El activista y escritor británico George Monbiot comparó el Pacto Climático de Glasgow con un “patético trapo”. Con estas palabras lanzadas poco después de que el presidente de la COP26, Alok Sharma, diera el martillazo final de la Cumbre del Clima el pasado sábado, describía la decepción de muchos tras el subidón de que la conferencia escocesa señalara por primera vez como problema crucial algo que era tabú: los combustibles fósiles.
El acuerdo del sábado pasado ha solicitado a los países que rehagan los planes nacionales para conseguir, de verdad, contener el calentamiento global en los límites marcados por el Acuerdo de París. El texto acabó pidiendo que se reduzcan progresivamente los subsidios fósiles “ineficientes” y el uso del carbón. Menciones y solicitudes que han llegado tras las alertas científicas cada vez más aceleradas desde 2018.
Porque el Panel de Expertos de la ONU ya dijo hace tres años que hacían falta medidas extraordinarias para limitar en 1,5ºC el calor extra de la Tierra y salvar así los efectos más devastadores. Al año siguiente se le puso cifra: rebajar a la mitad las emisiones de CO2 en 2030.
“Hemos acelerado la acción, la COP ha respondido al llamamiento para cerrar la brecha hacia el 1,5, y el carbón está en el texto. Pero aún queda mucho por hacer”, ha analizado la directora general de la Fundación Europea por el Clima, Laurence Tubiana. Pero el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, no ha puesto matices diplomáticos: “Reafirmo mi convicción en que debemos acabar con los subsidios a combustibles fósiles y abandonar definitivamente el carbón”.
Mencionar los combustibles fósiles, pero poco
El final de la COP26 en Glasgow ofreció un espectáculo nunca visto: India forzaba al máximo para introducir una enmienda de ultimísima hora que suavizara todo lo posible la demanda común para desengancharse del uso de carbón y de las ayudas públicas a los combustibles fósiles. India puso la voz, pero el camino se lo había preparado China y tenía el respaldo del grupo de países árabes –desde Arabia Saudí a Argelia, Marruecos o Egipto–, Suráfrica, Nigeria o Irán.
La enmienda pasó y dejó una clara sensación de que los combustibles fósiles habían sobrevivido, ya que la primerísima versión de esta cláusula decía: abandonar el carbón y los subsidios, sin más. El propio presidente de la conferencia, Alok Sharma, tuvo que pedir perdón por consentir este movimiento con la idea de preservar el resto del documento y no verse implicado en un bloqueo durante su guardia de las negociaciones climáticas.
Con todo, la vicepresidenta tercera española, Teresa Ribera, ha visto en el Pacto Climático de Glasgow un acuerdo que “da los pasos para empezar a desterrar definitivamente el carbón y pone fin a los subsidios a los combustibles fósiles”.
Mohamed Adow, director del thinktank Power Shift Africa, considera que “por primera vez tenemos una decisión de la COP en la que se pide que se hagan esfuerzos para reducir gradualmente las subvenciones al carbón y a los combustibles fósiles. Se trata de un progreso bienvenido, pero se necesita más, incluyendo la eliminación progresiva del petróleo y el gas”.
Es cierto que el artículo 2 del Protocolo de Kioto decía que los firmantes reducirían progresivamente los incentivos y exenciones fiscales de “todos los sectores que emiten gases de efecto invernadero”, pero aquel tratado para rebajar las emisiones globales de CO2 no contenía las palabras “combustibles fósiles”. No mencionaba la causa del problema que, decía, trataba de solucionar. “Se ha mencionado por fin a los combustibles fósiles en el acuerdo final después de años de rechazo a pesar de que China e India lo hayan debilitado en el último momento”, concede el observador en la cumbre de Los Verdes Europeos, Florent Marcellesi.
Las COP no obligan a nadie
La jugada final de India, además de acaparar la atención, ha ilustrado el procedimiento de las COP. El sistema que ha adoptado la ONU para celebrar sus conferencias climáticas implica que no se obliga a nadie a nada porque, al final, no habrá manera de pedir cuentas a quien no cumpla. No se votan decisiones y el objetivo es que los acuerdos se hagan por consenso. Con esos mimbres, “la clave está en los verbos que se acaban utilizando para expresar los puntos del acuerdo”, explica la analista legal de Ecologistas en Acción durante la cumbre de Glasgow, Irene Rubiera.
