Los recortes en Sanidad 'queman' a médicos y enfermeros: “El estrés laboral se ha cronificado”
En España hay unos 60.000 médicos que ejercen en el sistema de Atención Primaria. Hace unas semanas, la Sociedad Española de Medicina Interna encuestó a un millar de ellos y un tercio aseguró sentirse 'quemado' con su trabajo. En el caso de la Comunidad de Madrid, algo más de la mitad (55,6%) de estos especialistas llega a plantearse el abandono de la profesión.
Es una de las conclusiones del informe que acaba de publicar el Colegio Oficial de Médicos de Madrid (COMEM) y la Fundación para la Investigación e Innovación Biomédica de Atención Primaria (FIIBAP), basado en encuestas a un millar de profesionales de Atención Primaria y Pediatría.
El 8% de los médicos de familia –y 5% de los pediatras– sufre un desgaste profesional alto en esta región. El porcentaje se dispara al 65% cuando se tiene en cuenta el desgaste medio. O lo que es lo mismo: tres de cada cuatro facultativos madrileños está 'quemado' o cerca de estarlo. De hecho, las dos organizaciones mencionadas ya cuentan con sus propios sistemas de ayuda para médicos. La información que ofrecen los colegios de otras autonomías tiene resultados muy similares, como es el caso de Catalunya.
Entre las causas a las que alude el COMEM están el “deterioro del ambiente laboral y de la calidad de los servicios prestados”, la “precariedad, los turnos y sobrecarga de trabajo”, una presión asistencial que califican de “hiperdemanda”. Además, señalan la “excesiva burocratización de la asistencia” o la “falta de autonomía en la gestión del trabajo”, entre otros.
Para Macarena Gálvez Herrer, doctora en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), no se trata solo de profundizar “dónde está la fiebre, sino también de dónde viene la infección”: “Nadie se quema a lo bonzo en su trabajo, es un proceso que va ocurriendo con unos desencadenantes que influyen en el proceso”. Y recuerda el efecto dominó de este síndrome, que afecta al conjunto de la sociedad.
Esta experta señala que hay que actuar a tres niveles. Primero, en la prevención para “apuñalar el origen”. Luego en la secundaria, que es “la detección y actuación sobre los profesionales”. Por último, estaría “la intervención sobre las consecuencias en la salud del profesional y de la organización”. “Si no intervenimos en todos los niveles, nos vamos a quedar cortos a la hora de abordar las condiciones de trabajo, que son determinantes en desencadenar a los médicos”. En este sentido, advierte también del riesgo de intervenir “únicamente sobre el individuo, que es algo necesario pero no suficiente: tienen que cambiar las condiciones laborales”.
Tomás Gómez Gascón, director de la FIIBAP, tacha la situación de “preocupante”. Aunque aprecia diferencias entre pediatras y médicos de familia, achaca esto al número de consultas, que de forma general es inferior, “pero el desgaste es parecido por la presión asistencial”. Un desgaste que también afecta menos a los médicos, a medida que tienen mayor experiencia profesional, pero más a las mujeres especializadas en Atención Primaria (en Pediatría se manifiesta de la misma forma en ambos géneros).
“Esto es una foto de la situación, pero requiere medidas urgentes: no podemos estar dos o tres años a ver qué pasa”, se queja Gómez: “Si no, la situación va a ser muy complicada”.
No solo médicos: los enfermeros también están hartos
El síndrome del trabajador quemado ha sido reconocido este mismo año por la Organización Mundial de la Salud. Un fenómeno que, en cualquier caso, se extiende por la práctica totalidad de profesiones y entornos laborales. De hecho, sin salir de los servicios sanitarios, hay otros afectados: los enfermeros, una profesión que ejercen cerca de 250.000 personas en España. En su mayoría, mujeres. El año pasado, el Sindicato de Enfermería (SATSE) publicó el estudio Percepción del Estrés en los Profesionales de Enfermería en España, en el que se refleja que ocho de cada diez enfermeros padece estrés. Algo más de la mitad de los encuestados (51%) se considera 'quemado'.
