Brasil es el tercer país del mundo con más casos detectados de COVID-19 y el segundo con más muertes confirmadas por esta enfermedad. El estado de Amazonas fue especialmente azotado en abril y mayo. Su capital, Manaos, saltó tristemente a la fama por las imágenes de fosas comunes que sucedieron a la saturación de hospitales y servicios funerarios. Sin embargo, en verano el número de infectados y fallecimientos cayó en picado. Todo esto sin haber tomado medidas tan estrictas como otros lugares. ¿Acaso la ciudad había alcanzado la ansiada inmunidad de grupo?
Un estudio serológico pendiente de revisión por pares y compartido en medRxiv reavivó esa teoría la semana pasada. Según sus resultados, el 66 % de la población de Manaos tiene anticuerpos contra el SARS–CoV–2. “Aunque las intervenciones no farmacológicas, junto con un cambio en el comportamiento de la población, puede haber ayudado a limitar la transmisión, la tasa de infección inusualmente alta sugiere que la inmunidad de grupo jugó un papel significativo”, concluían los autores.
Días después la agencia de noticias Reuters aguaba la fiesta: Manaos sufre un repunte de COVID-19 que ya ha obligado a imponer medidas y cierres en la ciudad de dos millones de habitantes. ¿Qué ha pasado? ¿No han alcanzado la inmunidad de grupo? Estas son tres explicaciones y una lección que deja la ciudad brasileña.
Opción 1: en realidad no se ha alcanzado la inmunidad de grupo
Es lo que opina la viróloga e inmunóloga de la Universidad Complutense de Madrid Esperanza Gómez Lucía, a la que no le salen las cuentas. “Dudo mucho que hayan alcanzado la inmunidad de grupo [en Manaos]. Dudo mucho que ningún país, a falta de una vacuna, haya alcanzado esos niveles [de seroprevalencia]”, explica a elDiario.es.
La investigadora pone en duda incluso los datos de seroprevalencia más conservadores de la prepublicación. “Ni siquiera me creo que tengan un 44 % porque tendrían que haber reportado una mortalidad muy superior para tener tantas personas protegidas”. En la prepublicación, los autores estimaron una tasa de letalidad por infectado de entre el 0,17 y el 0,28 %, menos de la mitad que en Sao Paulo, algo que explican por la diferencia de edad de la población.
La cifra más repetida al hablar de inmunidad colectiva es el 70 %, de ahí que los autores de la prepublicación consideren que Manaos la ha alcanzado. Sin embargo, este cálculo depende de muchos factores entre los que se incluye la famosa R0 —número medio de nuevos casos que genera cada infectado—, por lo que se han propuesto horquillas que van desde el 50 al 75 %. ¿Podría ser que el problema no esté en el porcentaje sino en nuestro propio sistema inmune?
Opción 2: la inmunidad de grupo no es posible (ni fácil de medir)
Gómez Lucía explica que no todos los anticuerpos que genera nuestro cuerpo ante una infección son protectores: “Solo los que se unen a la proteína del virus que permite su entrada en la célula impiden que penetre en la misma, porque no deja sitio para que se acople el receptor”.
La investigadora aclara que “solo unos pocos” anticuerpos son protectores, mientras que otros muchos “se unirán a otros sitios que no tengan relevancia a la hora de bloquear la entrada en la célula”.
“Todavía no hay suficientes datos para saber si los anticuerpos son protectores o no”, asegura Gómez Lucía. Aun así, un brote de COVID–19 con más de cien casos acaecido en un barco pesquero, en el que ninguna de las tres personas con anticuerpos se infectó, ofrece esperanzas en este sentido.
A todo esto hay que sumar otros factores, como cuánto dura la inmunidad contra este coronavirus, cómo de frecuentes son las reinfecciones y qué papel juegan los linfocitos T en todo esto. Por todo ello, determinar si es posible alcanzar la famosa inmunidad de grupo —y si se ha conseguido ya— no es sencillo.
