12.000 kilómetros. Esta es la distancia que, desde este miércoles, separa al Papa de quien se ha autoerigido como su principal rival en el seno de la Iglesia católica. Francisco acaba de enviar al cardenal ultraconservador norteamericano Raymond Burke a la remota isla de Guam, en el Pacífico Occidental, para presidir un proceso canónico contra un exobispo por unos abusos cometidos en la década de los 70.
“Es una magnífica estrategia del Papa”, apuntan fuentes vaticanas a eldiario.es, explicando que, con esta medida, Francisco “muestra su confianza en un cardenal que ha intentado llamarle poco menos que hereje”, nombrándole representante papal en la resolución de un caso de pederastia y, a su vez, lo aleja de Roma, y de los círculos de poder de la Curia que, como el mismo Bergoglio señalaba en su discurso de Navidad, se afanan en “resistencias malévolas” a las reformas emprendidas en la Iglesia.
Burke no es un cardenal cualquiera, sino el líder de una corriente minoritaria pero con múltiples tentáculos de poder e influencia tanto dentro como fuera de la Iglesia, que ha convertido la oposición a Francisco en poco menos que una “guerra santa”.
Así, capitaneados por Burke, se han producido la famosa “dubia” de cuatro cardenales a la exhortación del Papa que abre la puerta a la comunión de los divorciados vueltos a casar; ha amenazado con hacer una “corrección pública” al propio Papa; y ha formado parte de la rebelión en la Orden de Malta (de la que el cardenal es Patrono), que ha concluido con la intervención vaticana, la desautorización pública de Burke y el nombramiento del número tres de la Santa Sede, Angelo Becciu, con plenos poderes en la congregación.
El hombre de Trump en el Vaticano
No sólo eso: el cardenal norteamericano es uno de los grandes colaboradores de Steve Bannon, jefe de estrategia de Donald Trump, con el que comparte su preocupación mutua por el rumbo aperturista del actual pontificado.
Los roces entre Francisco y el nuevo presidente de los Estados Unidos a cuenta de la política migratoria, el muro con México o la cuestión medioambiental, han llegado a tal punto de que Trump considere a Bergoglio uno de sus grandes adversarios en el mundo globalizado.
Según relataba recientemente The New York Times, “muchos comparten la sospecha de Bannon de que el Papa Francisco es un pontífice peligrosamente equivocado, y probablemente un socialista”.
Sea como fuere, lo cierto es que el cardenal Burke ya se encuentra en la lejana isla de Guam, con el mandato de permanecer allí hasta solucionar el escándalo de abusos, y sin fecha de regreso. Desde su “exilio” en el Pacífico, el purpurado ultraconservador no tendrá apenas capacidad de reacción cuando, a finales de este mes, la comisión vaticana para investigar la Orden de Malta tome sus primeras resoluciones, o durante las celebraciones de Cuaresma y Semana Santa.
Burke tampoco estaría en Roma en mayo, cuando previsiblemente Trump y el Papa se encuentren en Roma, después de la cumbre del G7.
Oficialmente, Burke ha viajado a Guam para presidir el juicio canónico de Anthony S. Apuron, el ex-arzobispo de Agana acusado de abusos a monaguillos en los años 70. Apuron, de 71 años, debe responder a las denuncias interpuestas por tres hombres que le acusan de haber abusado de ellos cuando eran niños.
La madre de una cuarta víctima, que ya ha muerto, también acusa al arzobispo de abusos. El prelado, que insiste en su inocencia, y que no ha sido acusado penalmente, fue suspendido de su cargo en junio.
La Oficina de Prensa de la Santa Sede, por el momento, se ha limitado a confirmar que un tribunal eclesiástico de primera instancia constituido el pasado octubre será encabezado por el purpurado estadounidense.
No ha dado ninguna indicación respecto a cuánto tiempo el cardenal estará en Guam, ni qué destino puede esperar a su regreso. Cuatro obispos más se juntarán a Burke en ese tribunal, confirmó la Sala Stampa vaticana. Pese a que Burke fue Prefecto de la Signatura Apostólica, el “Tribunal Supremo” de la Iglesia –cargo del que le descabalgó Francisco al comienzo de su pontificado, iniciándose así la guerra fría entre ambos– el cardenal no tiene ninguna experiencia en los procesos contra sacerdotes pederastas, por lo que su designación resulta cuando menos inusual, y ha desatado toda serie de rumores.