La jurista cuenta que “cuando se aplica un verbo como 'deberá', eso genera cierta obligación legal, pero, en derecho internacional público, no hay una fuerza coercitiva que fuerce a los Estados. En el Acuerdo de París sí aparece varias veces esa fórmula. En Glasgow no se utiliza nunca esa versión, por lo que los puntos terminan siendo una especie de principios orientadores, inspiradores, que pueden aplicarse a la legislación nacional de los países”.
Este fue uno de los problemas que dinamitó el Protocolo de Kioto de 1997. Era vinculante y decía que los países industrializados debían hacer diferentes cosas para que las emisiones de gases de efecto invernadero cayeran. Había incluso una lista de Estados con el porcentaje de emisiones que podían lanzar. Kioto no entró en vigor hasta 2005 porque no lo ratificaban suficientes países. EEUU, a pesar de firmarlo, no lo ratificó. Canadá se salió y China estaba incluida entre los países no industrializados.
En este contexto, el Acuerdo de París cambio el sistema. Los países son los que, motu proprio, explican qué están dispuestos a hacer para conseguir el objetivo común de limitar el recalentamiento global de la Tierra “muy por debajo de los 2ºC” y hacer todo lo posible para que sea 1,5ºC. El esquema deja a la vista sus debilidades: todos los planes recientemente entregados suponen, en su conjunto, un aumento de emisiones en 2030. Imposible así cumplir los límites del Acuerdo de París. Esa es la brecha que pretendían reducir los dirigentes en Glasgow.
Revisen sus planes climáticos... por favor
Con esa evidencia científica en las manos y la gramática ONU, el Pacto de Glasgow “solicita” a los países que revisiten y refuercen los objetivos de sus planes de acción que abarcan hasta el final de la década. También que los tengan terminados “a finales de 2022” para ver si esta vez sí consiguen que la Tierra no sobrepase esos umbrales de temperatura extra. “Es la primera vez que se introduce en el sistema de la ONU la necesidad de recortar las emisiones un 45% para 2030”, decían fuentes de las negociaciones en Glasgow antes de acabar la cumbre.
Lo que ocurre es que también la ONU ha certificado que los países productores de petróleo, gas y carbón tienen planes de aquí a 2030 que, en conjunto, provocan un incremento en la fabricación de estos combustibles. Si se extraen, refinan y ponen en circulación es con la idea de utilizarse, de quemarse, y, en consecuencia, provocar emisiones de CO2. De ahí gran parte de la fricción en torno a los subsidios y el fin del carbón que ha rodeado esta cumbre.
“Incluso si los líderes se ciñeran a las promesas que han hecho aquí en Glasgow, no se evitaría la destrucción de comunidades como la mía”, comentaba al acabar la COP26 Vanessa Nakate, una activista de Fridays for Future que llegaba desde Uganda.
¿Dónde está el dinero?
Esas comunidades a las que se refería Nakate son las que viven en las zonas más vulnerables a la crisis climática. “1,5ºC global significa 3ºC para África”, recordaba el delegado keniata durante una de las sesiones plenarias. No todo el planeta se recalienta por igual. De Glasgow no ha salido la financiación completa que falta para cumplir el compromiso de 100.000 millones de dólares anuales que los países ricos dijeron que pondrían a partir de 2020 a disposición de los empobrecidos para hacer su transición energética.
El pacto dice que los Estados desarrollados van a doblar los fondos que aportarán para que las zonas del planeta que reciben los peores impactos de un problema que apenas han generado puedan adaptarse: que los huracanes no devasten totalmente el territorio, que la población no deba huir por las sequías que impiden las cosechas o amortiguar las inundaciones.
El enviado especial de EEUU, John Kerry, subrayó que se ha puesto encima de la mesa cómo asistir a estos países una vez que, incluso tras intentar adaptarse, se ven perjudicados por el cambio climático. Los países empobrecidos querían un sistema de ayudas, pero había “mucho retraso acumulado” en esta agenda, han reconocido fuentes diplomáticas. Muchos Estados en esas circunstancias tomaron la palabra en Glasgow para decir que necesitaban más ayuda, pero que daban el visto bueno en aras de sacar el consenso adelante. Luego llegó el episodio de India.
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