La mayor movilidad en verano fomenta eventos supercontagiadores, pero las vacunas cambian las reglas de juego

Esther Samper

27 de junio de 2021 22:33 h

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El brote masivo de contagios por coronavirus entre estudiantes que fueron de viaje a Mallorca acumula ya más de 600 contagiados (más de 300 en Madrid) y más de 3.000 personas en cuarentena, con ocho comunidades autónomas afectadas. Los jóvenes involucrados informaban de grandes aglomeraciones y fiestas sin mascarillas ni distancia de seguridad. Además, se han registrado en España otros dos brotes por viajes de fin de curso. El Ministerio de Sanidad, ante este acontecimiento, ha recomendado “que los grupos de estudiantes que todavía no han iniciado este tipo de viajes, no lo realicen, ya que el riesgo de transmisión en el mismo entorno en donde se están produciendo los casos es alto”, Por otra parte, Sanidad ha establecido que aquellas personas que estén o hayan estado en viajes de fin de curso en Mallorca se consideren “contactos estrechos”.

Este reciente gran brote entre los estudiantes pone de manifiesto que no solo el virus SARS-CoV-2 sigue circulando dentro de nuestras fronteras, sino que también la relajación o el incumplimiento de las medidas sanitarias provoca repuntes en los contagios, sobre todo en colectivos no vacunados. Fenómenos similares se han observado en Reino Unido (que ha retrasado un mes su vuelta a la normalidad) o Israel (que ha vuelto a imponer las mascarillas en interiores en algunas zonas del país), a pesar de su alto porcentaje de vacunación.

La fatiga pandémica, unida a la mayor movilidad durante el verano, por las vacaciones, el turismo y a la relajación de las medidas sanitarias, incrementa el riesgo de que sucedan incidentes como el detectado en Mallorca. A pesar de lo anterior, la situación actual es muy diferente al verano del año pasado gracias a las vacunas contra la COVID-19. En estos momentos, más del 33 % de la población española ha recibido ya la pauta completa y más del 50 % una dosis. Casi la totalidad de las personas mayores de 70 años y un alto porcentaje de aquellas entre 50 y 69 años han sido totalmente vacunadas.

La protección de las vacunas cambia radicalmente las reglas del juego: implica que los aumentos en los contagios ya no conllevan incrementos tan significativos en hospitalizaciones, ingresos en UCI y muertes porque la gran mayoría de las personas en riesgo han desarrollado inmunidad frente a la COVID-19. Sin embargo, el efecto de las vacunas no es tan evidente a la hora de limitar los contagios porque estas no garantizan protección frente a la infección de forma individual (no ofrecen inmunidad esterilizante), aunque colectivamente varios estudios están observando que contribuyen a disminuir la transmisión del virus.

Más que personas supercontagiadoras, eventos supercontagiadores

Existe una gran disparidad sobre la capacidad que pueden tener las personas para contagiar a las demás. La mayoría de los individuos, cuando se infectan, no contagian a nadie o contagian a solo 1-3 personas, mientras que otras infectan a decenas o centenares. De hecho, se estima que en torno al 80 % de los casos de contagios por coronavirus se producen a partir de un reducido grupo de personas (en torno al 10-20 % de los individuos infectados). A lo largo de la pandemia, han sido muchos los estudios que se han centrado en analizar qué características tienen las personas supercontagiadoras que los hacen más susceptibles que las demás a transmitir el coronavirus. Ahora sabemos que tanto múltiples factores biológicos como sociales contribuyen a que una persona infectada sea una potencial supercontagiadora.

Entre los factores biológicos, las personas que liberan gotitas y aerosoles con una alta carga de virus y/o que emiten muchas de estas gotitas/aerosoles al exterior, a pesar de pasar la infección de forma asintomática o con pocos síntomas, tienen más posibilidades de transmitir el coronavirus a su entorno porque pueden no ser conscientes de estar infectados y hacer vida normal.

Un reciente estudio publicado en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences mostró que solo el 2% de los individuos positivos para SARS-CoV-2 y asintomáticos eran portadores del 90% de los virus que circulaban entre la población. El estudio, realizado entre universitarios de la Universidad de Colorado, detectó que había estudiantes asintomáticos que tenían una carga viral equivalente a aquellos infectados y hospitalizados. Los autores se referían a estas personas como “superportadoras” que podían ser también potencialmente “supercontagiadoras”.

Más allá de estas características biológicas, los factores sociales tienen un peso determinante en que una persona “superportadora” pueda contagiar a muchas otras o no. Según el número de interacciones con otros individuos del entorno y el tipo de actividades que esta realice, las posibilidades de supercontagio cambian radicalmente. No basta con ser “superportador”, también tienen que darse las condiciones para que esta persona pueda transmitir el virus a otras muchas. Por eso, múltiples científicos prefieren hablar de eventos supercontagiadores o superdiseminadores que de personas supercontagiadoras. Ahora sabemos que uno de los fenómenos que más contribuye a la difusión del coronavirus son los eventos supercontagiadores. A partir de estos sucesos, se produce un “salto” considerable de los contagios que afectan a decenas o centenares de personas que, a su vez, pueden transmitir el virus a su entorno.

En estos momentos, son precisamente las actividades masivas entre jóvenes de instituto y universitarios los que más riesgo tienen de convertirse en eventos supercontagiadores por un cúmulo de circunstancias: el porcentaje de vacunación en este colectivo es muy bajo, suelen ser asintomáticos o pasar la infección por coronavirus con muy pocos síntomas, interaccionan con gran cantidad de personas y las medidas para limitar los contagios se incumplen con frecuencia en locales de ocio por el consumo de alcohol y por el ambiente distendido de fiesta. A esto se le unen unas medidas sanitarias más relajadas, una mayor movilidad durante el verano y la fatiga pandémica que es visible no solo entre los estudiantes, sino también en la población general. Van a ser este tipo de brotes masivos los que pongan a prueba la verdadera eficacia de las vacunas contra la COVID-19. En las próximas semanas sabremos cómo estos inciden en los ingresos hospitalarios y las muertes.