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El origen del Orgullo tiene nombre de mujer trans, drag queen, racializada y prostituta

El inspector del Departamento de Policía de Nueva York (NYPD) que dirigió la operación dijo de ellos que apenas habían dado problemas nunca, porque “tenían las de perder”. Se equivocaba. Seymour Pine, que capitaneó la acción policial del 28 de junio de 1969 contra el pub de ambiente Stonewall, no cayó entonces en la cuenta de que lo que no tenían era nada que perder. Así lo explicó la activista Sylvia Rivera años más tarde al hablar de la noche en que estalló el movimiento por la liberación LGTBI tal y como lo conocemos: “No le quitamos nada a nadie, no teníamos nada que perder”.

Con ello Rivera se refería a las personas más excluidas de la comunidad LGTBI: trans, jóvenes con pluma, gays en la cárcel, personas racializadas, drags queens, prostitutos, personas sin hogar... Un abanico de disidentes sexuales frecuentemente ignorados pero que jugaron un papel decisivo en los disturbios que se conmemoran cada Orgullo LGTBI desde hace casi 40 años. Las vidas de dos de ellas han trascendido al paso del tiempo: Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson, una mujer trans y otra drag queen racializadas que ejercían el trabajo sexual a las que la Historia les debe un lugar propio.

“En el relato oficial Stonewall ha pasado como una revuelta masculina, gay y blanca. Sin embargo, muchas de las que participaron eran como Marsha y Sylvia, trans, racializadas, negras e hispanas”, explica la investigadora en raza, género y sexualidades Esther Mayoko Ortega, que hace hincapié en que esto “se debe a un doble factor fundamental: por un lado, la supremacía blanca y por otro la supremacía masculina”.

Así se detalla en Stonewall. El Origen de una revuelta, el libro de Martin Duberman que en los años 90 arrojó luz sobre lo que había pasado en Stonewall. En él, además de recuperar la célebre frase “el primer Orgullo Gay fue una revuelta”, el autor se propone acabar con lo que llama “el mito de Stonewall”, que vendría a nombrar protagonistas a “tipos gays, cis, blancos, jóvenes, 'socialmente' guapos y 'liberados'”. Sin embargo, “las trans racializadas lo dieron todo junto a las chaperas callejeras y a las bollos de todo tipo, y no faltó la presencia de maricas que luchaban ocultas en grupos anarquistas, autónomos, antibelicistas, comunistas o de liberación racial”.

Así fue Stonewall

Dos de las personas que protagonizaron los disturbios fueron Marsha y Sylvia. Ambas, buenas amigas, ejercían el trabajo sexual en la misma calle y también juntas fundaron posteriormente STAR (Street Transvestite Action Revolutionaries) con el objetivo de prestar apoyo a las personas LGTBI más excluidas y las mujeres trans sin hogar. 

Sylvia, de ascendencia portorriqueña y venezolana, fue una mujer trans –también se refirió a sí misma en alguna ocasión como drag queen– que en varias ocasiones relató los hechos que ocurrieron el 28 de junio en Stonewall, una noche que la propia Sylvia recordaba “cálida y húmeda”: “Mi amante y yo estábamos bailando. Al momento siguiente se encendieron las luces. Era una redada. Empezaron a fichar a las queens y a meterlas en los coches de policía y sacaron las armas. Volaron cócteles molotov. Pensé 'Dios mío, la revolución está aquí. ¿Nos habéis tratado como mierda todos estos años? Ahora es nuestro turno'”.  

El pub, situado en Greenwich Village, una de las zonas en las que se movía la comunidad LGTBI, era por aquella época uno de los pocos lugares en los que las personas que no encajaban en la norma podían alternar en un momento de enorme persecución y hostigamiento hacia los homosexuales y transexuales. Las redadas de la brigada policial, llamada literalmente Escuadrón de la moral (Moral Squad, en inglés), capitaneada por el inspector Pine, eran habituales en el local. Pero aquel 28 de junio fue diferente.

