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Los prejuicios ideológicos hacen más fácil introducir recuerdos falsos en la gente

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Daniel Mediavilla —

El 1 de septiembre de 2005, con Nueva Orleans anegada tras el paso del huracán Katrina, el presidente de EEUU George W. Bush se divertía en su rancho de Texas junto a la estrella de béisbol Roger Clemens. Una imagen del político con el deportista lo acreditaba y casi un 35% de los participantes que se declaraban progresistas en un estudio organizado por la revista Slate decían recordar lo sucedido.

Entre los que se reconocían conservadores, solo un 15% de los consultados recordaba la actitud irresponsable del presidente recogida en la fotografía. En realidad, todo era un montaje realizado para probar la maleabilidad de la memoria. Aquel día, George W. Bush se encontraba en la Casa Blanca y Clemens nunca estuvo en su rancho.

La memoria suele equipararse en el imaginario popular a una cámara de vídeo que registra nuestras vivencias. Dependiendo de personas, pensamos, esa cámara graba más o menos, o registra la información con mayor o menor detalle, pero siempre es fiel a la realidad. Sin embargo, varias décadas de estudio de la memoria han mostrado que es dinámica. En la cinta donde recordamos nuestras experiencias se pueden introducir nuevas escenas que nunca sucedieron y que incorporaremos a nuestra memoria en igualdad con las producidas por eventos que sí ocurrieron.

Eso es lo que ha mostrado el mayor estudio sobre memorias falsas realizado hasta la época. En él, Slate preguntó a 5.269 de sus lectores sobre sus recuerdos en torno a varios eventos políticos que nunca habían sucedido. Cada narración de los hechos iba acompañado de una imagen manipulada en la que se mostraba el evento. Además de la imagen de Bush con el jugador de béisbol, se incluía, entre otras, una fotografía de Barack Obama estrechando la mano del presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad. Más de un 50% de los encuestados (2.650) dijeron recordar acontecimientos que no habían tenido lugar y un 27% del total afirmaron incluso que habían visto aquellas noticias en los medios de comunicación.

Además, en un estudio que se publica ahora en el Journal of Experimental Social Psychology y que también repasa los datos obtenidos por la encuesta de Slate, los investigadores, liderados por Steven Frenda, de la Universidad de California en Irvine, muestran que la probabilidad de introducir memorias falsas en una persona depende también de lo que se adapte a sus prejuicios. En este sentido, los autores descubrieron que la ideología influía en la aparición de nuevos recuerdos, pero no lo hacía siempre igual. Aunque el 34% de los encuestados recordaron la reunión entre Bush y la estrella del béisbol que nunca sucedió, frente a solo el 14% de los conservadores que vieron la misma imagen, la relación no se invirtió cuando la imagen elegida era el encuentro de Obama con Ahmadineyad, un gesto que podía interpretarse como una debilidad del presidente.

En este caso, los progresistas también recordaban con más frecuencia el acontecimiento que los conservadores: 49% frente al 45%. La tendencia, no obstante, sí se reflejaba entre los que decían haber visto aquel encuentro: 36% entre los conservadores frente al 26% entre los progresistas. Los investigadores muestran además que observaron “una asociación entre el recuerdo de acontecimientos políticos [que era algo superior entre los progresistas] y la susceptibilidad ante las memorias falsas”. Pese a lo que se pudiese esperar, la conciencia política de los participantes en el estudio les hacía más propensos a introducir entre sus recuerdos eventos que nunca habían sucedido.

“Gran parte de los recuerdos de la infancia son falsos”

“Lo novedoso de este estudio es que lo lleva al terreno de la política, pero por lo demás, viene a corroborar que la memoria es dinámica y está en continua transformación”, explica Antonio L. Manzanero, profesor de psicología de la Universidad Complutense. “Nosotros hemos realizado estudios sobre testigos en accidentes de tráfico en los que cambiando las preguntas o la forma de hacerlas podíamos inducir a recordar a una persona que había estado presente en el lugar de los hechos que había un semáforo donde no lo había o que estaba en rojo cuando no lo estaba”, señala.

“Gran parte de la información que recordamos de la infancia es falsa y todo el mundo recuerda cosas que jamás han ocurrido. No tenemos más que ponernos a recordar con familiares y amigos y ver cómo recordamos las cosas de forma distinta”, afirma Manzanero. “En entornos cotidianos no tiene mucha importancia, pero en un juicio puede tener consecuencias graves”, indica. Y no se trata de que los testigos se inventen hechos sino que, dirigidos por las preguntas de policías o jueces, puedan verse compelidos a recordar circunstancias que no son reales. Por ese motivo, los psicólogos tratan de concienciar sobre las limitaciones de las declaraciones de testigos para determinar condenas y la necesidad de que los interrogatorios tengan en cuenta su potencial para modificar los recuerdos y, en definitiva, la declaración.

