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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

¿Ha escuchado hablar del método 'Wolbachia'? Instrucciones para desactivar al mosquito del dengue

“Buenos días, ¿ha escuchado hablar del método Wolbachia?”. Quienes llaman a la puerta de las casas en el distrito de El Manchén, en Tegucigalpa, no son predicadores de ninguna religión ni repartidores de comida a domicilio, como sugiere el aspecto de su motocicleta. Se trata de voluntarios de la organización humanitaria Médicos sin Fronteras (MSF) que trabajan en una campaña para erradicar el dengue en 39 barrios de la capital hondureña liberando más de 9 millones de mosquitos. Lo que llevan en la maleta trasera de la moto, de hecho, y lo que piden a los vecinos que guarden en los patios de sus casas, son frascos con centenares de huevos que eclosionarán y dejarán salir unos doscientos zancudos por unidad en el plazo de una semana.

Aunque la oferta para recibir un lote de mosquitos que te van a picar en un futuro próximo no suena muy apetecible, la labor de concienciación de los voluntarios durante los meses previos al programa ha conseguido un 97% de aceptación entre los habitantes de la zona. El motivo para asumir con gusto estas picaduras es que se trata de mosquitos muy especiales: su capacidad para transmitir el virus del dengue ha sido “desactivada” gracias a una bacteria del género Wolbachia. Los insectos, por así decirlo, han sido “vacunados” contra el dengue y no pueden transmitirlo, por lo que si sustituyen a la población local de zancudos, como se ha probado en otros países, la transmisión de la enfermedad desparecerá de la zona.

Proteger a 90.000 personas

En Honduras se registran cada año más de 10.000 casos de dengue y en áreas como el distrito de El Manchén se habían alcanzado niveles preocupantes para los que los sistemas tradicionales de control, como la fumigación de las zonas afectadas, resultaban insuficientes. Es por eso que Médicos Sin Fronteras se coordinó con la Universidad Nacional de Honduras y la Secretaría de Salud para emplear el método desarrollado por el World Mosquito Program (Programa Mundial del Mosquito), organización sin ánimo de lucro que ha probado esta estrategia con éxito en 14 países, con un alcance de unos 11 millones de personas. 

“Desde el 22 de agosto hasta mediados de octubre hemos liberado más de un millón de mosquitos”, informa Edgard Boquin, coordinador del Proyecto de Prevención de Arbovirus de MSF en Honduras. “Para la cobertura tenemos identificados 1.320 puntos de liberación, donde nuestros chicos llegan todos los días entre las 6 y las 8 de la mañana en motocicleta, abren los frascos y sueltan miles de mosquitos”. Es así como se realizan el 90% de las liberaciones, mientras que las que se hacen en las casas particulares se reservan para zonas de difícil acceso o donde la seguridad de los voluntarios no se puede garantizar. En total, pretenden proteger de los brotes a una población de casi 90.000 personas.

Tenemos 1.320 puntos de liberación, donde nuestros chicos llegan todos los días en motocicleta, abren los frascos y sueltan miles de mosquitos

Esta es la primera vez que el Programa Mundial del Mosquito delega en terceros la aplicación de su sistema, pero la alianza con MSF, por su experiencia clínica sobre el terreno, puede ser muy beneficiosa para ambas partes y tal vez se extienda a otros lugares, según Boquin. El proceso requiere una logística compleja y precisa, además del trabajo previo de concienciación de las comunidades. “Cada dos semanas recibimos entre 3.500 y 4.000 cápsulas —con alrededor de 200 huevos de Aedes aegypti cada una— desde la biofábrica de Medellín, que puede producir hasta 30 millones de mosquitos a la semana”, describe. “Recibimos las cápsulas, se colocan en los frascos del insectario, eclosionan, hacen su etapa de larvas y cuando son adultos son liberados en la comunidad”. 

También hubo que hacer un trabajo previo, en el mes de marzo, cuando se capturaron mosquitos locales de Tegucigalpa y se llevaron hasta Colombia para cruzarlos en la fábrica con la colonia madre, de modo que ahora liberan una variedad del mismo mosquito que vive en la zona, “lo que le hace resistente y puede competir con los locales”, indica el coordinador del programa en Honduras. La colonia madre es como llaman a los descendientes de la primera generación de mosquitos a los que se consiguió transmitir la bacteria Wolbachia allá por 2005 en Australia, cuando se produjo el descubrimiento que lo puede cambiar todo en la lucha contra varias de las peores enfermedades tropicales. 

