El Papa prohíbe las misas en latín y de espaldas a los fieles y abre la puerta al cisma de los ultras
Francisco ha regresado en plena forma de su operación de colon, y acaba de tomar una de esas decisiones que marcarán su pontificado. En un inédito Motu Proprio, el Papa ha revocado “todas las normas, instrucciones, concesiones y costumbres” aprobadas por Juan Pablo II y Benedicto XVI y prohíbe las misas en latín y de espaldas al pueblo según el rito anterior al Concilio Vaticano II, salvo en contadísimas excepciones. Un golpe mortal a los rigoristas, tomado semanas después de expulsar del mando de la Congregación para el Culto Divino a uno de sus principales defensores, el cardenal Robert Sarah, y a las puertas de la reforma de la Curia. Se avecina un verano caliente en Roma y el riesgo de un cisma aparece cada vez más nítido en el horizonte eclesial.
¿Por qué esta decisión de Bergoglio? La razón va más allá de lo litúrgico: comprobar que “la oportunidad ofrecida” por Wojtyla y Ratzinger a grupos tradicionalistas, como los lefebvrianos, responsables del último cisma en la Iglesia católica, “para restaurar la unidad del cuerpo eclesial, respetando las diversas sensibilidades litúrgicas, ha sido aprovechada para aumentar las distancias, endurecer las diferencias y construir oposiciones que hieren a la Iglesia y dificultan su progreso, exponiéndola al riesgo de la división”.
De ahí la crudeza de la decisión, que el propio Papa ha explicado, por carta, a todos los obispos del mundo. A partir de ahora, los únicos libros considerados válidos serán los aprobados por el Concilio Vaticano II, descartándose el Misal de San Pío V, que establecía un rito totalmente en latín, con el cura de espaldas a los fieles, la comunión en la boca y de rodillas, y las mujeres separadas de los hombres (y con una mantilla blanca) en los bancos de las iglesias. Una costumbre que hunde sus raíces en el Concilio de Trento y que había sido superada tras el Concilio, aunque recuperada por los antecesores de Bergoglio.
“La unidad debe restablecerse en toda la Iglesia de rito romano”, proclama Bergoglio. Un solo rito, el del Concilio. ¿Lo aceptarán los rigoristas o habrá un nuevo cisma en la Iglesia católica? Por el momento, la norma –que ha entrado en vigor de inmediato– impide que se creen nuevos grupos y pone normas estrictas para que los ya existentes puedan seguir celebrando la misa de este modo. Así, las lecturas “se han de proclamar en lengua vernácula”, y nunca más en latín. El resto de la liturgia sí podrá ser proclamada en la lengua oficial de la Iglesia. Además, tendrán que pedir permiso a cada obispo, que deberá comprobar que “estos grupos no excluyen la validez y la legitimidad de la reforma litúrgica, de los dictados del Concilio Vaticano II”.
Bergoglio explica que, cuando Benedicto XVI permitió el uso del Misal preconciliar quiso “favorecer la recomposición del cisma con el movimiento liderado por el arzobispo Lefebvre” y, así, “recomponer la unidad de la Iglesia”. Sin embargo, añade el Papa, “esa facultad fue interpretada por muchos dentro de la Iglesia como la posibilidad de utilizar libremente el Misal Romano promulgado por San Pío V, resultando un uso paralelo al Misal” oficial.
Rechazo del concilio y de “la verdadera Iglesia”
Trece años después de que Ratzinger liberalizara esta práctica, Francisco encargó a la Congregación para la Doctrina de la Fe que le enviara un cuestionario sobre su aplicación. “Las respuestas que recibí revelaron una situación que me apena y preocupa, confirmando la necesidad de intervenir”, admite el Papa, quien sostiene que el uso del Misal de 1962 “se caracteriza cada vez más por un rechazo creciente no sólo de la reforma litúrgica, sino del Concilio Vaticano II, con la afirmación infundada e insostenible de que ha traicionado la Tradición y la ”verdadera Iglesia“. Aquí, Bergoglio es rotundo: ”Dudar del Concilio es dudar de la Iglesia“.
“Es cada vez más evidente en las palabras y actitudes de muchos que existe una estrecha relación entre la elección de las celebraciones según los libros litúrgicos anteriores al Concilio Vaticano II y el rechazo de la Iglesia y sus instituciones en nombre de lo que consideran la ”verdadera Iglesia“, insiste Francisco, que añade que ”se trata de un comportamiento que contradice la comunión, alimentando ese impulso hacia la división“. Por ello, concluye, ”me veo obligado a revocar la facultad concedida por mis predecesores“.
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