Karina Batthyán es socióloga y la actual Secretaria Ejecutiva del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Sus investigaciones, centradas en la división sexual del trabajo, los cuidados, la desigualdad en el reparto de los tiempos y las tareas, están plasmadas en varios libros, como Miradas latinoamericanas a los cuidados o Políticas del Cuidado. Batthyán ha estado esta semana en el I Congreso Internacional de Género y Educación, celebrado en el campus de Soria de la Universidad de Valladolid y que inauguró la ministra de Igualdad, Irene Montero.
Usted habla de la división sexual del trabajo cuantitativa y también cualitativa, ¿qué significa eso?
Si miramos las mediciones de uso del tiempo, que sirven para ver qué hacemos todas y todos con nuestro tiempo durante el día, nos encontramos con lo cuantitativo: las mujeres destinamos mucho más tiempo que los varones a las actividades domésticas y de cuidados. Pero además encontramos que no es solo un problema de cuánto tiempo sino de qué actividades hacemos unas y otros, y en lo que tiene que ver con el cuidado, las mujeres estamos sobre todo en aquellas actividades que hay que hacer, que es necesario hacer para el bienestar de las otras personas. Son las actividades asociadas a lo vital.
Mientras, los varones están en actividades que son más flexibles en cuanto al tiempo, es decir, no se tienen que hacer a las ocho de la mañana o de la tarde o a las tres del mediodía, sino que pueden flexibilizarse a lo largo de la jornada, se hacen cuando queda tiempo o cuando se puede. Esas actividades suelen estar más vinculadas a lo lúdico, como jugar con los niños, a dar pautas de conducta... Requieren menos precisión en el uso del tiempo y es menos grave si no se hacen en ese momento. Esa es la diferencia cualitativa.
¿Qué consecuencias tiene que las mujeres se encarguen más de esas tareas inaplazables?
Implica una carga mental cotidiana, una tiene que organizar sus tiempos y su vida en función de esas tareas, de estar disponible en los horarios necesarios y de contar también con los insumos necesarios para hacer esas tareas. Por ejemplo, no puedo alimentar a un niño si no tengo los productos para hacer la comida así que también tengo que gestionar al menos mentalmente esa compra, advertir que hay que hacerla, qué hay comprar, qué falta...
"Las mujeres destinamos mucho más tiempo que los varones a las actividades de cuidados. Pero además las mujeres estamos sobre todo en aquellas actividades que hay que hacer, que es necesario hacer para el bienestar de las otras personas
Yendo a tareas concretas, ¿qué diferencias por sexo hay?
Limpiar el baño es la tarea que menos hacen los hombres. Depende de las encuestas, pero cuando se analizan esas tareas se ve que encontramos a las mujeres en las que no son las más agradables de realizar. Por ejemplo, una típica es limpiar el baño: es una de las tareas que hacen más las mujeres que los varones. Los varones se ubican más en limpiar la loza, poner la mesa...
Sobre la carga mental y tener que coordinar los tiempos propios y los de las tareas, los primeros estudios muestran que el teletrabajo durante la pandemia ha sido una trampa para las mujeres porque de alguna manera se ha reproducido las brecha de siempre. Es decir, no ha servido para aumentar la corresponsabilidad, sino para aumentar el estrés y la carga mental de las mujeres.
Exacto, los estudios que empiezan a salir sobre el año 2020 muestran que lejos de atenuarse la división sexual del trabajo con todos los cambios que implicó la pandemia, se ha agudizado más. Por otro lado, muestran que volvemos a una etapa que hacía mucho tiempo que no existía, no de manera tan generalizada, que es la coexistencia en el mismo espacio de lo productivo y de lo reproductivo, todo dentro de la casa. Eso aumentó la carga, entre otras cosas porque la externalización de las tareas domésticas y de cuidado, fueran remuneradas o no, desapareció por la imposibilidad de moverse. Esa intensificación del trabajo de cuidados no se distribuyó equitativamente entre hombres y mujeres, una vez más hubo mayor carga para las mujeres.
