Lo avisos no paran de llegar: la sobrexplotación del mar Mediterráneo no afloja. Las sardinas, las merluzas o los boquerones que crían en estas aguas no dan a basto para reponer sus poblaciones al ritmo que les imponen las industrias pesqueras.
La sobrepesca no amaina lo suficiente como para alcanzar niveles sostenibles, según acaba de constatar la ONU en su informe bienal sobre el Estado Mundial de la Pesca y la Acuicultura publicado este lunes. El documento muestra que dos tercios de las especies comerciales del Mediterráneo se pescan de manera insostenible: esta región (junto a su adyacente el Mar Negro) es la que padece un mayor sobrepesca del mundo.
De hecho, el recuento de la FAO dice que el promedio de capturas descargadas de la última década en este mar está en 1,4 millones de toneladas, por debajo del máximo que se marcó a mediados de los años ochenta del siglo XX que llegó a los dos millones. El mínimo de descargas fue en 2014 con 1,1 millones pero, desde ahí, la cosa ha repuntado: en 2016 fueron 1,2 millones. Pero esta tendencia es insuficiente a la luz de los datos.
España está en el centro de esta actividad. Es la principal potencia pesquera de la Unión Europea y uno de los grandes consumidores. A pesar de haber reducido algo la demanda de pescado, sigue en el vagón de cabeza: mil millones de kilos en 2016, según el último Informe de Consumo de Alimentación del Ministerio. 25,49 kilos por persona, una caída del 1,6% . El gasto anual per capita se colocó en 202 euros, un 0,7% más que un año antes.
La flota española total en el caladero del Mediterráneo se compone de 2.400 buques entre todas las artes: arrastre, cerco, palangres o menores, según el censo del Ministerio de Agricultura y Pesca. Hace diez años superaban los 3.700.
Con todo, este problema requiere “soluciones urgentes para revertir esta situación”, según admitía el Gobierno español en su proyecto de renovación del Plan de Conservación de Recursos del Mediterráneo. Un documento que debía no solo prorrogar el plan activo durante el periodo 2013-2017, sino incorporar nuevas medidas para “reducir el esfuerzo”, es decir, el volumen de capturas.
Finalmente, Agricultura y Pesca se limitó a prolongar lo ya existente sin añadir más restricciones al sector pesquero: “Los informes científicos constatan que los puntos de referencia biológicos fijados para garantizar un grado de explotación sostenible de los recursos a través de la aplicación de las medidas contenidas en el mismo no han alcanzado aún los niveles deseables”, exponía la orden. Traducido: la pesca comercial en el Mediterráneo español sigue esquilmando muchos bancos. La orden final tiene un único artículo en lugar de los 19 que pudieron verse en el borrador. Estará en vigor hasta finales de 2018 “o se redacte un nuevo plan”.
Áreas seguras para el crecimiento
La tendencia mundial ha hecho que las especies sobrepescadas en todos los mares hayan pasado de un 10% en 1975 hasta un 30% en 2015. Con todo, el Mediterráneo dobla ese porcentaje de variedades comerciales en vías de agotamiento. Las especies que aparecen con nombres y apellidos en el informe de la FAO son la merluza, el rodaballo, el lenguado común, el boquerón o la sardina. También sobre las variedades del fondo marino se especifica que “se encuentran explotados a su nivel máximo o por encima”.
“El Mediterráneo precisa medidas urgentes como la reducción del arrastre de fondo, la salvaguarda de áreas donde los peces puedan crecer y el establecimiento de cuotas máximas de capturas siguiendo el criterio científico”, ha dicho el director de la organización Oceana en Europa, Lasse Gustavson. Un asunto el de las cuotas todavía lejos de llegar a un nivel totalmente sostenible como evidenció la última negociación en el ámbito de la Unión Europea en diciembre de 2017. “Nadie quiere un mar sin peces para alimentarse o sin trabajo para aquellos que dependen de la pesca en estas regiones”, ha rematado Larsson.
La sobrepesca, según el análisis de la ONU es pan para hoy hambre para mañana –o quizá para siempre– ya que el documento expone que “no solo tiene consecuencias ecológicas negativas, sino que también reduce la producción pesquera a largo plazo, lo que posteriormente acarrea consecuencias negativas de tipo social y económico”. En el Mediterráneo, además, los bancos de peces tienen que soportar el añadido de la presión de “la pesca ilegal no declarada o el cambio climático”.