El catedrático de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) Gordon Dougan explica esta dificultad en un artículo publicado en The Conversation. “Mucha gente cree que basta con medir anticuerpos en la sangre. Por desgracia, no es el caso para muchas infecciones porque estos no siempre se correlacionan con protección”. Además, “tienden a desvanecerse con el tiempo y la inmunidad de grupo puede desaparecer”.
Por ese motivo, Dougan considera problemático decir que Manaos ha alcanzado el umbral de protección colectiva y asegura que harán falta estudios diseñados con mucho cuidado para demostrarlo. “Medir la inmunidad de grupo es un reto estadístico que pocas investigaciones han logrado”, advierte.
Opción 3: las epidemias son trenes desbocados
Asumiendo que sea posible, alcanzar la inmunidad de grupo no equivale a pulsar el botón de parada de un ascensor. Los virus no tienen un botón de stop. Más bien, siguiendo la metáfora de Carl T. Bergstrom y Natalie Dean, son como una locomotora desbocada y sin frenos. Una vez la caldera se quede sin carbón, el tren seguirá su avance por las vías durante un tiempo antes de detenerse.
Esta metáfora maquinista tiene un término epidemiológico detrás: efecto overshoot (“pasar por encima” o “excederse”, en inglés). “Una epidemia que ya está en marcha continuará difundiéndose. Un virus que se transmite con rapidez no para en cuanto se alcanza la inmunidad de grupo”.
Para entender por qué hay que volver a la omnipresente R0: si esta es mayor de 1, la epidemia crece; si es menor de 1, termina por extinguirse. Pero que en una población con 100.000 infectados estos solo contagien de media a 0,9 personas no implica que la enfermedad desaparezca, porque todavía se generarían 90.000 nuevos casos, que mantendrían la caldera en marcha un tiempo.
Es por eso que muchos investigadores como Bergstrom advirtieron ya en mayo que una pandemia fuera de control continuará meses después de que la inmunidad de grupo se alcance. Eso son más infecciones y muertes que sumar a la lista: “Para cuando la epidemia terminara, una proporción muy grande de la población se habría infectado, unos dos tercios más de lo esperado”. Ese exceso es el efecto overshoot, y podría ser otro motivo por el que los casos en Manaos seguirían subiendo aunque se hubiera alcanzado el punto de protección grupal.
Corolario: la inmunidad de grupo no es la solución
“Cuidado con las teorías de quienes ofrecen mentiras reconfortantes […]. Décadas y siglos después no tenemos inmunidad de grupo para el cólera, la fiebre amarilla, la polio, el sarampión, la tuberculosis, la malaria o la peste. Se han usado medidas de salud pública para controlar su difusión hasta que se han desarrollado vacunas o estrategias de eliminación”.
Estas palabras de advertencia provienen de la investigadora de la Universidad de Edimburgo (Escocia) Devi Sridhar. Sin embargo, en países como Reino Unido y España no faltan voces de analistas aficionados que aseguran que la inmunidad de grupo ya se ha alcanzado en zonas muy afectadas como Madrid, y que es improbable que tenga lugar una segunda ola explosiva de casos y muertes este otoño e invierno.
Gómez Lucía niega esta posibilidad: “Los datos de seroprevalencia de Madrid como mucho serán [ahora] del 15 %, y eso está muy lejos de la inmunidad de grupo si tenemos en cuenta la contagiosidad del coronavirus”.
La inmunidad colectiva tiene otro matiz: “Aunque en términos generales se alcance un 70 % de seroprevalencia esta no es homogénea a lo largo de la población”, comenta Gómez Lucía. “Pueden quedar bolsillos de gente que no está expuesta; grupos más o menos grandes donde podría continuar la infección sin que haya protección”.
Dougan cree que es fundamental entender que “las vacunas normalmente generan protección de forma diferente a una infección natural”, por lo que “incluso en enfermedades en las que la infección natural no es del todo protectora, una vacuna puede serlo”. Recuerda, además, que estas herramientas tampoco son siempre capaces de eliminar una enfermedad de una población. En Manaos, de momento, tendrán que seguir conviviendo con el coronavirus