La fiebre del oro ha llegado a España. Pero no se trata de pepitas doradas ni de petróleo, los dos tesoros que históricamente han alimentado el sueño de hacer un pozo en la tierra y desenterrar una fortuna. El objeto de esta fiebre –así como su sostenibilidad y rentabilidad, aseguran sus detractores– es más bien etéreo, gaseoso. Un informe del Consejo Superior de Ingenieros de Minas asegura que España esconde bajo tierra recursos de gas natural para 39 años de consumo. ¿El problema? Sólo es posible extraerlos a través del frackingfracking, una controvertida técnica que puede causar serios daños medioambientales.
El Gobierno español ha autorizado en los últimos años unos 85 permisos de investigación (el paso previo a una licencia de extracción de hidrocarburos) a empresas españolas e internacionales, incluyendo algunas que practican esta técnica en Estados Unidos, donde ya hay informes y denuncias por contaminación del agua y el aire en las zonas de explotación. La mayor parte de las prospecciones se encuentran en las cuencas vasco cantábrica, del Ebro o del Guadalquivir. El ministro de industria, José Manuel Soria, se mostró la semana pasada “a favor” de permitir el frackingfracking, siempre que cumpla los requisitos medioambientales. Su ministerio incluso modificó una ley para incluir esta práctica, que se no se ha autorizado en otros países con yacimientos aún mayores que el español, como Francia y Bulgaria.
El fracking consiste en cavar pozos de entre 2.000 y 5.000 metros de profundidad, a los que se les inyecta a altísima presión una mezcla de agua, arena y químicos, que hace estallar las rocas donde está atrapado el gas, liberándolo. El peligro que advierten las asociaciones ecologistas es que estas sustancias pueden contaminar la tierra y las reservas de agua. “A veces se recupera un 80% de los agentes químicos, a veces sólo un 15%”, explica Francisco Ramos, de Ecologistas en Acción. La Plataforma de Municipios libres de fracking, que ya suma un centenar de localidades, asegura que las explosiones pueden generar movimientos sísmicos, y que el agua que se extrae junto con el gas es altamente tóxica y no está claro cuál es su destino. En investigaciones realizadas en Estados Unidos se mencionan también las posibles emanaciones de benceno, un gas considerado cancerígeno.
Lo que para algunos es, controlando los efectos medioambientales, una oportunidad de negocio para el país –el informe de los Ingenieros de Minas habla de “oportunidad de futuro” que podría “crear miles de puestos de trabajo y reducir la notable dependencia energética” española– para otros supone someter a la población a un peligro innecesario. El parlamento de Cantabria aprobó hace unos días la prohibición total del fracking en su territorio, un camino que está previsto que siga también Asturias. En Cataluña se rechazó la propuesta de ICV de vetar esta práctica, aunque se dio el visto bueno a la creación de una comisión de investigación sobre sus posibles efectos nocivos. Y hay iniciativas similares en La Rioja y Andalucía. Sin embargo, con la disposición que modifica la Ley de Hidrocarburos para incluir el fracking, la regulación estatal se impondría sobre las autonómicas. “Una vez que sea legislación básica del Estado español, afectará a todas las comunidades autónomas”, reconoció el ministro Soria el pasado 9 de abril.
La herencia Bush
Que George Bush hijo y Dick Cheney dirigieran el destino de Estados Unidos entre 2001 y 2009 sin duda cambió el mundo. Y no sólo por la guerra de Irak. Las mismas petroleras que se enriquecieron con los millonarios contratos en Medio Oriente también obtuvieron de ese Gobierno republicano carta blanca para exprimir un gran negocio en territorio norteamericano: la extracción del llamado gas no convencional.
El entonces vicepresidente Dick Cheney había pasado, sin escalas, de principal ejecutivo (CEO) de la petrolera Halliburton a la Casa Blanca. Y con el lobby petrolero más cerca del Gobierno que nunca las compañías lograron en 2005 que el fracking quedara expresamente excluido del control de la EPA, la Agencia de Protección Ambiental estadounidense. Los pozos y las explosiones se multiplicaron por todo el país. Y también las denuncias. Halliburton, que hoy es una de las principales proveedoras mundiales de tecnología para esta práctica, se encargó de llegar a acuerdos económicos con todos los demandantes, manteniendo el asunto fuera de los tribunales.
Pero diversos estudios señalan ya consecuencias ambientales visibles. Por ejemplo en Pensilvania, donde se ha detectado contaminación en los acuíferos por la fuga de metano, empeoramiento de la calidad del aire y efectos negativos en la salud provocados por sobre todo por el exceso de benceno. El documental Gasland muestra cómo habitantes de Dimock, Pensilvania, podían incluso prender fuego al agua del grifo de sus casas. Los proyectos de explotación mediante fractura hidráulica en Nueva York se han dado de bruces contra la movilización del mundo del arte y el cine, cuyos argumentos han llegado hasta Hollywood. El actor Matt Damon, miembro de la plataforma Artists against fracking, creada por Yoko Ono y su hijo Sean, es coguionista y protagonista de Tierra prometida, un filme sobre la proliferación de esta técnica que se estrena el 19 de abril.
Si en Estados Unidos el fracking lleva años practicándose, en Europa es casi un desconocido. Sin embargo, las reservas del continente son un atractivo evidente para las multinacionales petroleras, que ven mermar el rendimiento de los pozos norteamericanos, y se han dedicado a investigar y hacer prospecciones en varios países. “El rendimiento puede bajar hasta un 80% en el primer año. Por eso se necesitan cada vez más pozos para mantener la producción”, explica Francisco Ramos.
El Parlamento Europeo ha reconocido en un informe ambiental posibles los posibles efectos adversos de las fracturas hidráulicas si no se practica en un marco de exhaustivo control, algo para lo que la misma UE ha detectado al menos 36 lagunas legales que sería necesario corregir.
Mientras el mapa local de la fiebre del gas se puebla de puntos donde las empresas buscan el preciado oro gaseoso oculto bajo la tierra, las asociaciones medioambientales –y las películas de Hollywood– advierten de que un negocio de poco recorrido temporal puede, cuanto menos, cambiar para siempre el paisaje español.