Lo último que supieron de él era que había cruzado la frontera hacia Francia. Como muchos otros combatientes republicanos en la Guerra Civil, Antonio Clemente Jódar tuvo que exiliarse en los últimos meses del conflicto y a partir de ahí su familia le perdió la pista. “No supieron más, pero ella nunca le olvidó”. Pilar Garrido Clemente habla sobre su madre Catalina, una de las hermanas de Antonio que falleció en 2001, con 94 años, tras toda una vida buscándole. Hoy se sabe que Antonio fue asesinado en un campo de concentración nazi y sus cenizas trasladadas por error a Francia. Y su familia acaba de enterarse.
“Lo buscó y no consiguió nada, aunque no sé de qué forma lo hizo porque cuando me lo contaba lo decía con tanta tristeza que yo no quería ahondar en ello. Siempre, siempre le nombraba. Tenía varias fotos en el álbum familiar y cuando las veíamos me decía que era su hermano mayor, que se fue a la guerra y que no supieron más de él. Cuando se juntaban todos los hermanos siempre salía, no había una vez que no hablaran de su hermano Antonio”, cuenta Pilar, su sobrina, a los 77 años.
Si lo sabe no es gracias a las instituciones, que solo desde hace algunos pocos años han comenzado a interesarse por la historia de los más de 9.300 españoles deportados a los campos nazis después de que Franco, aliado de Hitler, intentara borrar su memoria, sino al trabajo de un grupo de investigadores que se han empeñado en reconstruirla. Entre ellos, Unai Eguia, que ha tirado del hilo hasta lograr descubrir en 2022 el paradero de Antonio, nacido el 15 de noviembre de 1908 en Antas (Almería), y conseguir el pasado agosto cerrar el círculo encontrando a su familia.
Según ha podido documentar el investigador tras bucear en decenas de documentos y archivos nacionales e internacionales, tras cruzar la frontera Antonio pasó por el campo francés de Saint-Cyprien, uno de los levantados por las autoridades francesas para internar a los refugiados españoles, y se integró en una de las Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE), que en la práctica fue mano de obra barata aprovechada por Francia para trabajos de obras públicas. El 13 de junio de 1943 los nazis le capturaron y le encerraron en distintos campos de concentración alemanes: de Buchenwald –uno de los primeros y más grandes– a Flossenbürg, antes de ser trasladado a Hradischko.
En este último campo fue asesinado en fecha cercana al 11 de abril de 1945, semanas antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. Esos días los soldados ordenaron matar a más de 150 prisioneros mientras eran conducidos al trabajo, conocedores de que las tropas soviéticas estaban cerca, explica Eguia.
Las urnas escondidas de Suchý
Pero la historia de Antonio no acaba con su muerte. Hay un último capítulo que empieza en el crematorio civil de Strašnice, en Praga, a donde los nazis llevaron cargamentos de cadáveres de prisioneros asesinados en el campo de concentración de Hradischko, que no tenía crematorio propio y solo estaba a 40 kilómetros de la capital checa. Allí ordenaron al administrador del cementerio, František Suchý, que quemara los cadáveres y se deshiciera de sus cenizas. Pero ante el horror que contemplaba, Suchý decidió desobedecer.
No solo no hizo desaparecer los restos, sino que con ayuda de su hijo los identificó. Tras las incineraciones, depositaba las cenizas de cada uno de los prisioneros en una urna individual con un número que apuntaba en una lista junto al nombre del asesinado y se las ingenió para esconder las vasijas con las cenizas.
Una vez finalizada la guerra y liberados los campos de concentración, el gobierno francés inició una misión en la que halló las urnas que habían logrado guardar Suchý y su hijo, que fueron enterradas con honores en el recinto, donde se levantó un monumento en homenaje. Seis de ellos eran españoles, una noticia que se conoció hace dos años gracias al trabajo de Unai Eguia y dos investigadores más, Antón Gandarias y Antonio Medina. Pero, además, el gobierno francés decidió repatriar las cenizas de sus compatriotas, unos 80, con el objetivo de entregárselas a sus familias.