La tercera cosa es que hubo un discurso social muy asociado a la romantización del 'quédate en casa', del cuidado, como que hubiera sido algo fantástico, y para las mujeres se convirtió en una trampa. Una trampa incluso mortal para algunas mujeres que tuvieron que quedarse en casa al lado de su agresor. Y en cualquier caso, no me hables de la romantización del quedarse en casa cuando tuvimos que preocuparnos de todo lo que ya hacíamos más el cuidado y otros trabajos, como las tareas escolares de los hijos y asumir por tanto roles de maestras y de apoyo escolar.
No me hables de la romantización del quedarse en casa cuando tuvimos que preocuparnos de todo lo que ya hacíamos más el cuidado y otros trabajos, como las tareas escolares de los hijos
¿Puede tener esto consecuencias a largo plazo?
Va a depender de cómo nos organizamos una vez que salgamos de manera más estable de la pandemia. De cómo nos organicemos colectivamente y cómo se organicen las políticas públicas y los servicios necesarios para solventar los cuidados. Puede haber algunos retrocesos, de hecho la CEPAL para América Latina habla de un retroceso de diez años en los derechos de las mujeres, tanto en lo que tiene que ver con la autonomía económica como en la sobrecarga de las tareas de cuidados y las distintas dimensiones de la violencia y la desigualdad. Es pronto para evaluar la respuesta colectiva pero hay riesgo de retroceso.
¿Y cómo deberían ser entonces esas políticas públicas para evitar el retroceso? Usted habla de crear nuevos derechos
Principalmente desarrollo el derecho al cuidado, es decir, el derecho que todas y todos tenemos a ser cuidados durante todas las etapas de nuestro ciclo vital y a su vez el derecho a cuidar, si queremos hacerlo, a nuestros dependientes, no como obligación sino si quiero hacerlo. Hay que entender que todos somos interdependientes, creer que somos sujetos autónomos e independientes es falso. Todos hemos necesitado y necesitaremos en algunos momentos de nuestra vida cuidados y alguien los tiene que proveer. Hay que garantizar el derecho al cuidado como en el pasado se garantizó el derecho al trabajo, a la educación o a la salud.
"Hay que garantizar el derecho al cuidado, que la posibilidad de una persona de ser cuidada no dependa exclusivamente de sus redes familiares, de cuán densa sea esa red, de si hay o no una mujer
¿Cómo podemos garantizar el derecho al cuidado?
Como cualquier derecho: generando mecanismos colectivos para el ejercicio de ese derecho. Hay distintas políticas, las de tiempo, las de servicios... garantizar dispositivos de cuidados y que la posibilidad de una persona de ser cuidada no dependa exclusivamente de sus redes familiares, de cuán densa sea esa red, de si hay o no una mujer. Si los servicios son públicos, privados, comunitarios o mixtos, esa es otra discusión. Yo puedo tener mis preferencias y pensar que estos servicios es mejor que estén en la órbita de lo público, pero lo que no podemos es renunciar a la regulación, que es competencia del Estado. Cuando decimos servicios es sobre determinado suelo, determinar qué es cuidar bien, cómo garantizar la calidad... El estado tiene la obligación de poner esas normas y fiscalizar que se cumplan.
Atendiendo a la experiencia, y tenemos el ejemplo reciente de la pandemia y las residencias de mayores, ¿realmente se puede garantizar la calidad de esos servicios si salen al mercado?
Eso depende del contexto nacional, pero si me preguntas mi opinión yo creo que no y que esos servicios y políticas deberían ser públicos para asegurar no solamente las bases mínimas de prestación sino también que sean universales. Pero ese es otro terreno de la discusión. Lo importante es que existan políticas y se fiscalicen. Tiene que haber estándares mínimos.
Dice usted que para cualquier país es más caro no tener políticas de cuidados que tenerlas, entonces, ¿por qué esa resistencia a articularlas?, ¿no le conviene al sistema que no existan?
Hay resistencia porque atenta contra la división sexual del trabajo, remite al nudo crítico de las desigualdades de género, esa división y esos procesos de socialización femenina y masculina. Pero eso no es un argumento económico, porque cuando vemos cuánto costaría tener estas políticas vemos que tenerlas, por el proceso de activación que supondría, es menos caro que no tenerlas. ¿Por qué no las tenemos? Porque implica cuestionar la división sexual del trabajo y algo más profundo: desplazarse de lo que hoy es la sociedad del mercado, donde todo está regido por el mercado, a una sociedad del cuidado que remite a muchos núcleos que no necesariamente están dispuestos a transformarse.