Ciudad del Vaticano, 11 oct (EFE).- El papa Francisco llamó hoy a su Iglesia a no caer en “la tentación de la polarización”, durante la conmemoración del sexagésimo aniversario de la apertura del histórico Concilio Vaticano II (1962-1965), cuya vigencia e importancia defendió.
“El Concilio nos recuerda que la Iglesia, a imagen de la Trinidad, es comunión. El diablo, en cambio, quiere sembrar la cizaña de la división. No cedamos a sus lisonjas, no cedamos a la tentación de la polarización”, emplazó el pontífice en la basílica de San Pedro.
Y exclamó: “Cuántas veces, después del Concilio, los cristianos se empeñaron por elegir una parte en la Iglesia, sin darse cuenta de que estaban desgarrando el corazón de su Madre. Cuántas veces se prefirió ser hinchas del propio grupo más que servidores de todos, progresistas y conservadores antes que hermanos y hermanas, de derecha o izquierda más que de Jesús”.
Francisco alabó la importancia del Concilio Vaticano II ante el clero romano, ataviado de blanco, los fieles, y en frente del cuerpo exhumado del papa Juan XXIII, que convocó aquel evento que cambió la Iglesia católica hasta la actualidad.
El papa argentino defendió una Iglesia “libre y liberadora” en la que su clero “no anteponga sus agendas al Evangelio” y no siga “el viento de la mundanidad” o “las modas del tiempo”.
“Estemos atentos: ni el progresismo que se adapta al mundo, ni el tradicionalismo que añora un mundo pasado son pruebas de amor, sino de infidelidad. Son egoísmos pelagianos, que anteponen los propios gustos y los propios planes al amor que agrada a Dios”, advirtió.
También aseguró que “una Iglesia que no se alegra se contradice a sí misma” e insistió en la necesidad de evitar “conflictos, venenos y polémicas”.
Por último, sostuvo que la Iglesia postconciliar debe “estar en el mundo con los demás y sin sentirnos jamás por encima de los demás”, especialmente entre los pobres y “sin estancarse en la tradición”.
El papa celebró con esta misa el aniversario de la apertura en 1962 del Concilio Vaticano, convocado por Juan XXIII pero que cerró tres años después Pablo VI, ambos ya canonizados por Francisco.
Aquel concilio, el vigésimo primero de la milenaria historia de la Iglesia, sirvió para prepararla al siglo XXI y “abrirla al mundo”, a pesar de constatar el enfrentamiento entre conservadores y el ala renovadora, liderada por obispos centroeuropeos y americanos.
El Vaticano II acabó con la idea de una Iglesia elitista y encerrada en sí misma en favor de una integrada en un Estado libre, sin teocracias, y aceptó la democracia como sistema político de los países.
Introdujo cambios de calado como la reforma de la liturgia, pasando del latín a las lenguas vernáculas para que cualquiera pudiera acceder a las Escrituras en sus propio idioma, y obligó a celebrar la misa de cara a los fieles, sin darles la espalda.
Asimismo, entre otras muchas cosas, inició la era “ecuménica”, poniendo en marcha el diálogo con otras iglesias cristianas, y entabló una nueva relación con los judíos al exonerarlos de la acusación histórica de deicidio por la muerte de Jesús de Nazaret.