Neo y Paula, de 16 años, se dejaban la voz el pasado jueves en la manifestación de estudiantes en Madrid en defensa de la salud mental y la educación pública. “Vas a clase y solo ves gente con ansiedad. Vas al instituto a ver a la gente sufrir”, justificaba Paula su presencia. Neo asentía a su lado. “Nos genera ansiedad pensar en el futuro, en buscar casa, en buscar trabajo. Oyes todo el rato que no tenemos futuro, y claro...”, corroboraba.
Las dos estudiantes, acabando la educación obligatoria en 4º de ESO, ponían voz al pensamiento generalizado entre los jóvenes presentes en las protestas de la capital y en las otras 29 manifestaciones convocadas por el Sindicato de Estudiantes. Las personas que tratan con ellos día a día confirman que entre la juventud está más presente cada día la preocupación por su salud mental.
Carles López, de la Plataforma Infancia, explica que en los espacios de escucha que organizan para niños hay dos temas recurrentes que siempre salen: la justicia climática y la salud mental. Los profesionales también lo ven. “Veo más conciencia entre el alumnado y también entre los padres, que acuden rápidamente a servicios de psicología cuando detectan algún problema. Es muy común ahora que los chicos te digan con total naturalidad que están acudiendo al psicólogo, cuando hace unos años esto no se decía en público”, sostiene Ana Cobos, presidenta de la asociación de orientadores Copoe.
La Lomloe se suma al bienestar
El mundo escolar ha detectado la tendencia y la Lomloe se ha sumado a ella. La ya no tan nueva ley educativa es la primera norma que tiene en cuenta el bienestar del alumnado en sus postulados, hasta ahora ignorado por la normativa básica. “El desarrollo emocional es tan importante como el cognitivo, pero la Lomloe es la única ley de educación que hasta ahora ha reconocido la educación emocional o de valores en muchos capítulos [por ejemplo, con la incorporación en las escuelas de la figura del coordinador del bienestar]. Esto es el punto de partida más importante que ha habido para empezar a trabajar la educación emocional”, explicaba hace unas semanas Gemma Filella, de la Universidad de Lleida, en el acto Salud Mental en jóvenes y adolescentes, una prioridad compartida, organizado a tres bandas por los ministerios de Sanidad, Educación y Universidades.
La inclusión de estos aspectos en la nueva ley educativa –que ha recibido fuertes críticas de algunos docentes por sus métodos educativos y, dicen, despreciar el conocimiento– ha reavivado un debate que no es precisamente nuevo, pero sí se escucha estos días con cierta intensidad. ¿Debe la escuela preocuparse por la felicidad de su alumnado y porque se interese en lo que aprende o centrarse en enseñar contenidos porque al colegio se va a aprender y lo demás es (relativamente) accesorio? La discusión –que tiene desde una y otra posición muchos matices– apunta a cuál debe ser más relevante o incluso resulta más eficaz en cuanto al rendimiento académico.
“Y está muy presente”, confirma Toni González Picornell, presidente de la Federación de Asociaciones de Directivos de Centros Educativos Públicos (Fedadi). “El alumno debe ser feliz sin abandonar el contenido. Está demostrando que el alumno que trabaja y obtiene esos aprendizajes significativos es feliz porque los aplica en su vida”. La profesora Filella recuerda que “la educación emocional actúa como prevención de conflictos mayores (bullying, consumo de sustancias tóxicas y salud mental)”.
Tampoco afecta por igual a las diferentes etapas. Para Daniel Flórez, director de una escuela de Infantil y Primaria en la Comunidad de Madrid, “el debate viene de siempre, pero diría que se da más en Secundaria”. “En Primaria e Infantil creo que hay una tendencia a lo contrario [a priorizar la felicidad y el bienestar] y que somos mayoría los que pensamos que la escuela en estas etapas no está para los contenidos. Sin salud emocional no hay enseñanza”, reflexiona.
Para Flórez –que es formador de aspirantes a directores en Madrid y asegura que en sus cursos todos los participantes están en la misma línea– toda esta discusión es “ideológica” y sostiene que no debería haber duda de la misión de la escuela al menos durante la etapa obligatoria, hasta 4º de la ESO. “Este debate siempre va destinado a Bachillerato, con esos bulos de que el alumnado no se esfuerza... Ahí no lo tengo tan claro. Creo que hasta la edad obligatoria siempre tiene que haber una responsabilidad. Si hablamos de Bachillerato y FP igual sí se puede poner al mismo nivel”, reflexiona.
La orientadora Cobos tiene claro que “aprender debe ser un placer, algo que te llena y te hace feliz” y no le quedan dudas de que “por supuesto que el sistema educativo debe preocuparse por la felicidad y el bienestar de las personas”, y añade un matiz a veces olvidado: “No solo de los niños y niñas, también de los adultos”.
Una referencia para esta escuela de pensamiento es Carol Dweck, profesora de la Universidad de Stanford, y su trabajo acerca de la mentalidad de crecimiento y la psicología positiva. Resumiendo y simplificando mucho, Dweck sostiene –y múltiples investigaciones como esta corroboran– que una actitud positiva, una mentalidad de crecimiento –growth mindset, su principal hallazgo– y una buena autoestima mejoran el rendimiento académico.
