un mensaje contra la extrema derecha sin hacerla protagonista de un día para el feminismo. Vox lo intentó con la convocatoria de un acto en Vistalegre (Madrid) que aspiraba a contraprogramar el 8M, pero los de Abascal resultaron irrelevantes en una jornada en la que miles de mujeres, también de hombres, se movilizaron por una igualdad que quiere cambiarlo todo.
Una ola internacional
La movilización confirmaba que la ola es internacional y hermana a dos orillas del Atlántico. En los cuellos, puños o mochilas de miles de mujeres los pañuelos morados se mezclaban con los verdes, el símbolo por el derecho al aborto seguro y gratuito de las feministas argentinas que se ha convertido en un emblema en la región. Las menciones a las movilizaciones feministas en Chile, México y Argentina, donde hay huelgas que se esperan masivas convocadas para este domingo y lunes, han sido frecuentes. “Alerta feminista en América Latina”, coreaban cientos de mujeres por las calles de Madrid durante la mañana. Las 'performance' de 'Un violador en tu camino', el cántico viral del grupo feminista chileno Las Tesis, han sido una constante este 8M en ciudades y pueblos, de Toledo a Barcelona, Ceuta, Madrid, Burgos, Albacete, Valencia, Sevilla, San Sebastián, A Coruña o Santander.
Yamila tiene 41 años, es de Buenos Aires y lleva unos meses en Madrid. La marcha la hace con un grupo de mujeres argentinas que le ponen verde a la manifestación y muestran una pancarta enorme por el aborto libre. “Es algo que nos debemos en Argentina, es una lucha que estamos dando y estar hoy aquí y ver esto es sentir que estamos allí también”, decía mientras preparaba su mate. En otro punto de la marcha, mujeres mexicanas claman contra los cruentos feminicidios de su país y también contra las complicidades.
El antirracismo y la diversidad han sido dos consignas muy extendidas durante la jornada. “No juzgamos el movimiento feminista, pero sí lo interpelamos. No podemos hablar de igualdad entre las personas sin suprimir la discriminación racista que sufrimos”, denunciaba en Barcelona Sara Cuentas, una de las portavoces de Diversas8M. Las asambleas feministas han intentado tomar nota de las críticas que los colectivos de mujeres racializadas han hecho en los últimos años a las convocatorias de huelga y quizá por eso los derechos de las migrantes y las críticas a la Ley de Extranjería han estado muy presentes. También los lemas y las pancartas que subrayaban “la diversidad”. De mujeres y de ideas.
Esa diversidad se ha convertido en una tensión, al menos ideológica, en algunos lugares concretos, con convocatorias distintas o bien con acciones programadas por colectivos con objetivos diferentes. La prostitución y los derechos trans eran los ejes de esas acciones claramente diferenciadas, en Madrid y en algunas ciudades de Andalucía o Castilla-La Mancha.
Para Marina, Alejandra e Irene, unas niñas de entre 10 y 13 años que gritaban levantando las pancartas que habían preparado con sus madres, el 8M era algo muy alejado de esas diferencias. “Viven el feminismo día a día y esto es una manera más de compartirlo. No es que estemos en casa todo el día hablándolo, simplemente les llega y hoy están aquí entusiasmadas”, contaba Sandra, madre de una de las crías. Verlas con el símbolo feminista dibujado en las mejillas, sonrientes, con la rabia que sea que pueda tener una niña, una rabia eufórica y casi alegre, era pensar en una frase que las feministas históricas repiten ahora con alivio: “Hay relevo”.