Mudarse o hundirse: la subida del nivel del mar fuerza el traslado de una comunidad nativa en EEUU

Marta Montojo

Isle de Jean Charles (EEUU) —

Dos horas hacia el suroeste de Nueva Orleans, yace sobre los pantanos de Louisiana una isla que, durante generaciones, ha sido el hogar de los Biloxi Chitimacha Choctaw, una tribu de nativos americanos originaria del sur de Estados Unidos. En las últimas décadas, sin embargo, el aumento del nivel del mar -acelerado por el cambio climático- ha forzado a muchas de las familias de esta comunidad autóctona a abandonar su isla, y las que quedan no durarán mucho más tiempo allí. El lugar está, literalmente, desapareciendo en el agua.

Desde 1955, Isle de Jean Charles ha perdido el 98% de su superficie a causa de la subida del nivel del mar. El sitio, convertido ahora en una ciénaga atestada de mosquitos, solía tener campos arbolados que ahora están sumergidos bajo el agua, según rememoran los habitantes de la aldea.

La carretera que conecta la isla con la parte continental de Louisiana está también erosionándose, cediendo espacio al humedal sobre todo en los días de huracanes y tormentas tropicales, que -también a consecuencia del calentamiento global- son cada vez más frecuentes y virulentas. Cuando esto sucede, los grandes charcos que se forman sobre el asfalto bloquean el acceso a la isla, y la población local teme que, en esas condiciones, las ambulancias no logren cruzar la carretera inundada y no puedan dar asistencia médica a quien la precise.

Todo ello ha llevado a la localidad de Isle de Jean Charles a convertirse en la primera de Estados Unidos en recibir ayuda económica federal para ser trasladada por completo a tierra firme. Concretamente, se prevé que los los Biloxi se muden a una plantación de azúcar a las afueras de la ciudad de Houma, donde podrán estar, al menos temporalmente, a salvo de tales inundaciones.

El plan de relocalización de la comunidad, presupuestado en 48 millones de dólares, bebe de los fondos federales de más de 92 millones de dólares que recibió el Estado de Louisiana en 2016, todavía bajo la Administración Obama, para el programa LA Safe (Louisiana a salvo), de resiliencia frente al calentamiento global. La iniciativa coordina 10 planes de adaptación que deberán haberse completado para septiembre de 2022, incluido el de Isle de Jean Charles.

Pero en estos momentos el proyecto de relocalización en la isla está paralizado, asegura a eldiario.es el reverendo Roch Naquin, residente y natural de la isla. “El Estado ahora pretende quedarse con nuestra propiedad y con nuestras casas, y hay gente que, con estos términos, no quiere marcharse. Ese no era el acuerdo inicial”, reclama.

Desde el estado de Louisiana corrigen esta afirmación. Aducen que los habitantes en la isla que elijan mudarse sí podrán mantener sus propiedades y viviendas en la isla para visitarlas cuando quieran, siempre y cuando no vivan ahí permanentemente. “Es crucial que los residentes tengan un acceso continuado a su isla para llevar a cabo sus propósitos rituales, culturales, históricos y recreativos”, señalan a este diario fuentes de esa administración.

Recalcan que las familias de Isle de Jean Charles que decidan abandonar la isla tendrán varias opciones: trasladarse a la localidad que el estado ha acondicionado para ellos o recibir ayuda estatal para comprar una casa en otra zona que también presente un menor riesgo frente a las inundaciones. En todo caso, matizan, la financiación para adquirir una nueva vivienda sólo se ofrecerá a los residentes que se trasladen de la isla.

Hasta la fecha, Isle de Jean Charles se ha encogido desde los 17 km de largo y 8 km de ancho de su extensión original hasta los 3 km de largo y menos de medio kilómetro de ancho que ocupa en la actualidad. El enclave, tradicionalmente un foco de autoabastecimiento para pescadores y cazadores, hoy está prácticamente deshabitado.

“Ahora todo lo que hay es agua”, lamenta el reverendo Naquin. “Cuando era joven, todo el mundo tenía una granja, y las casas disponían de grandes jardines. Hoy podemos contar los árboles que nos quedan, pero antes teníamos muchos más. Ahora todo es agua”, reitera.

Bisnieto de Jean Charles Naquin, fundador de la isla, Roch Naquin es a sus más de setenta años el último de su familia directa que queda allí. Y no piensa moverse. “Si la isla desaparece, lo hará igualmente. Si no, estaré en casa”, afirma.

Sin embargo, en una o dos generaciones, incluso los habitantes de Isle de Jean Charles que se hayan instalado en la nueva localización, deberán mudarse de nuevo, pronostica Torbjörn E. Törnqvist, profesor en la Universidad de Tulane y especialista en la alteración del nivel del mar. “Claro que, en ese punto, todo Houma deberá mudarse, por lo que cientos de miles de personas estarán en esas mismas circunstancias”, puntualiza.