Uno de ellos, el de la urna 64.708, fue Antonio Clemente. “Los franceses se llevaron los restos del español por error, y como no encontraron a su familia lo enterraron en el cementerio militar de Cambronne-lès-Ribécourt, a poco menos de 100 kilómetros de París”, explica Eguia. Allí sigue reposando hoy.
Una alegría triste
Más de 80 años después de haberle perdido el rastro, ninguno de sus hermanos –Catalina, Francisco y Juan– vive ya, pero sus sobrinos han seguido recordando al tío Antonio. “Mi madre lo hubiera recibido con una alegría triste. Alegría por conocer por fin su paradero, pero triste también al saber cómo fue la poca vida que le dejaron vivir. Ella murió con la idea de que lo habían encerrado o matado porque estaba segura de que si no hubiera dado señales de vida. Antonio y mi madre solo se llevaban dos años, así que ella me decía que de pequeños iban juntitos a todo, eran como mellizos”, cuenta Pilar desde Gavá (Barcelona), donde vive.
A ella lo que ocurrió con Antonio se lo contó su hermano Antonio Garrido Clemente, que vive en Bélgica, el pasado agosto. Y es que fue a él a quien Unai Eguia llamó para explicárselo. Aunque los investigadores pensaron en un principio que el propio Antonio era de Vera (Almería) porque los archivos alemanes lo situaban en “Bera (sic) (Almería)” en realidad acabaron dando con su rastro en Antas, a tan solo 7 kilómetros de Vera, gracias a la ayuda del historiador Luis Artero.
El siguiente paso que se propuso Eguia fue ofrecer a su ayuntamiento el adoquín que las autoridades del ayuntamiento de Hradištko habían entregado a todos los familiares de los incinerados allí en un homenaje celebrado en abril de 2022. Los adoquines eran parte de los caminos que los propios prisioneros fueron obligados a construir bajo pésimas condiciones. Como de Antonio no había descendientes, fue el investigador quien trajo a España la piedra. Así que el pasado 4 de agosto, el consistorio llevó a cabo un homenaje e instaló en el cementerio el adoquín y una placa con el nombre de Antonio Clemente y la inscripción “luchó por la libertad y la democracia”.
A Unai le acompañó en el viaje hasta Antas el director Oier Plaza, que está rodando un documental sobre los deportados a Flossenbürg. “El caso de Antonio demuestra la diferencia que hubo entre unos y otros dependiendo de la nacionalidad. Los españoles quedaron olvidados por su país, pero aquel que fue confundido, pensando que era francés, tiene una tumba con su nombre que ha permanecido honrada. Un ejercicio de memoria que en España no se ha hecho, hasta el punto de forzar a sus familiares a no saber nada”, cree Plaza.
El interés del director por completar la historia de Antonio hizo que se produjera un encuentro con los descendientes que ya conocía Luis Artero, el historiador que les estaba ayudando. “Le dije que me interesaba grabarlo, así que eso hicimos. Se reunieron varios sobrinos nietos de Antonio que no sabían mucho de él, pero cuando Unai les contó la historia, una de ellas dice 'tiene que ser el tío del primo de Bélgica'. Otra sabía que una familiar podía tener el contacto, así que al final Unai llamó a Antonio, hermano de Pilar, allí mismo”, recuerda Plaza, que filmó el momento.
“Estoy que me tiemblan las manos. El teléfono me tiembla en el oído. Te lo agradezco enormemente porque de verdad nunca supimos su paradero”, se escuchan, al otro lado del teléfono, las palabras de su sobrino. Los restos del represaliado siguen en Francia por deseo expreso de la familia, pero de alguna manera Antonio Clemente Jódar está finalmente en casa.
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