Saber que el día que sacaron su cuerpo sin vida de la cárcel portaba el anillo y la maquinilla de afeitar que ha tenido en sus manos ocho décadas después es una pequeña alegría, una forma de acercarse a su tío, al que nunca conoció. Bonifacio Almena Ramos sujeta la pequeña cajita de madera que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) le ha entregado con ambos objetos, los dos que aparecieron en la exhumación de José Almena en el cementerio de León hace ya más de un año. Este mes su familia ha podido recoger sus restos y llevarlos a la pequeña localidad de Gargantilla, en Ciudad Real, el lugar en el que nació y pasó los pocos años que le dejó vivir la dictadura franquista.
José Almena fue detenido cuando tan solo tenía 18 años, en 1940. Sobre él pesaba una acusación de auxilio a la rebelión por haber entregado un fusil a los guerrilleros de la zona, pero las investigaciones realizadas por la ARMH no han podido aclarar qué ocurrió exactamente. Tanto él como varios testimonios señalaron entonces que se encontró el arma en el campo, donde debido a su dedicación como pastor solía pasar la inmensa mayoría del tiempo, alejado del pueblo, y que fue amenazado para entregarlo.
El juicio sumarísimo al que fue sometido, sin embargo, concluyó que colaboraba con la guerrilla. No encontraron datos sobre ningún tipo de afiliación política; se determina que no hizo propaganda “revolucionaria” ni “exaltó” en público “la causa roja”, se lee en uno de los folios de la causa. El Fiscal Jurídico Militar llegó a afirmar que se trataba de un encausado “de ideología desconocida”, aunque en otros momentos la causa señala “una tendencia izquierdista”, pero en ningún momento demostrada. Aún así, esto no impidió que tras pasar casi un año en la cárcel, fuera condenado a pena de muerte por un delito de adhesión a la rebelión que le conmutaron automáticamente por 30 años de cárcel.
No cumplió ni siquiera dos. Y lo hizo a más de 600 kilómetros de su hogar, en la prisión provincial de León, donde enfermó de tuberculosis y falleció el 28 de abril de 1943. Según consta en los libros de enterramiento del cementerio de la ciudad, fue enterrado en la parte civil, el lugar destinado a la sepultura de víctimas de la represión y “desafectos” al régimen, entre los que también se encontraba Genara Fernández, una maestra cuyos restos también fueron exhumados por la ARMH. Fue buscándola a ella como dio con el paradero de Almena: “Era una espina que tenía la familia, pero solo sabían que había muerto en León”, cuenta Marco González, coordinador del proyecto y vicepresidente de la asociación memorialista.
“Si alguien podía hacer algo era yo”
Su sobrino Bonifacio ha sido el que más de cerca ha seguido el proceso y llegó a trasladarse desde Ciudad Real para presenciar cómo la asociación sacaba de debajo de la tierra a su tío, y también el anillo y la maquinilla de afeitar que seguramente le pertenecieron. “Cuando yo llegué faltaban diez centímetros para descubrir los restos. Lo de los objetos es muy curioso, quizás es lo que tenía con él en el momento de fallecer”, explica Bonifacio a elDiario.es. Las cosas encontradas en exhumaciones pueden parecer insignificantes, pero sirven muchas veces para identificar a víctimas y reconstruir la memoria de quienes las portaron. En ocasiones, las familias se las quedan, en otras, como en el caso de los Almena, las vuelven a enterrar.
Ocho décadas después de ser condenado a 30 años de cárcel sin pruebas, José Almena ha vuelto a su pueblo y sus restos descansan en el nicho familiar, junto a su madre. Era “la obsesión” de Bonifacio, y así lo había acordado con el resto de hermanos: llevarle con su abuela, que falleció en 1988. “Tuvo que sufrir mucho, si viviera lo hubiera querido así. Lo he sentido como una obligación moral, si alguien podía hacer algo era yo y por fin lo he conseguido”, afirma satisfecho al otro lado del teléfono.
El “carácter ejemplarizante” de la sentencia
El segundo entierro del joven pastor, el entierro digno en su pueblo, y no aquel por el que fue condenado a una tumba sin nombre, fue “muy emocionante”, describe su sobrino. Varios familiares asistieron al acto de entrega de los restos, al que también se desplazaron voluntarios de la asociación, y en un “acto sencillo” fueron depositados de nuevo bajo la tierra. A Bonifacio solo le queda la pena de que su madre no haya podido verlo. Murió con 99 años justo un día después de que volviera de la exhumación en León, y no llegó a saber nunca que “el tema del tío” estaba “solucionado”.
Ella fue la única que le habló de José, hermano de su padre, una vez la ARMH les contactó para comunicarles que le habían encontrado, no antes. La de la familia Almena es una historia, como otras, como casi todas las de las víctimas de la represión y la dictadura, incompleta. “No se comentaba nada de esto”, señala Bonifacio, que imagina que su padre “debió de pasarlo muy mal”, pero nunca les dijo nada. Su madre sí le explicó lo poco que sabía: que le habían detenido trabajando de pastor, que “era un crío que no tenía nada que ver con la política” y que “no hacía otra cosa que estar con sus ovejas”.
Ana Cristina Rodríguez, historiadora de la Universidad de León y directora técnica de la exhumación, explica que, aunque “tampoco es descabellado pensar” que pudiera tener alguna conexión con la guerrilla, en la causa se desvela que “no tienen ninguna prueba contra él”. En el momento en que el ejército franquista se subleva contra el gobierno de la II República, José Almena tenía 14 años y “ningún tipo de militancia”. La explicación que da Rodríguez a la “dura condena” que le acabaron imponiendo es que “tiene un carácter ejemplarizante”: “En zonas en las que había guerrillas, que fueron una oposición fuerte al régimen, el clima represivo se disparó, y las autoridades represaliaban duramente estos contextos”.