Aparcó su autobús en la puerta de un bar de carretera. Entró y se sentó en la barra con su uniforme de conductora y el cansancio acumulado después de una larga jornada. “¿Eres consciente del trabajo que estás haciendo?”, le increpó un hombre mirándola de arriba abajo. Ella le devolvió la mirada. Pensó que estaba bromeando. Pero no. “Le estás quitando el trabajo a un padre de familia”, volvió a cargar él. “¿Tiene algún problema conmigo?”, preguntó ella desafiante. “Sí, que eres una mujer”.
Ocurrió hace unos años. No muchos. Ella era Inma Ochando, una de las cuatro conductoras de autobuses urbanos que había en Murcia cuando empezó a trabajar hace 11 años. Ochando se separó y tuvo que buscar trabajo. “Tenía muchas facturas que pagar y dos hijos a los que mantener”, cuenta ahora por teléfono. Empezó trabajando en la fábrica de Matutano, “repartiendo patatas”, entre semana. Y sábados y domingos servía mesas en un bar.
Pero ella quería algo más. Un trabajo que le gustara de verdad. Se enteró de que Alsa buscaba empleados y decidió sacarse el carné. Siempre había querido hacerlo, pero su exmarido “no estaba por la labor”. Incluso su madre le decía que se dejara “de tonterías” y se ocupara de sus hijos. No le hizo caso a nadie. Continuó con sus dos trabajos y las clases en la autoescuela. “Había días que dormía menos de cuatro horas”. Estaba exhausta, pero no lo dejó.
La empresa de autobuses le prometió un contrato si se iba a Madrid durante tres meses para prepararse. Ella no quería. No podía dejar a sus hijos tanto tiempo. Pero ocurrió algo que le hizo cambiar de opinión. Un comentario de su jefe. “Estando tú aquí seguro que vienen más hombres solo por verte”, le dijo. Y le sentó fatal. “Me vi aguantando a borrachos y soportando que a alguno se le ocurriera darme un cachete en el culo”. Ese mismo día se presentó en Alsa y les dijo “¿dónde hay que firmar?”. Desde entonces conduce con orgullo su autobús. “Todavía queda mucho por hacer”, opina. “Este sigue siendo un trabajo muy masculinizado”. De 140 trabajadores, solo 20 son mujeres.
“La gente sigue sorprendiéndose al verme al volante. Parece que solo los hombres son capaces de llevar vehículos grandes”, ironiza. A sus 47 años ha oído “toda clase de comentarios”. “Más de una vez alguna señora mayor me ha preguntado si iban seguros conmigo”. ¿Y qué respondes? Ochando ríe. “Les digo: 'No señora, agárrese bien, que me acabo de sacar el carné”.
“A veces son más machistas las mujeres que los hombres”, asegura. “Estamos llenos de prejuicios. Y solo vamos a superarlos normalizando estas situaciones. Si cada vez es más frecuente ver conductoras, la gente dejará de sorprenderse”.
Abrir camino
Este es solo un ejemplo de las decenas de trabajos que todavía hoy se consideran casi un coto privado para hombres. Cada vez son más, sin embargo, las mujeres que se interesan por estas ocupaciones. Y son ellas las que poco a poco van abriendo camino a las nuevas generaciones. “Al principio me costó mucho integrarme y demostrar que valía”, cuenta Cristina del Álamo. Lleva ocho años ocupándose del mantenimiento de las carreteras madrileñas. Desde quitar animales muertos a pintar las señales de tráfico o conducir los quitanieves. Es la única mujer entre 18 hombres.
Sus compañeros no creían que fuera capaz de realizar el mismo trabajo que ellos. No admitían que diera su opinión sobre la mejor manera de llevar a cabo un cometido. “A ti no te pagan por pensar” o “tú no me vas a enseñar a hacer mi trabajo” eran algunos de los comentarios más frecuentes. Pero ahora las cosas han cambiado. Ella es uno más. Ya nadie la cuestiona. Al menos no en serio, porque las bromas de género continúan.
Como Ochando o del Álamo, muchas mujeres han tenido que soportar que cuestionaran su capacidad o incluso su derecho a trabajar. María José Rodríguez empezó en la construcción con 25 años, recién diplomada en arquitectura técnica. Ahora, con 42, relata una conversación con un subcontratista que se le ha quedado grabada. “¿Tú eres el jefe de obra?”, preguntó él alucinado. “Sí”, respondió ella sin más. “Ah, no, yo con mujeres no trabajo. Dais mal rollo”, sentenció él. Pero al final tuvo que pasar por el aro. “Le propuse que probásemos unos días. Y luego no quería trabajar con nadie que no fuera yo”.
El boom inmobiliario atrajo a muchas mujeres a la construcción. “Durante aquellos años, era fácil encontrar trabajo”, explica Elena Blasco, secretaria de Salud Laboral de CCOO. La cifra de trabajadoras se duplicó entre 1990 y 2000, de 40.480 a 83.200. Y el máximo se alcanzó en 2008, con 177.650 trabajadoras en España. Aún así solo representaban el 10,7% de los empleados. A partir de entonces, los despidos empezaron a llover. “Ahora es muy raro encontrarse con mujeres albañiles, electricistas o gruistas. Antes de la crisis había pocas, pero había”, señala Blasco. Rodríguez solo ha coincidido con una mujer “a pie de obra” en sus 17 años de profesión.
