Reportaje

Las mascarillas, el último reducto de una pandemia inacabada: “Si las eliminasen mañana, no tendría mucho impacto”

Metro de Madrid. Nueve y media de la mañana. Un hombre de mediana edad le dice a un joven, que trata de liarse un cigarrillo sorteando los vaivenes del vagón, que se ponga la mascarilla. El chico empieza a rebuscar por sus bolsillos, extrae una prenda de tela un tanto arrugada y termina por ponérsela. En ese momento, casi todo el vagón la lleva puesta. Sin embargo, desde hace tiempo no es raro ver gente que se sienta a tu lado sin mascarilla o con ella a medio colocar, dejando al descubierto la nariz y a veces también la boca. ¿Cuánto durará la mascarilla en espacios sanitarios, farmacias y transporte público? ¿Este “símbolo de la pandemia” tiene los días contados?

Mientras que el Gobierno pide “cautela” ante la llegada del otoño, los expertos consultados consideran que la medida decaerá pronto, al menos en lo que se refiere al transporte público. Dentro de hospitales, centros de salud y farmacias puede seguir teniendo sentido en pos de proteger a los más vulnerables, pero en el interior de un vagón de metro y sin otras medidas que lo complementen, como una mayor frecuencia o simplemente la ventilación, el uso de la mascarilla tiene un impacto muy limitado.

Lo que más sirve y deberíamos aprender, es que si tú tienes síntomas de cualquier tipo de catarro, no solo de coronavirus, deberías ponerte la mascarilla cuando vayas en el metro y no contagiar a tus compañeros en el trabajo

“Cuando más sentido tuvieron las mascarillas fue a la vez que las otras medidas. Eran un añadido que reforzaban al resto de medidas colectivas”, analiza el epidemiólogo Mario Fontán. “Si estas medidas ya no son necesarias porque tenemos dos y tres dosis puestas y el virus ya no es tan lesivo como lo fue, la mascarilla pierde cierta justificación desde un punto de vista epidemiológico”, reconoce. No obstante, apostilla el investigador, su uso sigue teniendo sentido en espacios considerados de riesgo como el transporte público en hora punta o cuando pueda darse una concentración de personas vulnerables en centro sanitarios y farmacias.

“Yo, particularmente, siempre la llevo en el bolsillo. Siempre intento llevar una y si tengo síntomas mucho más, aunque tenga un test negativo. Quizá vayamos a un escenario de ese tipo”, considera Pedro Gullón, epidemiólogo y profesor de la Universidad de Alcalá de Henares. Gullón nunca le vio el sentido a que las mascarillas se quedasen “solo en el transporte público”, pero sí que cree que permanecerán en centros sanitarios y sociosanitarios a medio y largo plazo para “evitar brotes” que pongan vidas en peligro.

Para el experto, es una falacia pensar que seguir llevando la mascarilla solo en el transporte público va a evitar una nueva ola de contagios. “Es no comprender lo que nos ha pasado en los dos últimos dos años y medio. En el caso de que tengamos una transmisión grave, es cuando hay que pensar si se necesitan nuevas medidas”, ha apuntado.

En la mayoría de los países de nuestro entorno no se necesita mascarilla para usar el transporte público. Algunas excepciones son Grecia, Alemania e Italia, donde sigue siendo obligatoria, sin embargo, en este último, la medida expira el próximo 30 de septiembre. Por su parte, el Gobierno alemán sigue apostando por el cubrebocas para contener un posible repunte con la llegada del otoño.

¿Cuándo retirarla?

Gullón tiene claro que pronto desaparecerán del transporte público y Fontán cree que, si la retirada se produjera indistintamente mañana o dentro de un mes, “no tendría mucho impacto”. Ambos argumentan que, en parte, está costando más su eliminación en España porque es un “símbolo” que sigue recordando cuánto daño hizo el coronavirus en las primeras fases de su expansión mundial. “No es una cosa olvidada y se sigue vigilando, pero el impacto de la mascarilla en este momento es muy limitado”, zanja Fontán.

“Supongo que están tomando la precaución por la llegada del frío. Imagino que ese es el motivo de que no se haya retirado todavía, porque las cifras que tenemos hoy son muy bajas”, resume Carmen Cámara, secretaria de la Sociedad Española de Inmunología. “Estamos siendo más precavidos. En el momento actual podemos eliminarlas del mismo modo que se ha hecho en los países del entorno, pero se está esperando a ver qué pasa con la vuelta al cole, al trabajo y al transporte público.

El uso de la mascarilla en estos espacios determinados es la única medida contra el coronavirus que todavía se mantiene y que nos transporta a una época anterior. Fue el pasado mes de abril cuando el Gobierno aprobó el decreto que eliminaba el uso del cubrebocas en la mayoría de espacios interiores –en exteriores ya se había eliminado de manera definitiva–. La primera regulación en torno al uso de la prenda se remonta al mes de mayo de 2020, en la primera fase de la desescalada de la pandemia.

A día de hoy, es raro ver a alguien que la lleve puesta por la calle y, en el metro, la mayoría espera a entrar al vagón para acomodársela. En los aviones, dependiendo del lugar de partida, tampoco es obligatoria. Por lo que la adherencia a la norma casi está desapareciendo. Aun así, llevarla en el metro aunque no todo el mundo lo haga, “sirve de algo”, remarca Cámara. “Lo que más sirve y deberíamos aprender, es que si tú tienes síntomas de cualquier tipo de catarro, no solo de coronavirus, deberías ponerte la mascarilla cuando vayas en el metro y no contagiar a tus compañeros en el trabajo”, recomienda.

“Siempre reduce algo de riesgo, pero menos”, apunta Gullón, sobre las diferentes situaciones que se viven a diario en vagones y autobuses. “Que todo el mundo la lleve puesta tampoco reduce al 100%. Cuanta más gente la lleve, mejor, pero el riesgo nunca es cero”.

Con todo, Cámara cree que por seguir llevándola, tampoco pasa nada. “No pasa nada por extralimitarse porque lo tenemos muy interiorizado. Sabemos que cuando bajamos al metro nos tenemos que poner la mascarilla. Todos tenemos ganas de que pase. Estamos muy próximos”, asegura la inmunóloga. El día en que eso suceda, recomienda Cámara, “en invierno las personas mayores de 80 años que tengan que ir al hospital o coger el transporte público, deberían seguir llevándola”.

“Lanza un mensaje peligroso”

Otro de los dilemas que supone el hecho de que, fuera de espacios sanitarios, la mascarilla solo se mantenga en el transporte público es que puede dar la sensación de que esos espacios son inseguros. Y este es un mensaje muy peligroso en un escenario de cambio climático, defiende Gullón. “En términos de salud pública, me preocupa que sea el único lugar en el que se mantiene porque lanza el mensaje de que es un sitio peligroso. En un escenario de crisis climática, en el que se debería utilizar más el transporte público, creo que es negativo”, explica. “Sobre todo –añade– cuando ni siquiera es el lugar en el que más transmisión ha habido durante la pandemia”. “En vez de obligar o no a llevarla, hay que pensar en nuevas estrategias”, apunta.

El otoño está a la vuelta de la esquina. Pero los datos sostenidos, la variante imperante menos lesiva y la nueva remesa de 10 millones de vacunas adaptadas a ómicron auguran un cambio de estación tranquilo y quizá la Navidad soñada. Pero hasta nuevo aviso, seguiremos acumulando mascarillas por todos nuestros bolsillos.