El nivel de contagios de los octogenarios se ha disparado en el último mes. La incidencia en este grupo de edad dobla a la que se registra en los sexagenarios, según los últimos datos del Ministerio de Sanidad. Desde que estalló la sexta ola, los más mayores se habían situado en incidencias elevadas. Sin embargo, la diferencia respecto a las personas vulnerables más jóvenes (a partir de 60 años) parece irse ensanchando. En Navarra, Asturias y Galicia, las comunidades con más contagios, la incidencia en esta edad ha escalado hasta los 1.400 casos.
Los epidemiólogos ven varias causas. Desde un mayor cuidado que hace que “al mínimo síntoma vayan al médico y estén más controlados”, sostiene el catedrático de Medicina Preventiva Fernando Rodríguez Artalejo, a una consecuencia de que han decaído las medidas de protección –la última, la mascarilla–, pasando por una pérdida progresiva de inmunidad. Son los que hace más tiempo se pusieron la tercera dosis y los que tienen un sistema inmunitario más débil.
El conjunto de factores hace “crecer la presión” para extender ya la cuarta inyección –segundo booster– en este grupo, coinciden todos los expertos consultados. El Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas asumen que terminará aprobándose tarde o temprano. El tema está sobre la mesa de la Ponencia de Vacunas que asesora a las autoridades, confirma una portavoz del Ministerio, y es plausible que se someta pronto al filtro técnico de la Comisión de Salud Pública. La decisión cuenta ya con el aval de la Agencia Europea de Medicamentos. La duda es cuándo dar el paso.
Desde el cambio de estrategia impulsado a principios de abril, la fotografía que tenemos de la pandemia es diferente: al reducirse las pruebas diagnósticas a mayores, embarazadas o inmunodeprimidos, solo se aportan datos de contagios fiables en la población de 60 años en adelante. Ya no se cuentan todos los casos leves, aunque sí los que terminan en el hospital o fallecen. El Ministerio no informa de qué está pasando en los grupos más jóvenes, por lo que es imposible saber si la incidencia es mayor.
“Con más transmisión comunitaria, lo esperable si relajas medidas es que ésta también crezca en mayores porque vivimos todos juntos. Esa es una de las debilidades de la nueva estrategia”, señala el epidemiólogo Javier Segura, vicepresidente de la Asociación Madrileña de Salud Pública.
Rodríguez Artalejo, en todo caso, piensa que es prematuro pensar que el aumento de contagios está directamente relacionado con una caída de la inmunidad. “Para afirmarlo, habrá que ver si este crecimiento se traduce en un importante aumento de la hospitalización, que de momento no se han producido”, asegura el salubrista, que incide en que los mayores en general son los que más se protegen. Por eso, dice, puede resultar contraintuitivo que escalen más los casos. Además, la letalidad en mayores camina a la baja, lo que puede deberse a las nuevos tratamientos, como Paxlovid, para prevenir que las personas vulnerables desarrollen una enfermedad grave.
Riesgo “medio” en los hospitales
El número de personas ingresadas está creciendo. El nivel de ocupación de camas ha ascendido dos puntos porcentuales en las dos últimas semanas (de 4,3% a 6,4%) y ya ha entrado en riesgo “medio”, según el semáforo de Sanidad.
En algunas comunidades, como Asturias, cuya política pandémica se ha caracterizado por una prudencia mayor a la de otros territorios, las hospitalizaciones empiezan a preocupar.
El gobierno del Principado ha pedido a la población que, pese a que no es obligatorio, siga usando la mascarilla hasta que la situación mejore. La región ha entrado en nivel de riesgo alto: tiene más del 11% de las camas de los hospitales con pacientes COVID-19 –el doble que la media nacional– y la incidencia supera los 1.000 casos por cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días.
“Esta decisión no es casualidad y no podemos descartar que tengamos que dar marcha atrás en algún momento”, expresa José Martínez Olmos, exsecretario general de Sanidad y profesor de la Escuela Andaluza de Salud Pública. Asturias ha trasladado a los sanitarios que tienen libertad para hacer pruebas diagnósticas a su criterio, sin necesidad de limitarlas solo a las personas vulnerables.
“Modificar la estrategia y retirar las mascarillas inevitablemente provoca un cambio en el mensaje”, subraya Segura, que considera que esta nueva percepción, asociada a una sensación de menor riesgo, puede dificultar extender la cuarta dosis. Ya con la tercera la adherencia está siendo menor –la tiene un 54% de la población– y la vacunación está estancada en los niños y niñas. Solo un 41,3% se ha puesto la pauta completa.
¿Y las residencias?
En todo caso, el segundo booster solo genera consenso si se aplica a los más mayores, mantiene Segura. La posibilidad se aleja para el resto de la población. Al menos por el momento. “Hay que ver qué beneficios reporta para tomar la decisión”, asegura Rodríguez Artalejo. La hipótesis de una pérdida de anticuerpos está demostrada, pero eso no significa que toda la protección desaparezca.
Al pensar en mayores, la pregunta inevitable tiene que ver con las residencias. En estos centros, el cuidado es exhaustivo, según la nueva estrategia. Las trabajadoras y las visitas siguen obligadas a usar la mascarilla y ante un positivo se hace un estudio de los contactos para evitar brotes. Incluso se les hace prueba para cortar lo más posible la expansión.
Con todo, en la última semana con datos –del 11 al 17 de abril– casi 650 residencias en España registraron al menos un contagio, según los datos del Imserso. En ese periodo se reportaron 4.552 casos en estos centros y 62 fallecidos. Las cifras de positivos tienden ligeramente al alza, pero no así las de muertos.