A comienzos de este año había 93.300 mujeres trabajando en el sector. La mayoría, técnicas, ingenieras y administrativas, con una alta cualificación, explica Blasco. Representan el 7,38% del total de trabajadores y ocupan mayoritariamente puestos intermedios. Ni en la grúa, ni en los grandes despachos. A sus 34 años, y con una década de experiencia a sus espaldas, Blasco considera que, a pesar de los obstáculos con los que todavía luchan, el trato hacia ellas ha mejorado.
Cuando empezó le resultaba difícil hacer valer su criterio. “Fuera de la obra caía bien, pero en cuanto les decía que no quitasen la barandilla o que se pusieran los guantes me contestaban cosas como 'una mujer no me va a decir cómo hacer mi trabajo' o 'seguro que no sabes ni ponerte el casco”. A pesar de la mejora de la situación, todas las trabajadoras consultadas aseguran que continúan sintiéndose a prueba todos los días. “A un hombre se le perdona que tenga un mal día. Una mujer no se puede permitir ese lujo”, reflexiona Rodríguez.
Diferencias salariales
La diferencia salarial y el acceso a los puestos directivos son dos de los frentes que siguen abiertos. Las mujeres que trabajan en construcción en Madrid, por ejemplo, cobran 621 euros menos de media que sus compañeros hombres, según CCOO. Pero este no es el único sector en el que sucede. Las mujeres españolas percibieron un 19,3% menos de sueldo por hora trabajada que los hombres, asegura la agencia estadística Eurostat, superando así la brecha salarial media de los países de la zona euro, que fue del 16,6%. Estos datos sitúan a España a niveles de 2002, según el informe Trabajar igual, Conciliar igual, presentado el pasado jueves por UGT.
España se sitúa entre los países de la zona euro en los que la brecha salarial ha crecido más durante la crisis económica. Pero la desigualdad no acaba ahí. Además de soportar la diferencia de sueldo respecto a sus compañeros, un informe de la Organización Mundial del Trabajo (OIT) revela que las mujeres que tienen hijos ganan de media un 5% menos que las que no tienen. Sufren una doble brecha salarial. El documento explica que si se eliminasen lo que llama factores no explicables, atribuibles a la discriminación, y se tuviera en cuenta solo la experiencia laboral, el nivel educativo o el sector industrial, entre otros factores medibles, las mujeres tendrían que cobrar un 2% más.
Lucía García lleva 10 años trabajando en la limpieza de las calles de Madrid. Hace más de ocho sus jefes la ascendieron de peón a capataz porque los hombres, dice, “no sabían tratar con las mujeres y se quejaban siempre de su comportamiento”. A García, sin embargo, fueron ellos los que se lo pusieron difícil. “No acataban mis órdenes porque además de ser mujer, era muy joven”. Tenía 24 años. Y desde entonces, las cosas no han mejorado. “Han ido a peor”. Hace un año se fue a vivir con su novio. Y un encargado le dijo que se preparase si se iba a dedicar a su familia. “Me dio a entender que si pensaba tener hijos, iban a cambiar las cosas”. Desde entonces, le han modificado los turnos y quitado el puesto de encargada, por el que no cobraba el extra mensual que sí recibía el compañero que hacía el mismo trabajo que ella.
Las mujeres representan el 18% de los trabajadores de limpieza viaria en siete de los principales distritos de la capital, según UGT. De ellas, solo dos son capataces, una encargada y otra conductora. El resto son peones. “Es verdad que la incorporación de las mujeres a este trabajo fue tardía, pero llevamos ya 15 años en el sector y aún estamos así”, lamenta Sherezade Talavera, de UGT.
En 1989 se incorporó al cuerpo de bomberos de la Comunidad de Madrid la primera mujer. Ahora son 33 en una plantilla de 1.200. En el ayuntamiento de la capital el porcentaje es aún más anecdótico. De 1.561 trabajadores, solo hay dos bomberas. Las pruebas físicas son el factor limitante. “Se adaptan más a las capacidades de los hombres”, explica Pedro Campos, portavoz de bomberos de CCOO. En la Comunidad llevan 26 años bonificando un 20% la nota de las mujeres que consiguen superar los requisitos mínimos. El Ayuntamiento no ha introducido esta medida hasta hace un par de años para adaptarse a la Ley de Igualdad.
De las 33 bomberas que trabajan en la comunidad, 24 son operadoras. No han tenido que pasar las pruebas físicas. Su función no es apagar fuegos sino coordinar los operativos. “Es un cargo invisibilizado”, se queja Elena Sevillano, de 40 años. “Si imaginas el puesto de mando de un submarino, no te preguntarías si los que están allí son marineros o no. En nuestro caso, como la mayoría somos mujeres, la gente piensa que no somos bomberos. Nos han buscado una ocupación dentro de un trabajo considerado para hombres”.
Sevillano quiso seguir los pasos de su tío y dos de sus hermanos, pero no recibió el aliento que esperaba. “Cuando mi hermano pequeño le dijo al mayor que quería ser bombero, se volcó con él y le ayudó a prepararse las pruebas. A mí no me apoyó. Pero cuando salieron las oposiciones para operador me puso el temario encima de la mesa. Apagar fuegos no era un puesto para mujeres. Esto sí. Y, sin embargo, él nunca diría que es machista”.