En efecto, la comunidad de Isle de Jean Charles no es la única en la región que sufre en primera persona los efectos del aumento del nivel del mar. El plan estatal de sostenibilidad para la costa de Louisiana sugiere que, para el año 2067, la mayor parte de la zona inferior a la Interestatal 10 -desde el Lago Charles hasta Slidell- quedará bajo el agua, incluso cumpliendo con el programa de LA Safe.

Y es que Louisiana es víctima de la subida del nivel del mar por partida doble, o, para ser más precisos, cuádruple. Este estado experimenta una ratio de aumento cuatro veces mayor que la media global. “Mientras que el nivel del mar está aumentando en todo el mundo, de media, 3 milímetros por año, en Louisiana el aumento es de 12 milímetros por año”, indica Törnqvist.

La principal razón, explica este experto, es que al mismo tiempo que el calentamiento global propicia la subida del nivel del mar -mediante la dilatación del agua y el derretimiento de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida- Louisiana se está hundiendo por causas tanto naturales como derivadas de la actividad humana. “Aquí, el cambio climático es probablemente un cuarto del problema del aumento del nivel del mar”, sostiene. El resto se explica por otros motivos, como la acción natural del delta del Mississippi: “Los grandes deltas se componen mayoritariamente de barro, de sedimentos muy finos. Estos son arrastrados por el río y depositados en los márgenes de la costa. Al principio contienen gran cantidad de agua, pero una vez son enterrados bajo varias capas de tierra, terminan expulsando el agua por su propio peso. Entonces la tierra se contrae -se compacta- y, como resultado, el terreno se hunde”, detalla Törnqvist.

También hay otras cuestiones relacionadas con la acción humana que están incidiendo en este asunto, como la apertura de los canales para la navegación o para la industria petrolera, que es uno de los mayores pilares de la economía de Louisiana. Este investigador, que centra su estudio en la geología del delta y en la paleoclimatología, entre otras áreas, arguye que la instalación y amplitud de los canales está fragmentando el terreno y, además, lo está erosionado: “La ampliación de los canales ha dado lugar a que haya olas, y éstas han intensificado la erosión. En este caso, el paisaje se ha modificado deliberadamente, de forma que actualmente hay canales que son hasta cinco veces más anchos respecto a como eran originalmente”.

Un problema global

Pero el aumento del nivel del mar no es, en absoluto, una cuestión local. “Si ponemos el foco sobre cuestiones concretas la gente siempre va a pensar que se trata de un problema de otros”, advierte  por teléfono, desde Florida, el oceanógrafo John Englander, experto global en aumento del nivel del mar y autor del libro High Tide (Marea alta).

“No es sólo Louisiana, ni es Florida, ni es Virginia; es Copenhague, es Mumbai, es Bangladesh, es España…”, insiste este experto.

Englander no se muestra optimista respecto a la posibilidad de revertir la situación: “Ya estamos a dos tercios del camino hasta llegar al grado y medio de calentamiento, y es altamente improbable que logremos mantener la temperatura por debajo de ese límite”. Argumenta que, incluso si tuviéramos cero calentamiento, “algo imposible a estas alturas”, subraya, miles de ciudades costeras se verán afectadas por el aumento del nivel del mar igualmente. “Hay que olvidarse del grado y medio y hay que olvidarse del año 2100”, abunda.

A su juicio, la humanidad ahora solo puede hacer tres cosas: prepararse para el aumento del nivel del mar inevitable, ralentizar el calentamiento global mediante la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y adaptar las ciudades para los próximos eventos climáticos extremos. Para ello propone tres vías: el traslado de los asentamientos humanos a tierras más elevadas, la mejora en el diseño de edificios hacia unos más altos y resistentes y el uso de ingeniería hidráulica (como los sistemas de bombeo y expulsión del agua empleados en urbes como Amsterdam).

También David Waggonner, reputado arquitecto en la región, conocido sobre todo por su papel en los planes urbanísticos de Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina (en 2005), alienta a huir del “mito” de 2100. “Es una ficción pensar en 2100 como si ese año fuera a cambiar la situación, como hacía la gente cuando imaginaba la llegada del 2000 y el cambio de milenio. El número es sólo un punto en la curva, pero ésta empieza mucho antes. Los efectos sobre la civilización ya se están sintiendo y ahora solo podemos estudiar cómo organizar a la sociedad para que aprenda a vivir con el agua, lo que pasa inevitablemente por determinar una línea económica”, cuenta a eldiario.es.

Entre los múltiples proyectos que tiene en marcha, Waggonner está involucrado a encargo del estado en el plan de relocalización de Isle de Jean Charles. Alega que los habitantes de la isla serán relocalizados a una tierra donde recibirán una propiedad y una casa mejor que la que tienen actualmente, pero comprende que les sea complicado dejar su hogar.  Separarnos de nuestras raíces es, en su opinión, uno de los grandes retos que tenemos por delante como sociedad: “No es tan fácil moverse, quizá tengamos una conexión con el territorio mayor de la que pensamos”, reflexiona. “Pero es lo que ocurre cuando el medio ambiente se degrada, que la comunidad queda devastada. Los que tienen buena salud se van, los ricos se van y, al final, son los que tienen menos recursos los que se quedan en el limbo”, sentencia.