La receta ‘secreta’ contra los virus

¿Qué es lo que sucede dentro de estos mosquitos para que el virus del dengue, el zika, el chikunguña e incluso la fiebre amarilla, encuentren una barrera y acaben los contagios? “Todavía estamos trabajando en ello, pero creemos que están sucediendo dos cosas”, detalla el ideólogo de la estrategia y director del Programa Mundial del Mosquito, Scott O'Neill, a elDiario.es a través de videoconferencia desde Australia. “Por un lado, Wolbachia activa el sistema inmunitario del mosquito, de forma que se vuelve más fuerte y resistente a los virus. Y por otro, la bacteria parece estar consumiendo recursos como el colesterol dentro del cuerpo del mosquito, de forma que usa las mismas moléculas que el virus necesita para replicarse”. En otras palabras, Wolbachia hace que el sustento que necesita este arbovirus no esté disponible y de pronto el mosquito se convierte en territorio hostil para su proliferación y transmisión.

“El virus del dengue puede entrar en el mosquito si pica a alguien contagiado, pero no se replica; si necesita mil copias del virus, resulta que no pasa de diez”, explica Nelson Grisales, entomólogo y delegado del Programa Mundial del Mosquito en Colombia. “Si analizas el insecto, vas a encontrar el virus, pero no significa que sea infectivo, porque no tiene carga viral suficiente”. Científicamente, el mecanismo se explica por la propia necesidad de la bacteria de perpetuarse sin dañar a su huésped y eliminar a la competencia. Al instalarse dentro del mosquito, Wolbachia produce una serie de cambios estructurales que son inocuos para el insecto, pero impiden a los virus replicarse en número suficiente. “Uno de estos mecanismos es la reducción de la adhesión celular”, explica el entomólogo. “Los virus resbalan y no encuentran dónde pegarse, así que son fácilmente eliminados”. 

La bacteria Wolbachia está considerada como uno de los parásitos reproductivos de mayor éxito en la naturaleza y es casi omnipresente en artrópodos y nemátodos. Se calcula que tiene infectados al 60% de los insectos y solo se transmite por vía materna, por lo que favorece la reproducción de las hembras, colonizando y poniendo a su servicio a sus huéspedes. “Solo puede entrar en células de estos animales y no reconoce las células de los mamíferos, así que no hay peligro para los humanos”, indica Grisales. Como curiosidad, a pesar de que este género de bacterias fue descubierto por el patólogo Samuel Wolbach en 1924 en el ovario del mosquito común (Culex pipiens), no estaba presente en Aedes aegypti, el zancudo de patas blancas que transmite el dengue y la fiebre amarilla. Conseguir introducirlo en esta especie fue todo un reto y el principio de todo lo que vino después. 

El hombre que puede erradicar el dengue

En la década de 1980, cuando Scott O’Neill empezó a trabajar con Wolbachia en la Universidad de Monash, en Australia, se desconocía lo extendida que estaba la bacteria en la naturaleza y la comunidad científica empezaba a mirar con interés la posibilidad de manipular a los mosquitos para hacerlos resistentes a transmitir la malaria o el dengue. “Empecé a trabajar el Wolbachia cuando era un estudiante de doctorado y, como ves, ahora tengo el pelo gris, así que ha pasado mucho tiempo”, asegura.

Durante los primeros años, O’Neill estuvo dando palos de ciego, centrado en enfoques infructuosos como la modificación genética de la bacteria para producir anticuerpos en el mosquito. Hasta que, en 1997, el investigador de CalTech, Seymour Benzer, descubrió una cepa de la bacteria muy agresiva en la mosca de la fruta, a la que llamó popcorn porque proliferaba en el cerebro de los insectos cuando envejecían como si fueran palomitas de maíz y reducía a la mitad su esperanza de vida. En la mente de O’Neill se instaló una idea: si contagiaban a los mosquitos con aquella cepa, los harían vivir menos días y reducirían la ventana de tiempo que les permite contagiar el dengue a las personas.

“Pero mientras probábamos aquella estrategia, descubrimos algo nuevo”, recuerda. “Vimos que cuando les suministrábamos el virus del dengue en el laboratorio, los mosquitos no se infectaban, solo porque tenían Wolbachia. No necesitaban nada más, ni ingeniería genética ni nada, ocurría de forma natural en estos insectos”. El mero hecho de estar infectados por la bacteria reducía drásticamente la capacidad de estos mosquitos de transmitir el virus. “Cuando lo vi por primera vez no me lo creía”, asegura O’Neill. “En aquel momento nos dimos cuenta de que era algo muy simple que podía tener un gran impacto”.

