Una periodista polaca se sumerge en las heridas de la Guerra Civil: “El olvido total no existe y España es el ejemplo”
Un buen día Katarzyna Kobylarczyk, nacida en Cracovia hace 42 años, abrió un periódico español para practicar el idioma durante su residencia en 2009, en Cartagena (Murcia). En las páginas encontró un artículo sobre unas fosas de la Guerra Civil, en Milagros, una localidad de Burgos. Pensó que, siete décadas después, sería un relato sobre los últimos enterramientos pendientes de las víctimas republicanas.
Pronto descubrió que se trataba de una de las primeras fosas en levantar, para rescatar los cuerpos y entregárselos a sus familias. Entonces pensó que debía escribir de inmediato un artículo para Polonia. Pero el aluvión de preguntas que se le vino encima paralizó esa necesidad de dar a conocer en su país los problemas de España con su memoria más reciente y cruel. No podía creer que, después de casi 40 años de democracia, la sociedad ocultara los relatos de los asesinados por el franquismo.
Diez años después de aquella oleada de cuestiones por explicar nació, gracias a decenas de entrevistas y visitas, Costras. España hurga en sus heridas, traducido ahora por la editorial Crítica. En 2020 esta investigación fue reconocida con el Premio Ryszard Kapuscinscki en la categoría de reportaje literario.
Katarzyna cuenta que lo que interesó al jurado del galardón fueron los reflejos que había entre ambos países y la memoria atragantada. Unos meses después del premio y antes de que Vladimir Putin diera la orden de atacar, Costras se tradujo al ucraniano. La razón era similar a la que había ofrecido el jurado en su fallo: “Cuando Donbás quede liberado de la invasión rusa encontraremos la misma situación que quedó en España tras la Guerra Civil y la dictadura”, le comentó la traductora ucraniana a la autora polaca.
Ahí afuera apenas conocen lo mal que se trató la memoria de las víctimas y que apenas llevan 15 años hablando, cuando han desaparecido casi todas. Kobylarczyk reconoce que en su búsqueda ha encontrado más miedo del que esperaba. Muchas personas han preferido que su nombre no aparezca publicado junto a su testimonio.
Es una prueba más de que la cacareada reconciliación de la Transición fue un buen eslogan, pero no verdad. Basta comparar las portadas de la edición polaca y la española de Costras para encontrar la prueba (y metáfora) del miedo al que se refiere la escritora. En una se muestra una fosa con restos de las víctimas a la vista de los vecinos que acuden a desenterrar el silencio y en la otra, la de Crítica (Planeta), una hoja en blanco tapa casi al completo el yacimiento y los huesos. España hurga en sus heridas, pero no tanto.
Las víctimas y la periodista
Katarzyna Kobylarczyk es una rara avis en el panorama editorial guerracivilista. Una periodista extranjera investigando sobre las víctimas de la guerra civil, de ambos bandos. “Mi libro no es un juicio. Como periodista tengo la obligación de estar siempre con las víctimas”, cuenta. Dice que, a pesar de que unas han tenido cuatro décadas para contar su historia, no quiso dejar el testimonio de nadie afuera. Ni tampoco la capacidad para retratar al nieto de un asesinado en Paracuellos, que usa por la calle y sin problema el saludo fascista. “Yo escribo que su abuelo es una víctima, pero también lo que hace su nieto. Quizá eso sea la objetividad”, advierte.
Esta permisividad con el fascismo es lo que más le ha llamado la atención de este país. En Polonia está prohibido por ley. También le chocó una visita a un museo de la División Azul que hay en unos bajos de Madrid, en el que el guía aseguró al grupo de visitantes que los nazis salvaron a los judíos de Polonia y Rusia. “¡Qué barbaridad! Esto es una anomalía europea”, dice la periodista.
“Los periodistas no vamos a cambiar el mundo. En todos los sitios del mundo pasa lo mismo. Pero necesitamos esa memoria. El olvido total no existe y España es el ejemplo. La dictadura se apropió del relato y de la historia durante 40 años, pero no consiguió hacer olvidar a la gente. Si se silencia a los abuelos, hablarán los nietos”, indica la autora de Costras. A ratos es periodista, historiadora y escritora. Y en todos esos papeles la misión es la misma: dar voz a las víctimas. Asegura que las historias en las que se ha fijado son demasiado pequeñas y particulares para interesar al historiador: “El historiador busca la verdad absoluta y yo busco la memoria. En los libros de historia no te pones las botas de las víctimas. Yo he querido que el lector se pusiera en el lugar de ellas”.
La reconciliación imposible
Está nerviosa porque no sabe cómo aceptarán los herederos de esas víctimas el trabajo que ha hecho. Guarda silencio y piensa en una escena decisiva del libro. Una que demuestra que la reconciliación no es posible. Fausto Canales llega al Valle de los Caídos con la intención de visitar los restos de su padre y de su tío, campesinos, que descansan sin consentimiento en el mausoleo franquista junto a más de 30.000 personas. Le pide las llaves a un monje benedictino que anda por allí limpiando y le contesta que él también tiene a su padre allí enterrado. Le cuenta que su padre era lechero en Madrid, que alimentaba a las monjas de un monasterio y que le mataron por eso. Ese cara a cara, esas historias paralelas, no son fáciles de entender. “Muchos lectores polacos me dicen que ven esa escena como un momento de reconciliación, pero para nada. Unos no quieren entender a otros. La reconciliación no ha existido y tampoco sé si nosotros podemos exigir que la víctima se reconcilie con el verdugo”, explica Kobylarczyk.
Si la reconciliación no ha sido posible, que la memoria sí lo sea. Para eso, cree que es necesario crear un espacio seguro para que las personas puedan hablar. “Me parece que la Ley de Memoria Histórica es un juguete para despertar la discusión, no para solucionar la memoria de las víctimas. No son políticos los que deberían debatir sobre este asunto. Admiro a España porque la memoria histórica la están construyendo las personas, como la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH)”, añade. En el libro, la autora subraya la importancia de la experiencia de la sociedad española con su memoria y con tantas fosas pendientes, justo en el momento del auge de los fascismos europeos.
Una memoria saneada y debatida, con las heridas limpias, es importante para enfrentar el futuro, advierte. Importante para que en ese futuro no haya indiferencia y la ultraderecha quede desterrada de los gobiernos que vienen. “No estamos aprendiendo y el pasado va a volver”, concluye.
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