“La noche de Stonewall fue para todo el mundo como una fiesta al aire libre. No había nada planeado. Fue algo que simplemente ocurrió”, explica Sylvia en una entrevista incluida en la recopilación de documentos sobre STAR elaborada por el colectivo editorial Untorelli Press.

“Cuando fui el sitio seguía en llamas. Sylvia Rivera y otras estaban en el parque tomando un cóctel. Estábamos volcando coches por las calles y, cielos, bloqueando el tráfico, gritando, chillando”, dice la voz emocionada de Marsha P. Johnson en el documental sobre su vida estrenado en Netflix el año pasado. Marsha, una de las drag queens más conocidas de la ciudad, era afroamericana nacida en Nueva Jersey y desempeñó un papel relevante en la lucha LGTBI y contra el VIH, en el colectivo Act Up.

La muerte de Marsha, que se produjo en julio de 1992, todavía sigue siendo un misterio. Su cuerpo fue encontrado flotando en el río Hudson. La policía consideró que se había suicidado, pero su entorno siempre dudó de esa versión. Exactamente en el lugar en el que fue encontrada se sucedieron los homenajes: “Hoy estamos aquí para hablar de qué vamos a hacer acerca de la pérdida de un tesoro nacional, de este icono de la comunidad gay, de este fuego en Stonewall”, decía frente al micrófono su entonces compañero de piso Randy Wicker, que también se ha referido a ella para afirmar que “se elevó por encima de ser un hombre o una mujer”.

Reinas Callejeras

Marsha y Sylvia participaron en las manifestaciones del Orgullo que comenzaron a celebrarse a partir de 1970, pero su discurso era un dardo cargado de crítica contra la comunidad LGTBI, a la que Sylvia llamó “un club blanco y de clase media”. Desde su posición disidente, ambas consideraron siempre que el movimiento estaba dejando atrás a aquellas que no se ajustaban a la norma de lo que la sociedad consideraba mínimamente aceptable.

“Las reinas callejeras revolucionarias de color fueron un impedimento en el objetivo de asimilación en el mundo capitalista, blanco y heterosexual”, afirma sobre ellas en su libro Duberman. La propia Sylvia lo resumió en una charla que ofreció en 2001 en el Centro comunitario de lesbianas, gays, bisexuales y transgénero de Nueva York.

“Integración, normalidad, ser normal. Entiendo cuánto les gusta a todos encajar en esa comunidad mainstream gay y lesbiana. Veo que volvemos al llamado armario liberado porque nosotros, los miembros de esta comunidad dominante, deseamos casarnos, deseamos este estatus. Eso es todo perfecto. Pero te estás olvidando de tu propia identidad. No creo que tenga que encajar en ese armario de la sociedad normal y a la que se dirige la corriente principal homosexual”.

Sylvia y Marsha fueron críticas con la exclusión que, consideraban, vivían las personas trans y no normativas en la comunidad LGTBI –“la comunidad trans ha permitido que la comunidad gay y lesbiana hable por nosotros”– y censuraron la tendencia habitual de justificar la consecución de derechos solo para algunos como un avance, mientras otros se quedan atrás. “Déjenos llegar y luego os ayudaremos a obtener el vuestro –explicaba Sylvia– Si lo escucho una vez más, creo que saltaré del edificio Empire State”.

Ninguna estaba dispuesta a dar su brazo a torcer y su posición radical hizo que fueran a menudo marginadas y ninguneadas en el propio movimiento. Sin embargo, no se quedaron sin señalarlo. En la marcha del Orgullo de 1973, Sylvia, que moriría 29 años después, irrumpió en el escenario entre abucheos tras abrirse paso para aferrarse al micrófono. Allí dio un discurso que ha pasado a la historia: “He estado tratando de subir aquí todo el día por vuestros hermanos gays y hermanas lesbianas en la cárcel”, comienza.