Cuando lo vi por primera vez no me lo creía. En aquel momento nos dimos cuenta de que era algo muy simple que podía tener un gran impacto

Lo que siguió, como siempre en ciencia, fueron una larga lista de dificultades y retos, empezando por el conseguir introducir la bacteria en los huevos de los mosquitos. La primera suelta de insectos contagiados con Wolbachia sobre el terreno se realizó en la región de Cairns, en el norte de Australia, en el año 2011 y el ensayo clínico a gran escala se llevó a cabo en la ciudad indonesia de Yogyakarta, cuyos resultados no se conocieron hasta 2020. “Descubrimos con alivio que en las zonas donde habíamos soltado mosquitos con Wolbachia había un 77% menos de casos de dengue confirmados y un 86% menos de hospitalizaciones por la enfermedad”, recuerda. “Eran números muy grandes”. 

Al mismo tiempo, se iban realizando pruebas en otros lugares del mundo como Vietnam, Brasil y Colombia, y comprobando que la bacteria bloqueaba a los otros virus transmitidos por el zancudo de patas blancas. Y en todos los casos había un aspecto clave: el modo de transmisión de la bacteria permitía introducirla una sola vez en la población de mosquitos para que se mantuviera, sin necesidad de hacer sueltas periódicas y, sobre todo, sin exterminar a los insectos, como se hace en otras aproximaciones.

Reemplazo vs erradicación

“Lo que está haciendo esta tecnología es crear una barrera invisible que impide que el virus se transmita”, explica Eduardo Quevedo, médico y experto en salud pública, gerente de relaciones externas del Programa Mundial del Mosquito para las Américas. “Nosotros no erradicamos a los mosquitos, lo que hacemos es un reemplazo de la población”. El equipo de O’Neill no es el único que está utilizando Wolbachia en mosquitos para intentar frenar el impacto de estas enfermedades, pero es el único que suelta tanto machos como hembras para que el sistema se mantenga en el tiempo y no altere el equilibrio de los ecosistemas. Empresas como Verily, que pertenece a Google, sueltan solo machos con Wolbachia, lo que resulta más popular —sobre todo en zonas turísticas— porque el macho no pica. 

La estrategia de estas otras iniciativas se explica por un hecho muy sencillo: cuando un macho con Wolbachia fecunda a una hembra sin la bacteria, los huevos de la pareja no eclosionan, por lo que si sueltas machos con Wolbachia en la naturaleza, durante un tiempo reducirás la población de mosquitos, aunque al cabo de unos meses se restablecerá y tendrás que hacer nuevas sueltas. En todos los demás escenarios, en los que los dos mosquitos tienen la bacteria o cuando solo la tiene la hembra, la descendencia seguirá estando colonizada por el parásito. “Ellos sueltan machos para eliminar poblaciones, nosotros liberamos tanto machos como hembras para garantizar que tengan Wolbachia a lo largo del tiempo”, resume Nelson Grisales. “Desde las primeras liberaciones en Australia los niveles se han mantenido altos, y los modelos predicen que será así durante al menos 70 años”.

Por este motivo es muy importante monitorizar la implantación de los mosquitos con Wolbachia desde el mismo momento en que se inician las liberaciones de insectos. Es lo que están haciendo los responsables de la campaña de MSF en El Manchén, en Tegucigalpa, donde se capturan mosquitos a diario y se analizan después mediante PCR en la Universidad Nacional de Honduras. “Después de algo más de un mes estamos en un 32% de presencia de mosquitos con Wolbachia en la población —informa Edgard Boquin— y esperamos llegar al 80% al final de la campaña, que es la cifra en la que la presencia de la bacteria se hace autosostenible”.

Las sueltas de mosquitos terminarán en febrero de 2024 y, si todo sale como está previsto, a finales de ese año se verá un descenso de hasta un 80% en el número de casos de dengue. Pero la batalla no se detiene aquí. En estos días se están haciendo sueltas de mosquitos en tres ciudades de El Salvador —informa Boquin— y se prepara una liberación masiva en Brasil, uno de los países más afectados por estas enfermedades. Se calcula que cada año se infectan con el dengue unos 400 millones de personas, y cientos de miles más se ven afectadas por el zika, el chikungunya y la fiebre amarilla.

Se calcula que cada año se infectan con el dengue unos 400 millones de personas, y cientos de miles más se ven afectadas por el zika, el chikungunya y la fiebre amarilla

En el Programa Mundial del Mosquito estiman que han evitado 600.000 casos y 40.000 hospitalizaciones, pero todavía queda mucho camino por recorrer. Son pequeños pasos en la larga carrera para erradicar los virus transmitidos por Aedes aegypti, que lleva siglos produciendo sufrimiento en las zonas más pobres de la Tierra. Y todo gracias a un polizón inesperado, en forma de bacteria, que va camino de convertirse en la bala de plata que la naturaleza se guardaba en la manga contra la enfermedad.