Cuando Soraya Sáenz de Santamaría renunció a la baja por maternidad para continuar trabajando, en lugar de reclamar el permiso de paternidad, se la criticó por ser mala madre. Estas reacciones fomentan aún más el sentimiento de culpa de las mujeres.
Advertir de las zancadillas que la cultura machista sigue poniendo hoy a las mujeres. Miguel Lorente, exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género, se plantea este reto en su último libro, Tú haz la comida, que yo cuelgo los cuadros (Editorial Crítica), a través del cual disecciona las diferentes “trampas invisibles” que impiden el avance hacia la igualdad real entre hombres y mujeres: desde el uso de la biología como argumento para el trato desigual hasta la “objeción de conciencia” de ellos frente a la igualdad.
Como sociedad, ¿cree que hemos avanzado en la identificación de conductas machistas?
Sí, con el paso del tiempo hemos ido bajando el umbral de lo que consideramos machista, especialmente si se trata de conductas violentas. Pero solo con esto no se resuelve el problema porque la cuestión no está ahí solamente. El machismo no puede reducirse solo a las dimensiones visibles, sino entenderlo como la propia desigualdad. Esto es, el abuso que hacen los hombres de su posición y la exigencia de imponer sus valores, sus actitudes y sus estrategias. Ocurre en todos los ámbitos, dentro y fuera de la pareja, ya que, en cuanto el hombre percibe los beneficios que le reporta esa posición de poder, la instrumentaliza en otros aspectos. Tanto, que asumimos que la normalidad es masculina y que eso es así porque es lo natural.
¿Es también lo natural la excusa para justificar las desigualdades entre hombres y mujeres?
Es, en mi opinión, el argumento más sólido para mantener los valores tradicionales y, a la vez, una razón de peso para explicar la división desigual de roles, espacios y tiempos. Se trata de una primera trampa que impone dos referencias básicas sobre las que gira todo lo demás: mientras la fuerza y la razón son cualidades que corresponden de forma natural a los hombres, las mujeres se caracterizan por su capacidad para el cuidado y el afecto. Y manifestaciones explícitas de estos roles los podemos encontrar sin rebuscar mucho todos los días. Sin ir más lejos, esta concepción quedó muy clara con las palabras de Cañete en el debate electoral. Algunos sectores de la sociedad siguen convencidos de que el hombre, por el mero hecho de serlo, está en una posición de superioridad intelectual.
Las cúpulas directivas de empresas e instituciones siguen dominadas por los hombres, ¿siguen vedadas a las mujeres las posiciones de poder?
Aquí es imprescindible tomar en cuenta la trampa que es, a mi juicio, la más grave: la de la igualación. Me refiero con estas palabras a que, para poder escalar profesionalmente tal y como lo hacen los hombres, sigue siendo necesario que las mujeres se comporten y actúen como ellos lo harían. Ocurrió, por ejemplo, cuando Soraya Sáenz de Santamaría renunció a la baja por maternidad para continuar trabajando. En lugar de reclamar el permiso de paternidad, se la criticó por ser mala madre. Estas reacciones fomentan aún más el sentimiento de culpa de las mujeres, que les acompaña como su sombra a cualquier hora del día.
Tomar lo masculino como modelo de éxito supone caer en una doble trampa. Por un lado, abandonar todo lo que las mujeres aportan, conocen y viven y, por otro, dar la razón al machismo. Es decir, trasmitir la idea de que sí, que al final lo suyo es lo importante. Pero la verdadera igualdad se debe abrir camino por otros cauces. No se trata de que las mujeres se vayan a vivir a otro espacio donde se imponen los modos y los métodos masculinos, sino de que lleguen a esos lugares para empezar a transformarlos.
¿Se ponen todavía hoy muchas trabas a esa transformación?
Por supuesto. En el entorno laboral es muy visible. El hombre suele ser valorado en lo inmediato y también en potencia mientras que la mujer es siempre cuestionada. No tanto sobre cómo trabaja si no más bien por cuáles son sus responsabilidades familiares, si tiene que salir antes, si puede hacer más horas cuando se necesite... Porque al final ella sigue siendo el núcleo de la célula del tejido social de la familia. Si no está, parece que toda esa estructura se viene abajo.
