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Análisis

“Tener la piel muy dura” o comportarse “con seriedad”: por qué quebrarse puede ayudar a cambiar la política

Imagen de archivo del presidente del gobierno, Pedro Sánchez. EFE/Ballesteros

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Un hombre se toma tiempo para responderse a una pregunta. Algo que afecta a su vida personal le perturba y le hace plantearse cuál quiere que sea su lugar. La historia se complica cuando ese hombre es presidente del Gobierno y su decisión de retirarse a reflexionar deja en el aire una posible dimisión. Estrategia o no, la decisión de Pedro Sánchez y las reacciones que le han seguido han abierto una conversación pertinente sobre la política, la vida personal, la vulnerabilidad, los precios a pagar y lo que colectivamente entendemos por compromiso o profesionalidad.

“¿Merece la pena todo esto? Sinceramente no lo sé”, dice Sánchez en su carta a la ciudadanía, en la que se muestra afectado por los “ataques” hacia su pareja, Begoña Gómez, y hacia él. A la escritora, editora y ex diputada de En Comú Podem Mar García Puig, la carta del presidente le ha removido. “Esa es una pregunta que las mujeres nos hemos hecho mucho y que algunas hemos empezado a verbalizar, quizá ahora está sorprendiendo que sea un hombre y presidente quién la expresa públicamente, pero es una pregunta que está ahí, porque la política es una trituradora de vidas y relaciones”, comenta. Asumimos que la política implica perder “tu derecho a vivir, a la paz mental, al bienestar individual y de tu entorno”. Es la ficción, llevada al extremo, de que podemos desprendernos de los afectos, de las emociones o de los cuidados y de que eso, de hecho, nos hace más competentes y profesionales.

Algunas de las reacciones a la decisión de Sánchez lo constatan. El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, hablaba de “espectáculo adolescente”, aseguraba que ser presidente es algo “más serio” y que serlo implica “mirar siempre por los demás incluso por delante de ti mismo”. La politóloga Emanuela Lombardo considera que lo sucedido puede llevarnos a una reflexión más general sobre cómo humanizar la política “para que tengan cabida las personas con todas sus emociones y circunstancias y desde el respeto a su vida personal”, justo en un momento en el que los ataques de algunas fuerzas de derecha y extrema derecha está dirigiéndose cada vez más hacia lo personal.

No es novedad para muchas. La exministra de Igualdad Irene Montero recibió comentarios machistas, una virulencia verbal que llegó al insulto y a referencias constantes a su vida personal, a bulos insistentes o acoso. Ya la primera ministra de Igualdad, Bibiana Aído, sufrió algunos de estos ataques. Aído recuerda que frente a esa violencia se espera que aguantes “con elegancia y sin mostrar que te afecta” y, subraya, eso lleva a “naturalizar la violencia política y el acoso”. “A que termines pensando que eso es lo que hay, que forma parte del cargo, que a la política se viene llorada... por eso cuesta tanto identificar esa violencia política y abordarla, una violencia que busca excluirte del espacio público y que a veces lo consigue”. Aído reclama un debate profundo sobre violencia política, “que tiene un componente de género”, como está sucediendo en otros países.

“La política es un espacio tremendamente hostil y parece que aguantar los ataques, las mentiras y el acoso diario tiene que ser condición necesaria si quieres hacer política”, crítica la exministra, que recuerda otros casos, como el de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, la de Finlandia, Sania Marin, la de la propia Irene Montero o la de compañeras de partido como Leire Pajín.

Emanuela Lombardo, que trabaja sobre los ataques y estrategias de los movimientos y partidos de extrema derecha y las respuestas feministas que da la sociedad civil y las instituciones, remarca que la violencia es un continuum que se da de varias formas e intensidades y, “que ya invade lo personal, no hay espacio para lo privado”. “Es una idea de la política que desde los estudios de género siempre se ha planteado como deshumanizadora. Se espera de ellas que no tengan vida personal, emociones, vulnerabilidad”, dice la experta. En los estudios sobre política con perspectiva de género es más que frecuente ver cómo esa conceptualización y esas prácticas políticas tienden a expulsar a las mujeres.

Qué se espera de quien está en política

La politóloga Marta Fraile participó en una investigación que indagó en las percepciones de la gente sobre la política. ¿Con qué palabras la identificaban? “Poder, ambición, lucha... Son condiciones muy duras, parece que hace falta ser muy fiero para sobrevivir ahí, sostener unos valores y posiciones muy tradicionalmente masculinas”, responde Fraile. De hecho, la politóloga expone que una de las explicaciones que encuentran los estudios a que las mujeres se mantenga más fuera de la política es por la percepción “de que no tienen esas cualidades para sobrevivir ahí con éxito o que no les merece la pena”.

Por contra, otras cualidades, como la capacidad de entender al otro, de escucha, de llegar a acuerdos, de ponerte en la piel de los demás o de parar para reflexionar... “son muy importantes pero no parece que se valoren mucho”. La reacción a la carta de Sánchez es, para la politóloga, una demostración de lo denostadas que están la vulnerabilidad o las emociones, especialmente en algunos contextos, “cuando precisamente la expresión emocional es más bien un síntoma de madurez”. Sin embargo, lo de tener “la piel muy dura” parece imprescindible para ser tomado en serio y que tu profesionalidad y compromiso no esté en entredicho. Esta concepción afecta a “la selección de las élites políticas”. Fraile lanza otra pregunta: “¿Son esos los mejores políticos”.

Mar García Puig recuerda incluso que hay competencia por ver quién está renunciando a más cosas o quién acumula más cansancio: “Parece que como es mal de muchos, lo tienes que aguantar. Pero lo que hay que hacer es revertir estas lógicas para que la política sea un lugar más agradable para quien venga, y que pensemos también qué mensajes mandamos desde ahí”. En su libro La historia de los vertebrados, García Puig narra cómo su vida personal y política se entremezclaron a marchas forzadas cuando sufrió un brote después de dar a luz a sus mellizos. Al otro lado no encontró precisamente un espacio donde vivir su vulnerabilidad mientras intentaba hacer política y cuidar de sus hijos.

A la “ridiculización de las emociones” a la que estamos atendiendo, reflexiona, se añade el peso que se pone sobre quien se para a reflexionar o piensa en si seguir adelante o no. “Esto de que si se va está abriendo la puerta a las derechas... como si traicionara el bien común. Yo entré en el Congreso en la legislatura más paritaria de la historia y pensé: '¿si me voy estoy traicionando al feminismo?' Pero no se puede poner en los hombros de personas concretas el peso de una responsabilidad tan grande, es algo que debería ser colectivo. Las personas importan, las vidas importan”.

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