El aparentemente irrefrenable incremento de los precios de la vivienda en España está expulsando de las ciudades a sus habitantes. Vecinos de siempre, estudiantes y trabajadores tienen que abandonar sus hogares porque seguir abonando la renta se hace insostenible ya no en el centro, sino en varios kilómetros a la redonda de las urbes. En Madrid, por ejemplo, el precio del alquiler se incrementó un 10,8% en septiembre respecto a un año antes –según el cálculo del portal inmobiliario Idealista–, siguiendo una curva ascendente que ya ha vuelto a niveles previos al confinamiento por la pandemia. Situaciones similares se repiten en Málaga, Palma o San Sebastián, según testimonios recogidos por elDiario.es.
Estudiar y trabajar en Madrid: De cinco minutos andando a 90 en metro
Conforme se acercaba el fin de curso, Juan Carrión, de 22 años, empezó a buscar piso en Madrid. Estudiante de ingeniería informática en la Universidad Complutense, adonde llegó desde Murcia en 2019, llevaba tres años compartiendo piso en Moncloa, cerca de la ciudad universitaria. Pagaba 400 euros por una habitación, pero decidió dejarla por motivos personales. Aunque sabía que los precios estaban subiendo, confiaba en encontrar acomodo y pagárselo con su primer sueldo, porque acababa de encontrar trabajo. Cuatro meses dedicó a la tarea. Ahora paga 800 euros en Carabanchel alto, ya no en la línea divisoria de la M-30, sino cerca de la M-40, casi en Leganés. Tarda en llegar a la Escuela una hora y media en transporte público, cuando antes iba andando.
“Estoy terminando la carrera y después ya veré”, se plantea Carrión, que destina a pagar el piso más de la mitad del sueldo. “Empecé buscando con otro compañero, a ver si con 500 euros cada uno podíamos”. No hubo forma. “Te pedían 1.200 o 1.300 más fianza, más comisión de agencia”. El gas y la luz, con las facturas disparadas, van aparte. “Fue imposible”, cuenta. Acabó en Carabanchel, pero “incluso en Móstoles”, los precios están altos. La referencia a Móstoles está de actualidad después de que un economista televisivo le afease a una entrevistada que quisiese vivir cerca del trabajo y no en este municipio del suroeste, segundo en población de la Comunidad de Madrid, con casi 210.000 habitantes. Pero allí los pisos tampoco son una ganga. El ingeniero primerizo no encontraba nada por menos de 600 euros. Así las cosas, en cuanto termine los estudios se plantea dejar Madrid. Amigos que conserva en Murcia pagan “250 o 300 euros”, cuenta. Al menos él tiene una profesión con salidas laborales, pero otros estudiantes, compañeros suyos, están “sin ninguna visión de futuro”, advierte.
El alza afecta a los universitarios de la España radial y también a madrileños de toda la vida. Elena Seoane, consultora de 33 años, vivía cerca de la estación de Atocha, próxima a los grandes museos y los autobuses turísticos. Allí empezó pagando 880 euros en 2018, pero al final eran bastante más, porque los caseros, grandes propietarios, le cobraban hasta la tasa de basuras. Todos los años, por contrato, le subían 3%. En 2021 dijo basta y se marchó a Torrejón de Ardoz con su pareja. Encontraron un piso mejor y más barato, y como teletrabaja varios días a la semana, los desplazamientos a la oficina no le quitan tanto tiempo. Pero el vínculo con la ciudad se resiente. “A los dos nos gustaba Madrid; si hubiéramos podido encontrar algo nos hubiéramos quedado”, explica.
Málaga, precios de récord en récord
A Eva Rodríguez, asesora fiscal de profesión que vivía en Málaga, le dieron un susto de muerte el 25 de julio de 2018. Aquel día, su casero la informó de que a partir del mes siguiente le subiría el alquiler: ya no serían 550 euros, sino 850. Un 35% más. “Imagina mi cara. No se me va a olvidar en la vida”, recuerda. El alquiler medio en la ciudad andaluza ha pasado de 7,3 euros por metro cuadrado en julio de 2016 a 11 euros en septiembre de 2022, según datos de Idealista. La escalada sigue: es un nuevo máximo histórico, el 50% más que hace seis años, el 16,5% más que hace un año y el 1,5% más que en agosto.
