“Moros no, España no es un zoo”. “Maricón”. “Pedro Sánchez, hijo de puta”. Una fila de muñecas hinchables al grito de “estas son las ministras del PSOE”. Protagonizadas por grupos de hombres blancos enfurecidos, las protestas frente a la sede del PSOE de los últimos días han acabado con consignas y gestos machistas, homófobos y racistas. Aunque el sentido de la protesta no tiene, a priori, ninguna relación con estos temas, estos lemas y comportamientos han aparecido como una especie de ritual de un grupo de hombres que los utilizan para reafirmar su españolidad... y su masculinidad.
El catedrático de Derecho Constitucional Octavio Salazar, autor de libros como El hombre que no deberíamos ser, explica que este tipo de prácticas y comentarios ofrecen “sentimiento de comunidad” a muchos hombres enfadados, entre otras cosas, por los avances en igualdad y por la presencia del feminismo.
“La comunión de estos sectores tiene un elevado grado de componente misógino, homófobo y excluyente, ya que busca amparo en el orden tradicional y, en nuestro caso, en una idea de España muy ligada a la ficción de la unidad y la negación de la diversidad. Una percepción que inevitablemente lleva a atacar muy singularmente el feminismo y cualquier movimiento social que cuestione el pacto originario, los repartos desiguales de poder y la construcción heteronormativa de los sujetos. Todo ello sigue siendo expresión del desorden, de lo abyecto, de lo condenable. De ahí los insultos que escuchamos estos días, las supuestas parodias de mujeres con poder político o el recurso de la violencia por la violencia, incluso en el mismo uso del lenguaje, como herramienta de comunicación”, reflexiona.
La construcción de la masculinidad tradicional, subraya Ngoy Ramadhani, defensor de Derechos Humanos que incluye el antirracismo y las masculinidades en su activismo, se hace contra “la otredad”. Así, un hombre de verdad es un hombre que no es homosexual, que no es afeminado, que no es racializado. “Es una manera de decir que todo lo que no es español no nos simboliza y, por supuesto, la españolidad es lo que dicen sus preceptos. Al final, este contexto se ha utilizado para lanzar mensajes de odio”, apunta. La socióloga experta en género y masculinidades Bakea Alonso insiste en la idea de la otredad: “Esas consignas refuerzan quiénes son. La masculinidad se define por oposición; por ejemplo, un hombre de verdad no es maricón”.
El racismo y la homofobia, prosigue Alonso, tienen mucho que ver, por tanto, en la construcción de la masculinidad tradicional: “Eres más hombre en relación a otros hombres. Por eso, otras maneras de ser hombre, otras masculinidades, desde la homosexualidad hasta los migrantes, les molestan”. La amnistía y la investidura terminan por ser una excusa para expresar la rabia y el odio que les permiten reafirmar su identidad a costa de señalar, discriminar y atacar a los otros.
Dice Octavio Salazar que estos días ha recordado una frase que decía Franco: “España es una nación viril”. “Creo que en los comportamientos, actitudes y hasta expresiones que estamos viendo en estos días se pone en en evidencia que lo que está en cuestión es una idea de 'España' y no tanto el cuestionamiento del sistema constitucional. Y esa idea de España ha estado muy vinculada a un pacto patriarcal, a unas esencias que siempre han expulsado a los márgenes a quienes no son normativos. Ese pacto es misógino y también homófobo. Excluye y sanciona. Y esa megaestructura de pensamiento no la hemos erradicado del todo. Pese a lo que hemos avanzado en igualdad, seguimos teniendo las bases de un orden cultural basado en la potencia masculina y en la negación de las potencias equivalentes a las mujeres, como también a quienes no forman parte del pacto. Ya sean migrantes, gays o pobres”, asegura.