“Hemos vuelto a levantar bien alto la bandera de la lucha de la Marea Verde”. Miles de camisetas verdes se han vuelto a echar a la calle este jueves para decir alto y claro que su movilización no ha terminado. Ha sido la guinda que ha puesto punto y final a los dos días de paros convocados por el Sindicato de Estudiantes, que cifra el seguimiento en cerca de un 90%.
Tras la manifestación, la Policía actuó contra algunos grupos que habían participado en la protesta y que se habían trasladado al centro de Madrid para continuar con sus reivindicaciones. Los agentes cargaron concretamente en las zonas de Sol y Callao, aunque se desconoce por el momento si hay detenidos o heridos tras lo ocurrido.
A los alumnos que ya protestaban desde la mañana se han sumado esta tarde cientos de padres y docentes que, aunque no han secundado la huelga, sí han querido apoyar las reinvindicaciones estudiantiles. La subida de tasas, el recorte en las becas y la implantación de la LOMCE son las tres patas de un conflicto que se recrudece con cada nueva decisión del Gobierno.
“10.000 alumnos han tenido que abandonar los estudios universitarios y otros directamente no los empiezan. Más de 400.000 familias mandan a sus hijos al colegio sin libros de texto ni material escolar porque no pueden asumir su coste y otras 50.000 necesitan una escuela infantil, pero no pueden pagarla”, lee Marga, profesora de Historia, en los minutos previos al comienzo de la protesta. El instituto donde da clase, el Mariana Pineda de Moratalaz, sufrió hace dos años la eliminación del Bachillerato de Ciencias. “Los estudiantes se tuvieron que marchar a otro centro que está sobrecargado; si no, siempre queda la opción de la concertada, que oferta nuevos grupos cada año”, se indigna.
A Pilar, profesora del IES Rosa Chacel de Hortaleza, la noticia le llegó hace 15 días. “Que eliminen la ESO progresivamente nos ha venido por sorpresa. Acabar con este centro es acabar con un barrio entero. En una zona deprimida y con tanto paro como la UVA significa dejar morir todo lo demás”, denuncia.
“El año pasado ya se cerraron centros y este que viene vuelven a la carga. Es un suma y sigue. Aunque estemos en la calle, no reaccionan y miran para otro lado”, se queja José Luis Pazos, presidente de la FAPA Giner de los Ríos. Los padres, como los estudiantes, llevan años de lucha y a veces las fuerzas flaquean. “Siempre intentamos venir, también con nuestros hijos, a los que queremos hacer partícipes de esta realidad”, expresa Isabel ante la atenta mirada de sus pequeños.
Al lado, dos madres han montado un tenderete para vender camisetas verdes. A pocos metros hay varios furgones de la policía. “La gente viene menos porque no quieren llevarse un palo. Tienen miedo y algunos, especialmente los que vienen con niños, están empezando a evitarlo”, apuntan.
Separar los disturbios de la protesta
La mayoría coincide en que los disturbios registrados en los dos días de huelga han borrado de un plumazo todo lo demás. “Son minorías que no representan al movimiento estudiantil. ¿Por qué no se cuenta que ha habido más de 50 manifestaciones en toda España sin un solo incidente”?, se pregunta Ana García, que denuncia cómo “el Gobierno trata de criminalizar a los estudiantes” tirando por tierra su “lucha consciente, organizada y pacífica”. Y añade: “Estos grupos ajenos al movimiento están haciendo el juego a la derecha; se lo ponen fácil para que presenten estos altercados como el todo”.
La protesta, que ha finalizado frente a un Ministerio de Educación blindado por policías, se ha dividido en varias cabeceras. En la más numerosa, la de estudiantes, es fácil encontrar a alumnos con dificultades para seguir pagando la carrera. “Vamos tirando como podemos de los ahorros, pero el esfuerzo que tiene que hacer mi familia es muy grande”, reconoce Ramsés, estudiante de Derecho de la Universidad Autónoma.
Quieren hacerse escuchar y cada vez gritan más alto. “Hemos dicho de una forma clara que los estudiantes no nos vamos a dejar robar el futuro”, lee Ana García, secretaria general del Sindicato de Estudiantes, con la mirada puesta en el ministerio de José Ignacio Wert, que tiene enfrente. Pero algunos, como Andrea, cada vez lo ven más negro. “Nos quieren recortar de todos sitios. No sé qué será de mí el año que viene”, reconoce a pocos meses de terminar el último curso de Bachillerato. Y, de repente, entre la multitud se alcanza a oír una voz optimista : “¿Y si otros lo han conseguido, por qué no nosotros?”