En el otro lado están quienes sostienen que a la escuela se va a aprender, no a pasárselo bien, y que además esa es la manera de ser feliz. Estos docentes apelan a “el saber os hará libres” como máxima y sostienen que los principales perjudicados por la (supuesta) bajada de la exigencia son los alumnos de origen más humilde, que no pueden compensar por su cuenta (en casa o academias) esta caída del nivel y por tanto se alejan más de sus compañeros más acomodados.
“Hay dos trampas para el alumnado. La primera es que no hace falta aprender porque todo está en Internet (...). La segunda trampa se concreta en ese caballo de Troya que llaman 'enseñar a ser' y que viene camuflado bajo el paraguas de la inteligencia emocional, la gestión de emociones, el espíritu emprendedor, la resiliencia, el mindfulness, el coaching, la psicología positiva… todos ellos tremendamente cuestionados”, resume en esta entrevista el profesor Pascual Gil, una de las voces con más predicamento (al menos en las redes) de esta manera de pensar.
A medio camino entre una y otra idea, la orientadora Cobos explica que “cuando las personas no aprenden sufren mucho” porque “desde que nacemos queremos aprender, el aprendizaje y el disfrute que proporcionan son inherentes al ser humano”, aunque aclara que no habla solo de contenidos: “Aprender a convivir, a gestionar las emociones, aprender una profesión. A encontrar tu lugar en el mundo”.
El problema, como casi siempre, son los recursos. No hay en los colegios escasez de orientadores, según denuncia Cobos, sino que su labor no llega hasta la salud mental.
De la felicidad a la salud mental
Porque aunque no sea lo mismo, tampoco se puede hablar de “felicidad” en la escuela sin hablar de salud mental. Directores y orientadores establecen la relación sin que se les pregunte. Ellos observan al alumnado a diario y les preocupa lo que ven. Aluden a los planes específicos que tienen los centros. “Desde la coordinación de igualdad y convivencia [del instituto] hacemos cosas”, explica González Picornell. “Se trabaja ser responsable y tener una actitud idónea para posteriormente trabajar la felicidad. Pero es cierto que cuando se detectan agresiones o intentos de suicidio sí se pasa directamente a la parte de ser felices y estables”.
El director Flórez explica que la situación debe ser tan evidente que la Comunidad de Madrid –poco sospechosa de seguidismo con la Lomloe– “le está dando mucha importancia a todo esto, así que está legislando para que los centros educativos trabajemos para conseguir un clima de 'felicidad'. Lo están publicitando mucho, y no para dar la razón al Gobierno. Creo que es un verdadero problema y que desde el gobierno de la Comunidad también son conscientes de que en los centros educativos se tiene que extender esta cultura del bienestar”, explica.
En su centro, como en tantos otros, la Programación General Anual (PGA) tiene como uno de sus objetivos “promover medidas que aseguren el máximo bienestar para todos los miembros de la Comunidad Educativa así como la cultura del buen trato a los mismos”.
Porque el mero hecho de estudiar, dicen las investigaciones, puede tener consecuencias sobre la salud mental, según explica el psiquiatra, psicoterapeuta y catedrático de la Universidad de Valencia Rafael Tavares. “La evidencia científica que tenemos es que estudiar en la Universidad, aquí y en otros sitios, es un factor de riesgo para determinadas enfermedades de la mente. Hay razones muy diversas, entre ellas la edad de cambio, vulnerabilidad, fragilidad, el proceso de estudiar en un ambiente muy competitivo, la cultura mal llamada del esfuerzo y del éxito que dice que para conseguir algo hay que pasarlo muy mal y sufrir”, explicaba en las jornadas del ministerio. Tavares habla de la Universidad y no de la Secundaria, pero se refiere exactamente a lo mismo que denunciaban las estudiantes Neo y Paula en Madrid.
Valencia prueba los psicólogos en los institutos
El director Picornell saca la palabra. “Suicidio”. La principal causa de muerte entre los adolescentes, según recordaba Neo en la manifestación de Madrid y respaldan las estadísticas. Cada día 11 personas se quitan la vida en España y es la primera causa de muerte entre los adolescentes.
Los jóvenes y sus familias, como Carlos y su hijo Pablo (en la foto de arriba), están preocupados por lo que ven a diario. Tanto como para que un padre acompañe a su hijo a una manifestación en un día lectivo. Porque el problema es real, explica Cobos, y está lejos de ser resuelto: “Se dan paradojas como que alguien tenga inclinaciones suicidas, el orientador le recomiende que se preocupe por su salud mental y le dan una cita con el psicólogo para dentro de cuatro meses”.
“Conocemos muchísima gente que va al psicólogo. Y también mucha que no va porque la lista de espera [para la pública] es larguísima y no se pueden permitir la privada”, contaban.
Para intentar mejorar la situación, en la Comunitat Valenciana van a lanzar en un par de meses un proyecto piloto para introducir psicólogos en los centros educativos, una de las reivindicaciones que hacía el Sindicato de Estudiantes en sus manifestaciones de la semana pasada. En una primera fase, 50 psicólogos van a trabajar con alumnado de 2º a 4º de la ESO para tratar de frenar el número de autolesiones detectadas en los últimos años. Picornell ve necesario el programa, aunque pide que se extienda a más cursos. De momento es una prueba, el tiempo dirá si funciona.