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Otro Papa, el mismo cónclave

Archivo - El Papa Francisco.
26 de abril de 2025 23:56 h

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Por si no habíamos tenido bastante con una semana de televisiones okupadas por señoras y señores paseando muñecos de madera, sazonadas con la enésima reposición (y las que nos quedan) de Ben Hur, La Túnica Sagrada y demás cumbres del cine religioso, ahora va y se muere el Papa. No pasa nada, se ha ido a un lugar mejor... aunque mejor que Cádiz no será. Nos queda el consuelo de que un par de meses repitiendo a todas horas lo mismo sobre el pontífice, el que se va y el que viene, pasan volando.

Al finado le ocurría lo mismo que a Pedro Sánchez con Vox: para que no llegue el segundo, mejor el primero. Antes Francisco que lo que sea. Para ahuyentar el fantasma de padecer a algún integrista instalado intelectualmente en los albores del siglo XVIII, mejor un Papa con mentalidad de hace 50 años. En la práctica, su legado no parece gran cosa, pero no se le puede negar que, en algunos temas, brilló con luz propia. Clamó en el desierto, pero no dejó de clamar, contra el genocidio en Palestina. Fue claro y rotundo. Dentro de unos años, cuando se le recuerde, espero que sea por eso y por dar voz a los inmigrantes, convertidos hoy en chivos expiatorios de la ultraderecha. Quizás sea poca herencia, pero bastante más de la que muchos de sus coetáneos dejarán.

Por lo demás, su legado es muy parecido al de sus predecesores. Los cronistas se empeñan en destacar tres o cuatro frases para resumir su papado, lo que no parece mucha renta. Mucho menos si tenemos en cuenta que estuvo en el cargo doce años y que, como buen argentino, no calló ni bajo el agua. Más allá de eso, los epitafios que hemos leídos son los de todos sus predecesores (y también serán los de sus sucesores). Solo ha habido que cambiar las fechas y algunos nombres, quizás los adjetivos, pero los elogios y las exageraciones se mantienen. Si para el anterior ser conservador era un mérito, hoy lo es ser progresista. En cambio, se mantiene lo de que era muy cercano, próximo a los pobres (por eso hay tantos banqueros ateos), un gran intelectual y amigo de sus amigos. Con esta ensalada de frases hechas, te puedes poner en plan profecías de Malaquías y hay de sobra para escribir la biografía de otros 112 papas.

Un Papa puede ser una gran influencia en su época —el caso más palmario es el de Juan Pablo II— pero su legado espiritual y filosófico suele ser nulo. Cuando tu libro de cabecera tiene 2.000 años, es normal que haya ciertas limitaciones a la hora de analizar el presente y te tengas que circunscribir a reflexiones en formato sobrecito de azúcar. Los libros de los últimos herederos de San Pedro, trufados de sesudas reflexiones y grandes éxitos editoriales en su día, ocupan hoy el mismo lugar en la historia del pensamiento que los de sus antecesores: las librerías de lance. Y suerte tienes si te los venden, porque seguramente los necesiten para falcar la mesa. 

Cuando yo nací, todavía vivía Pablo VI. Desde entonces han pasado por taquilla nada menos que otros cuatro pontífices y, como soy modesto en mis aspiraciones, me conformo con sobrevivir a dos o tres más. Cuando fueron llamados por el altísimo para sentarse a su derecha (donde la mayoría estuvieron tan cómodos en vida), de todos se dijo lo mismo. Quizás la excepción fue Juan Pablo I que como solo tuvo tiempo para cobrar una nómina, se recordó más lo influyente que hubiera sido que lo que llegó a ser. Se habló de eso y de si lo habían asesinado, pero no de lo importante: ¿Por qué Dios inspiró a los suyos para que lo eligieran en uno de los cónclaves más breves del siglo y luego se lo llevó en apenas un mes?

Visto así, el caso de Juan Pablo I es anecdótico, pero a la vez muy revelador. Le quitas la pompa y el oropel a la muerte de un Papa, y no te queda nada. Sobre todo, nada racional. Cuando los achaques de la edad se cebaron con Francisco, tuvo la ocasión de mostrar la fuerza de su fe y confiarse al poder de la oración. En lugar de eso, se dejó atender por los mejores médicos que pudo encontrar. A Dios rogando y en cuidados intensivos ingresando. Aun así, miles de fieles de todo el mundo le dedicaron sus rezos para contribuir al esfuerzo de los galenos. ¿Sirvió de algo? En concreto, de nada. ¿Van a tomar nota? Tampoco. Es lo que tiene la fe, que siempre toca, como dice la sabiduría popular, si no un pito, una pelota. Impermeables a la realidad, todo es siempre muy milagroso. De ahí no se apean.

Y ahora, a padecer el cónclave y a esperar a que les llegue la iluminación a todos los asistentes. Más contradicciones: si el mensaje del Evangelio es uno, ¿de dónde salen tantas corrientes? Si Dios hubiera sido más claro —si no pudo, no es todopoderoso; si no quiso, tan benevolente no será— daría igual quién se calce las sandalias del pescador, solo tendría que aplicar las instrucciones como quien construye un mueble de Ikea.

Lo de votar al sucesor, tampoco lo acabo de ver. Debería ser por unanimidad y a la primera. Cinco minutos de cónclave y el resto de la mañana, libre. No puede ser que Dios susurre nombres distintos a cada asistente solo para marearlos. ¿Acaso a la Patrulla X se entra por votación? No, si el candidato acredita superpoderes mutantes y punto. ¿Hay que bajar el listón para el Pontífice? No lo creo. El aspirante debería realizar algún tipo de prodigio. Por ejemplo, volar. O darle la comunión al chico que le gusta sin que le tiemble la mano. Así no habría dudas de que cuenta con el respaldo del Señor. Hasta los ateos nos convertiríamos. Lo contrario es condenar a la parroquia a la confusión y a que, como le pasó a Francisco, unos lo tuvieran por un hombre santo y otros, por un enviado del Diablo. Al elegido se le obedecería con más razón, y no cabría la excusa de que puede equivocarse en cuestiones doctrinales en función de que lo que diga sea o no del gusto del católico de turno. Un milagro antes y no después evitaría muchos problemas.

¿Y qué decir de la prensa? Los que ayer se sorprendían de la fuerza y entereza del Papa para recuperarse de la enfermedad —algunos casi lo calificaban de milagroso—, hoy son los primeros en afirmar que ya le veían mala cara. El experto en aranceles comparte mesa con un gastroinfluencer, un redactor de un digital a sueldo del PP, y otro que nadie sabe qué hace ahí, para regalarnos con su conocimiento del asunto.

Sacándole el máximo partido a lo que han leído cinco minutos antes de entrar en plató, hablan de los cardenales George Jacob Koovakad, Giorgio Marengo o James Michael Harvey, de los que no habían oído hablar en su vida, como si hubieran cerrado afters con ellos. Eso sí, nunca olvidan advertir que, en el cónclave, el que entra papable sale cardenal. El resto, silencioso, asiente apabullado ante tal muestra de sabiduría. La liturgia de siempre.

Una alternativa al circo mediático y religioso, sería aprovechar para apostar por un debate racional y sereno —del que recomiendo ser excluido— para analizar el papel de la religión en la sociedad. Se podría hablar de si el dinero de todos está mejor invertido en ciencia o en superstición; de cuándo llegará el momento de que los creyentes se paguen sus vicios; de si hay que sustituir la catequesis por el estudio de las religiones en los colegios; o de si que los obispos tenga al frente de su cadena de radio a un condenado por defraudar a Hacienda es una vergüenza o una metáfora de tan santa institución.

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