Si te llamas Rosalind y en algún momento se te ha pasado por la cabeza ganar un premio Nobel, estás jodida. Especialmente si a lo que aspirabas era, encima, a uno de los galardones científicos o al de economía. Lo mismo sucede si te llamas Paloma, Elizabeth, María, Juana o, por ser más específica, si en general resulta que eres una mujer. Este miércoles terminábamos de conocer la tanda de premios Nobel de Ciencias y no podemos decir que el balance haya sido sorprendente en términos de género.
David Baker, Demis Hassabis y John M. Jumper han recibido el de Química. El de Física es para John J. Hopfield y Geoffrey E. Hinton. Y Victor Ambros y Gary Ruvkun se han llevado el de Medicina. Todo hombres. Un all male panel, como dice la expresión inglesa que se acuñó hace un tiempo con la intención sarcástica de señalar la hipermasculinización de los espacios de opinión, encuentros, reconocimientos, congresos y demás saraos importantes.
No es nuevo y no es sorprendente porque los premiados de 2024 consolidan una tendencia en la que las mujeres son celebradas y sonadas excepciones, especialmente si nos referimos a los galardones científicos, pero también al Nobel de Economía. Desde 1901, cuando comenzaron, el 97% de los Nobel de Ciencia han ido a parar a hombres. Tampoco es que el resto –Literatura y Paz– puedan presumir de paridad precisamente: en estos, las mujeres representan el 12% de los reconocimientos. Vamos, que hay más organizaciones (un 21%) que mujeres que han recibido el Nobel de la Paz. Y mira que los datos dan para quemar contenedores.
Este all male panel suma cada vez más críticas, más miradas capaces de asumir una lectura de género de esas cifras tan desequilibradas. Pero también trae los mismos comentarios de siempre, como los de quienes ven en nuestro señalamiento una potencial injusticia. “Lo que no puede ser es que el premio se lo dieran a alguien solo por su género” o “lo injusto sería que tuvieran que premiarlas por ser mujeres” y comentarios similares. Y es que eso es justo lo que sucede: tan acostumbrados estamos que obviamos lo más evidente, que lo que es absolutamente anormal es que un premio –un espacio, un congreso, un gobierno, una ejecutiva– esté ocupada mayoritariamente por hombres.
De hecho, lo que asumen quienes hacen ese tipo de valoraciones es que, en serio, no existe ninguna mujer valiosa ni con los mismos méritos para recibir un premio, hablar en una tertulia, publicar un libro, participar en esa interesante mesa redonda, ocupar ese escaño o ese puesto. Solo desde la tan interiorizada mirada androcéntrica, desde la rueda en la que unos brillan y otras limpian como si esa fuera la única manera posible de organizar el mundo, se puede dar por hecho que la participación de un 70, 80 90 o 100% de hombres en cualquier espacio o lugar se debe a la falta de capacidades o méritos de las mujeres y no a las dinámicas y asunciones machistas que sostienen la sociedad.
Por cierto, una de esas sonadas excepciones ocurrió el año pasado: Claudia Goldin recibió el premio Nobel de Economía por sus contribuciones pioneras a la conceptualización y explicación de las brechas de género en el mercado laboral. “Sus estudios revelan las causas de la brecha de género. Las mujeres están muy infrarrepresentadas en el mercado laboral mundial y, cuando trabajan, ganan menos que los hombres”, decía la Academia Sueca de Ciencias para explicar el premio. Desde luego, si la leyeron no se sintieron muy interpelados.
Rosalind, las invisibles y el trabajo en equipo
No obstante, la elección de Rosalind para iniciar este artículo tiene un sentido. Este lunes, después de revelar quiénes eran los ganadores del Nobel de Medicina, la cuenta en la red social X de la Academia Sueca publicaba una foto de uno de los premiados, Victor Ambros, junto a una mujer y decía: “Esta mañana celebró la noticia de su premio junto a su colega y esposa Rosalind Lee, quien también fue la primera autora del artículo Cell de 1993 citado por el Comité Nobel”. Es decir, la investigadora también es autora del artículo que el jurado cita como motivo para elegir a Ambros, pero a ella no la premia.
El revuelo es grande, como cuenta mi compañero Antonio Martínez Ron. Varios expertos y expertas cuestionan la decisión de la Academia y el 'olvido' que ha dejado fuera a Lee. “La academia debería justificar por qué a esta señora no se la premia porque parece que contribuyó significativamente a los hallazgos”, dice César Tomé, Coordinador del Cuaderno de Cultura Científica de la UPV/EHU. La matemática y editora del espacio digital Mujeres con Ciencia, Marta Macho, aventura que es posible que no sea el comité del Nobel quien haya dejado fuera a Rosalind Lee, sino las personas o entidades que han propuesto la candidatura de Ambros.
Sea de quien sea, la ausencia en el premio de la investigadora, a la que la propia Academia cita, es bien llamativa. Sobre todo teniendo en cuenta que los hallazgos de la pareja ya han recibido anteriormente otros premios de manera conjunta.
Su 'ausencia' tampoco es una excepción: en distintas disciplinas las contribuciones y obras de las mujeres han caído sistemáticamente en el olvido, la invisibilidad, el margen. Solo hay que mirar, ya no los premios, sino los libros de texto. Y un ejemplo tiene como protagonista a otra Rosalind, Rosalind Franklin. James Watson y Francis Crick también recibieron un Nobel por el descubrimiento de la estructura del ADN, para el que la contribución de Franklin fue fundamental. Ella tampoco tuvo premio. Ni justo reconocimiento.
La ingeniera Lorena Fernández Ávarez comentaba en X otro asunto importante: el trabajo en equipo frente a la figura individual. “A raíz de las recientes (y siempre presentes) polémicas de los #NobelPrize, además de erradicar el machismo de la Academia, quizás deberíamos reconsiderar la práctica de otorgar premios individuales, cuando la ciencia es un esfuerzo colectivo”, decía. Es urgente replantear el concepto de algunos galardones, que tienden a premiar a personas concretas en áreas en las que el trabajo en equipo y las contribuciones de un grupo son normalmente fundamentales para que el hallazgo suceda.
La dinámica del premio individual refuerza la idea de que algunas personas –hombres– brillantes hacen grandes contribuciones por sí solos e invisibiliza a muchas otras que, quizá por su estatus investigador, por jerarquía o porque su labor es menos agradecida o visible, no consiguen reconocimiento.
De momento, una cosa está clara: en el Nobel de la contención, las mujeres somos las reinas.