Las trampas de los países al contar sus emisiones de CO2 meten presión a las negociaciones de la cumbre de Glasgow
A la cumbre del clima de Glasgow le ha surgido una urgencia: tratar de impedir las trampas a la hora de que los países reporten cómo están, cuánto CO2 emiten o cuáles son sus acciones reales más allá de los planes sobre el papel. La agenda oficial lo llama transparencia, pero se trata de medir con cuentas comunes si los estados cumplen, para saber cuál es la situación real del planeta. En definitiva, no hacerse trampas al solitario.
En medio de la COP26 ha llegado una investigación del Washington Post que dice que en los 196 informes de emisiones de los países hay una brecha, a la baja, de entre 8.500 y 13.000 millones de toneladas de CO2. Un ejemplo gráfico: Malasia informa de que sus bosques absorben carbono cuatro veces más rápido que los bosques vecinos de Indonesia. No cuadra.
Los negociadores en Glasgow han insistido en que la manera de cortar toda esta contabilidad creativa climática es “ahondar en la transparencia” que marca el Acuerdo de París y aquí se desarrolla. “No basta con decir unos simples objetivos sino ¿qué va a hacer para ello? Ofrecer un calendario y unas acciones”, comentan fuentes de dentro de las conversaciones. “Un reporte mucho más detallado”.
De momento, lo que ha trascendido desde los salones donde se ven las caras las delegaciones es que hace falta “incrementar el apoyo a que los requerimientos a la hora de reportar sean mejorados”. En este sentido, de aquí deberían salir un calendario y herramientas únicas, pero el borrador está lleno de textos alternativos. E incluso, “hay partes que querrían reabrir las reglas”, cuentan los diplomáticos. Eso implicaría un retroceso, admiten todos.
Salir de Glasgow con el objetivo del 1,5ºC al alcance. Esta frase se ha convertido en casi un lema en la ciudad escocesa. Pero ¿cómo se concreta ese deseo? “Para medirlo hay que fijarse en esta transparencia porque, de esta manera, puede evitarse el greenwashing de los países”, explica el coportavoz de Equo-Verdes, Floren Marcellesi, que asiste a esta COP. “Australia está ejemplificando este lavado de cara: ha anunciado que tendrá emisiones netas cero en 2050 pero ¿cómo lo hará? No se sabe. ¿Y cómo llegará a 2030? Tampoco. Eso es lo que combate la transparencia”. La diferencia entre la cascada de anuncios y la acción real.
El mismo secretario general de la ONU, Antonio Guterres, anunció hace unos días que va a crear un grupo de expertos bajo su autoridad para comprobar si los anuncios climáticos de las empresas son reales u otro ejercicio de greenwashing. Ponerles el foco. “Eso está levantando ampollas”, admiten desde dentro de las conversaciones.
Porque en lo que parece que sí hay consenso es en que un mecanismo de contabilidad fiable es crucial para saber en qué punto se está. Ahora mismo, lo que hay es una evaluación de planes nacionales que dicen que las emisiones de CO2 subirán hasta 2030 en lugar de bajar. Lo que piden los países más exigentes es que se concrete cada cuánto tiempo hay que rendir cuentas sobre cómo se está cumpliendo.
El resumen es que los países se encuentran en la ciudad escocesa ante un test sobre la confianza que generan. Y, como ilustran algunos equipos negociadores: “¿Es usted convincente y creíble cuando dice que hará esto, esto y esto?” Parece que la frase repetida por la activista Greta Thunberg sobre la “cumbre del bla bla bla” ha calado en el centro de conferencias.
En el aire
“Todo parece que está aún muy en el aire”, cuentan los observadores de grupos no gubernamentales. El presidente de la COP26, Alok Sharma, ha insistido en las sesiones de trabajo de este martes que su plan es “acabar el viernes por la tarde”. Los borradores que pueden evaluarse están llenos de alternativas.
Tanto como para no saberse qué pasará con, por ejemplo, los famosos mercados de carbono que llevan arrastrándose desde 2015. Estos mercados sí tienen el potencial de trampear las cuentas de manera directa: un país se cuenta el CO2 que retienen, por ejemplo, sus bosques y, además, aprovecha el carbono que han retenido los árboles durante años para generar créditos que vender. Luego, el países comprador, que no ha reducido CO2 de manera real, los compra y también descuenta gases de su contabilidad.
“Hay debates técnicos que al final son importantes”, justifican las fuentes que están en el día a día. Desde luego, la Unión Europea mantiene una posición muy férrea en este asunto que ya hizo que la cumbre anterior, la COP25 de Madrid, batiera su récord de duración.
Y luego está el dinero. Los alrededor de 20.000 millones de dólares que faltan para completar el fondo de 100.000 millones comprometido por los países desarrollados para apoyar a los estados empobrecidos aún no han aparecido, admiten en las mesas de trabajo.
Con este panorama, y avanzando en la segunda semana de COP, aún no se sabe casi nada de China e India (primer y cuarto país en el ranking de emisores totales de CO2).
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