A la propia presión que sienten las mujeres cuando entran en el mercado laboral, hay que sumar las críticas que vienen desde fuera. El resultado de todo esto lo señalan los propios datos: siguen siendo las mujeres las que encabezan las “renuncias impuestas” (como la jornada parcial) para poder compatibilizar el trabajo con los cuidados. Las mujeres tienen que decir que no a muchas más cosas en su vida para poder llegar a donde llegan ellos.
¿La crisis está devolviendo a las mujeres al hogar?
Sí, entre otras consecuencias. Y no es la primera vez que ocurre. Las mujeres se han incorporado a los espacios laborales por necesidad y no por derecho. El avance social se ha producido con más intensidad en dos momentos: durante la Revolución Industrial y también en los periodos de guerra. No porque se le ha reconocido ese derecho, sino porque hacía falta ante la falta de mano de obra masculina. Y eso es una trampa porque, una vez que pasan estas coyunturas, los espacios no quedan redistruibuidos, sino que se vuelve a lo que consideramos el orden natural y así la situación se normaliza.
Todavía hoy, si alguien tiene que dejar el trabajo, lo normal es que lo dejen las mujeres. En esta decisión también influye, además del componente subjetivo, el intersubjetivo. Es, decir, lo que los demás piensen de nosotros. Si es el hombre el que renuncia al empleo significa que no es un buen padre de familia, que no cumple con su misión.
¿Las nuevas masculinidades siguen en los márgenes?
De momento, así es, porque muchos hombres siguen reproduciendo roles, actitudes y comentarios porque piensan que eso es ser hombre. Esto es muy negativo también para nosotros porque entramos en unas dinámicas de escenificación que no nos conducen a ningún lugar, nos quitan tranquilidad emocional y, además, puede generarnos frustración. Los hombres que no triunfan y no ganan pueden volcar esa sensación de fracaso en otras personas, que suelen ser sus parejas.
El primer paso para construir masculinidades alternativas es que los propios hombres detecten estas trampas y digan: “oye, que yo no quiero ser hombre de esta manera porque hay otras muchas formas de serlo”. El problema para avanzar es que aún hay muchas personas que piensan que la lucha por la igualdad es solo una cuestión de mujeres, que son las que están llevando la batuta en este asunto.
Este año, 25 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas. ¿Puede asociarse este repunte con una reacción machista ante la movilización de las mujeres?
Es evidente que se está produciendo un cambio social. Las mujeres han dicho que no a muchas imposiciones y, cuando eso ha ocurrido, algunos hombres han dado un paso más en la corrección e intimidación recurriendo a la violencia. Y esto puede verse en las cifras. La última macroencuesta realizada en 2011 reveló un aumento muy preocupante en el número de víctimas con respecto a 2006, cuando se llevó a cabo la anterior: de 400.000 a 600.000 casos al año.
También es verdad que cada vez más mujeres logran salir de la situación a través de la separación, pero hay algo que debería preocuparnos. Según los datos más recientes, estamos asistiendo a un descenso en el número de denuncias y de llamadas al 016. Si la violencia no se denuncia y se continúa con la relación, aumenta mucho el riesgo de homicidio. A todo ello tendríamos que sumar también la beligerancia que está surgiendo contra las mujeres que luchan, como las acusaciones de denuncias falsas. El clima que están alimentando todas estas circunstancias puede traducirse en un incremento de la violencia.
Las últimas medidas anunciadas por el Gobierno, como la reforma de la ley del aborto, ¿calientan aún más este clima?
El Partido Popular ha dejado muy claro que lo que le molesta es que las mujeres, con su capacidad de decisión, puedan alterar el esquema tradicional. El caso de la reforma de la ley del aborto es el mejor ejemplo de instrumentalización de una defensa teórica de la vida para retener y controlar a las mujeres. Además, se está utilizando también para cuestionarlas y volver al modelo de mujer egoísta que está dispuesta a sacrificar a un ser humano inocente. Pero, si la violación es una conducta sexual no consentida, ¿qué nombre podemos dar a una maternidad no consentida? ¿Cómo se puede obligar a una mujer a ser madre a la fuerza? Es una barbaridad.