Una de las autoras del estudio que ahora se publica en el Journal of Experimental Social Psychology, la investigadora de la Universidad de California en Irvine Elisabeth Loftus, es consciente de la limitada fiabilidad de la memoria y lleva muchos años demostrando lo fácil que puede ser implantar falsos recuerdos. Durante los 90, Loftus colaboró en varios juicios relacionados con personas que de adultas denunciaban abusos sexuales sufridos cuando eran niñas. Muchas de las memorias en las que se basaban las acusaciones habían aparecido durante terapias psicoanalíticas, de grupo o hipnosis. Loftus conocía la facilidad con la que se podía manipular la memoria, pero afirmar que recuerdos completos de vivencias personales podían aparecer de la nada parecía excesivo. Sin embargo, la psicóloga trató de probar que su intuición era cierta.

Loftus encontró una buena cantidad de libros en los que se ofrecían consejos sobre cómo se podían recuperar memorias de abusos sexuales suprimidas por efecto del trauma y se incluían síntomas tan comunes como la baja autoestima o el sentimiento de culpa como indicios de que el abuso había sucedido. Se animaba a los terapeutas a que preguntasen por posibles casos de incesto a personas que acudían a ellos por problemas psicológicos, e invitaban a los pacientes a buscar las memorias ocultas imaginando posibles situaciones de abuso. Este tipo de consejos suponían un sustrato fértil sobre el que plantar memorias irreales.

Tras una serie de estudios, Loftus reunió un conjunto de criterios necesarios para introducir una memoria falsa. En primer lugar, se necesitaba la confianza de la persona. En segundo lugar, esa persona de confianza podía sugerir, como habían hecho muchos terapeutas, que un abuso había sucedido, dejando a la víctima dándole vueltas a esa posibilidad. Poco a poco, esa semilla iría creciendo en su mente y ella misma iría añadiendo detalles al suceso hasta que se convirtiese en algo real y propio.

Para demostrar la validez de su método, la investigadora de la Universidad de California lo probó con numerosos individuos en los que logró insertar memorias de todo tipo. Consiguió, por ejemplo, convencer a un buen número de personas de que habían sorprendido a sus padres en pleno acto sexual e incluso sugestionó a un 16% de una muestra hasta que creyeron haber presenciado posesiones demoníacas. Como, pese a todo, este tipo de recuerdos podían haber sido reales, realizó una serie de experimentos para demostrar que era posible introducir memorias indudablemente nuevas.

En primer lugar, logró convencer a un 16% de los participantes en un estudio de que se habían encontrado con Bugs Bunny en Disneyland, algo improbable ya que el simpático conejo es un personaje de Warner Bros. Para acabar de probar su planteamiento y mostrar que podía implantar memorias más dramáticas, realizó un experimento en el que consiguió hacer que un 30% de los participantes recordase haberse encontrado en Disneyland con un Bugs Bunny drogado que además les chupó las orejas.

Con estos precedentes, los investigadores no descartan la posibilidad de utilizar este conocimiento para influir en las decisiones políticas de los ciudadanos. Steven Frenda, investigador de la Universidad de California en Irvine y coautor del estudio sobre falsas memorias y política, pone un ejemplo de cómo se pueden utilizar estos mecanismos del recuerdo para cambiar el voto: “Las push polling [una especie de encuestas agresivas] son unas encuestas telefónicas en las que se incluyen preguntas que contienen información falsa o engañosa. Un ejemplo es el de las primarias republicanas de 2000. Entonces, el equipo de George Bush, presuntamente, encuestó a gente en zonas donde era más probable que se votase por John McCain, el otro candidato republicano, preguntando si el hecho de que éste tuviese un hijo ilegítimo hacía más o menos probable que votasen por él. La idea de estas encuestas no era obtener información significativa sino difundir información falsa sobre McCain”, asevera Frenda.

Sobre el uso político de los medios, recuerda que “existen trabajos que muestran que personas expuestas a noticias en los medios que más adelante tuvieron que retractarse por ser falsas se olvidan de la retracción, incluso cuando la ven, e incorporan en su memoria la noticia original”. Ese principio, aunque reafirmado y explicado por las nuevas investigaciones, no tiene, por desgracia, mucho de novedoso. Como decía la frase atribuida a Joseph Goebbels: “Miente, miente, que algo quedará”.