“Los cismas son mucho más frecuentes en la derecha eclesial que en la izquierda”. La sentencia del sacerdote e historiador Juan María Laboa se demuestra más cierta que nunca en las últimas semanas, en las que antiguos responsables de la Curia vaticana, relegados por Francisco en su proyecto de reforma , han unido sus fuerzas para tratar de frenar los vientos de cambio impulsados por Bergoglio desde su llegada al trono de Pedro. Amenazando, incluso, con un cisma. Y logrando pequeñas victorias, como la reciente nota de Doctrina de la Fe confirmando el 'No' a las bendiciones de parejas homosexuales, o poniéndose en manos de ideólogos neocons como Steve Bannon para defender las esencias de una Iglesia que hace tiempo que dejó de tener sentido.
El último de los díscolos expulsados por el Papa ha sido el cardenal Robert Sarah, hasta hace un mes prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, y que ahora se ha unido a otros reconocidos enemigos de Bergoglio dentro del colegio de cardenales para exigir a Francisco que revoque la orden que prohibía las llamadas 'misas individuales' en la basílica de San Pedro: misas sin el pueblo, que en la mayor parte de los casos suponían un negocio para sus oficiantes (que cobraban por supuestos sufragios de difuntos, sin testigos, sin control), y germen del tradicionalismo: muchas de estas misas se daban con el rito anterior al Vaticano II: en latín y de espaldas a los fieles, y la prohibición de Roma se ha interpretado como un ataque a los rigoristas. Que no se han quedado quietos.
En el trasfondo de las nuevas normas, conseguir que “las Santas Misas en la Basílica de San Pedro se lleven a cabo en un clima de recogimiento y decencia litúrgica”. Hasta ahora, los sacerdotes podían usar cada mañana los 45 altares y las 11 capillas de la Basílica de San Pedro para celebrar la misa diaria. Más allá de la posibilidad de que un sacerdote celebre misa en solitario (que hacen la práctica totalidad de clérigos del mundo, pero en ceremonias privadas), con la prohibición se busca que en el mayor templo de la Cristiandad se cumpla la máxima de Jesús a sus discípulos: “Allí donde dos o más se reúnan en mi nombre, allí estaré yo”. Porque, para Francisco, las misas sólo se entienden en comunidad. El resto tiene mucho más de negocio que de defensa de las esencias evangélicas.
Tras su marcha, Sarah se siente especialmente libre para criticar al Papa Francisco y sus disposiciones. Y lo ha hecho. Así, se ha unido a los cardenales Burke o Brandmüller, históricos enemigos de Bergoglio, y a otro 'ex' de la Curia, el cardenal Müller (antiguo prefecto de Doctrina de la Fe) para exigir al Papa que dé marcha atrás y vuelva a permitir las misas en solitario en la basílica de San Pedro.
“Haremos oír nuestra voz”
“Quisiera agregar espontáneamente mi voz a la de los cardenales Raymond L. Burke, Gerhard L. Müller y Walter Brandmüller, que ya han expresado su pensamiento respecto a la disposición emitida el pasado 12 de marzo por la Secretaría de Estado del Vaticano, la cual prohíbe la celebración individual de la Eucaristía en los altares laterales de la Basílica de San Pedro”, se lee en el escrito enviado por Sarah al Papa, en el que hace una velada amenaza a una nueva contestación pública contra Francisco. “Si esto fuese cierto, resulta todavía más necesario que tanto los obispos, los sacerdotes y el santo pueblo de Dios hagamos oír con respeto nuestra voz”.
Para los cuatro, la decisión trae consigo “considerables problemas jurídicos”, al tiempo que se acusa a la Secretaría de Estado (firmante de la orden) de “falta de competencia, o más bien de autoridad”. Con todo, la mayor crítica es la de que “la decisión sobre las Misas en la Basílica podría representar un ”globo de ensayo“ en vista de futuras decisiones que podrían interesar a la Iglesia universal”.
“Por todas las razones aquí expuestas y por otras, junto con un número ilimitado de bautizados (muchos de los cuales no quieren o no pueden expresar su pensamiento) suplico humildemente al Santo Padre que disponga el retiro de las recientes normas dictadas por la Secretaría de Estado, las cuales faltan tanto a la justicia como al amor, no corresponden a la verdad ni al derecho, y no facilitan, sino que más bien ponen en peligro el decoro de la celebración, la participación devota en la Misa y la libertad de los hijos de Dios”, culmina la carta de Sarah al Papa. Que espera respuesta favorable. Si no, “haremos oír nuestra voz”.
Para el historiador Laboa, este tipo de actuaciones, que también se observan, y mucho, en el actual catolicismo español, muestran a las claras cómo el sector más ultramontano ha decidido declarar la guerra a Bergoglio, y a lo que representa. “Cuesta aceptar que sus promotores vayan de adalides del cristianismo. Me parece bien que se critique al Papa, pero decir que es hereje es pasarse de frenada. Francisco es calumniado como ningún grupo progresista calumnió a Juan Pablo II. Cuesta admitir que se pueda ser creyente y lanzar ataques de tal magnitud al Papa”, lamenta el clérigo español.
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