La vivienda turística es la causa principal del incremento, según un estudio municipal, pero también influyen factores como la presión que ejercen los trabajadores de las nuevas empresas tecnológicas. Vista la situación, Rodríguez y su pareja fueron ampliando el radio de búsqueda. Han acabado en La Cala del Moral, a 20 minutos del centro de Málaga en coche. Hoy no quiere volver, aunque por primera vez dependa del vehículo para trabajar. “Me paso el día en la oficina. Si me voy a gastar todo el dinero en alquiler, ¿para qué lo quiero?”, se pregunta. Además, había dejado de disfrutar el centro. “El sonido del día a día eran las maletas rodando por el suelo, y siempre estaba lleno de gente borracha”. Su antigua casa sigue en alquiler residencial. Eso sí, el dueño volvió a subir el precio en cuanto Eva se fue: ahora ya son 950 euros.
Compartir piso en Palma con otras familias o irse a 30 kilómetros
Guido Galvino, camarero de 37 años, vivía con su mujer y sus dos hijas en Son Cladera, a las afueras de Palma. “Un barrio humilde”, detalla. Sin embargo, su casera, que les iba renovando el contrato de alquiler de año en año -algo “totalmente ilegal”, abunda-, pasó de cobrarles 500 euros en 2016 a 750 en 2019, una cantidad que les era imposible asumir.
“Veíamos precios de 1.450 euros para pisos en los que apenas habríamos cabido. Los dos trabajando y no podíamos pagarlos. Entonces empezamos a mirar fuera. En Inca -a 33 kilómetros de Palma-, donde todos los pisos ya estaban cogidos, en Campos...”, relata Galvino, que recuerda cómo un día, hablando en la barra, una clienta le dijo que estaba reformando su piso para alquilarlo. “Le pregunté que cuánto pedía. Y al responderme que 600 euros, le dije: 'Mío'. El piso está en Binissalem, a 27 kilómetros de la capital balear, a donde se desplaza diariamente en tren. En medio del contexto actual, reflexiona: ”Tengo muchos conocidos que tienen que compartir piso. ¿Esa es la solución? ¿Por qué tengo que compartir mi intimidad con otra gente?“
Fianzas de tres meses y racismo inmobiliario en Donostia
En Euskadi solo el 15,5% de los jóvenes puede emanciparse, con unos alquileres que suponen el 80,2% de su sueldo, según los datos del segundo semestre del 2021 del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud. La ciudad vasca en la que el alquiler es más caro es Donostia, donde el alquiler medio se sitúa en 911,4 euros al mes, espoleado por la inflación y el turismo. El auge de los pisos para quienes vienen de visita fue, precisamente, el que sacó de su vivienda a Lydia Mosquera, de 25 años, que vivía con su pareja en el bastante céntrico barrio de Amara. Su casera los sorprendió en verano con que el piso en que vivían pasaría a ser de alquiler turístico. “Nos vimos en la calle”, cuenta.
Comenzó la búsqueda, infructuosa: “Los alquileres […] estaban por las nubes. No bajaban de 900 euros y muchas de las casas que veíamos eran viejas y no tenían permiso de habitabilidad”, indica. Eso, sin contar las condiciones: “Te pedían requisitos como tener avales, tener en tu cuenta bancaria ahorros superiores a la anualidad de lo que te va a costar el alquiler y una fianza de tres meses”. Finalmente encontraron un piso de 40 metros cuadrados por 750 euros en Errentería, a 10 kilómetros. “Los dos tenemos que ir al trabajo en coche y, aunque solo sean son 15 o 20 minutos, supone un gasto extra en gasolina, pero por lo menos tenemos un alquiler que nos podemos permitir”.
Hasta Urnieta, a 15 kilómetros de Donostia, tuvieron que irse Maialen y su pareja, que es de África, lo que les ha supuesto otra traba para encontrar vivienda, aparte del precio. “El racismo inmobiliario ha impedido que en las pocas ocasiones que veíamos que podíamos pagar el alquiler de un piso en la ciudad nos cerraran las puertas. Yo siempre he tenido trabajo, soy profesora de Secundaria y tengo contrato indefinido. Aun así, fue imposible en su momento y hoy en día lo es más”, critica. En Urnieta pagan “600 euros al mes por una casa de poco más de 30 metros cuadrados”, y eso que la consiguieron “hace cinco años, porque hoy no hay nada por menos de 700 euros en los pueblos de alrededor de Donostia”. La pareja vive ahora dependiendo de los horarios del transporte público, ya que su trabajo, familia y amigos están en la ciudad.
Con información de Maialen Ferreira (elDiario.es Euskadi), Néstor Cenizo (elDiario.es Andalucía) y Esther Ballesteros (elDiario.es Illes Balears)