“Es un tema de total actualidad, pero a la vez de poca relevancia para la gravedad que reporta”. Quien habla es Lucía Ramírez Baena, enfermera que hace unos meses presentó su tesis doctoral sobre cómo afecta este síndrome a los trabajadores del Servicio de Andaluz de Salud. El resultado fue que, en esta región, cuatro de cada 10 enfermeros (un 39,8%) se encuentra “en una fase avanzada” del síndrome del trabajador quemado.
Esta investigadora de la Universidad de Granada indica que hay “mayores niveles” de este síndrome en los profesionales de enfermería, “debido a las peculiaridades de nuestro trabajo y a una mayor interacción con el paciente y familiares a pie de cama, que hace que el desgaste sea mayor”. Aunque cree que hay algo más.
Se trata de “la falta de reconocimiento de este colectivo profesional, a diferencia del que goza el colectivo médico”, por lo que es habitual que se generalice la “baja realización personal”. Entre las causas, también están los salarios o los cupos por profesional –“que en enfermería son mucho mayores”, agrega–, pero no solo. Otros factores como la edad –“las enfermeras empiezan a trabajar a edades más tempranas que los médicos– o el género, ”mayormente femenino“.
Para Ramírez, lo fundamental es “la prevención y la detección precoz, evitando que los profesionales afectados alcancen niveles alarmantes o tiendan a cronifcarse”. Y aunque celebra que se estén “implementando intervenciones tanto preventivas como paliativas”, recuerda que “todavía es necesaria mayor investigación al respecto”.
“Estamos tocando fondo”
“Vivimos tiempos difíciles en los que los recursos son insuficientes. El impacto de la crisis económica sobre la población no ha sido ajeno para nosotros”, explica David García Gutiérrez, médico de familia en un centro de salud de Madrid, que pide “tomar en serio la atención primaria” y que se reflexione sobre sus condiciones de trabajo. “Nosotros podemos ser también pacientes”, recuerda para incidir en que “no somos infalibles, somos una profesión de riesgo porque las condiciones en las que trabajamos nos hacen vulnerables, y eso hay que exponerlo”. “Yo amo esta profesión y lo que quiero es trabajar en condiciones de seguridad y salud para poder hacer mi trabajo”, asegura.
Así, recuerda que en esta profesión el “tiempo de reciclaje es muy complejo”, pues influyen “las jubilaciones, que los que estamos queramos salir y que los que vienen ya no quieran quedarse; los estudiantes cuando vienen a las consultas expresan que la atención primaria no es lo que más les conviene”. El recambio de esta especialidad tiene además otro agravante, y es que es una de las más envejecidas. El 62,5% de los médicos de familia en España tiene más de 50 años, según los datos del Minsiterio de Sanidad.
Aunque si en las ciudades el problema son los cupos altos que propicia la concentración, en el entorno rural el problema es justo el contrario. Al haber una dispersión geográfica mayor, atienden a menos población, pero implica desplazamientos de varios kilómetros para atender en domicilios o el seguimiento de determinados pacientes. En regiones como Castilla y León, se dan ambas situaciones a la par.
María Auxiliadora Velasco lleva 30 años trabajando en la atención primaria urbana en Salamanca. “Es una situación generalizada en todo el país: el estrés laboral se está cronificando”, comenta en conversación con este periódico. “Uno intenta trabajar como le han enseñado, pero cuando tienes que atender a 40 pacientes al día todas las semanas y todos los meses, es imposible, porque no es algo puntual”, se queja esta facultativa, que también es vocal de Médicos de Atención Primaria Urbana del Colegio de Médicos de Salamanca.
El problema se ha desarrollado en la última década por una razón obvia: la crisis económica de 2008 y los recortes del gasto público consiguientes. “La sobrecarga de trabajo empezó hace 10 años, con la no sustitución de las vacaciones y la infradimensión de los recursos humanos. Como había déficit de recursos económicos, no nos sustituyen y los cupos por doctor son mayores de lo deseable”, cuenta.
“Cuando comenzó la crisis, parecía algo temporal que, encima, teníamos que solucionar los médicos. Decían que era algo transitorio”, apunta para afear “el planteamiento economicista: desde las gerencias se ahorran un dinero, mientras los médicos asumimos más de lo que deberíamos”. Para ella, “la situación está tocando fondo” y “los responsables políticos deberían sospechar que es una situación inasumible”. De cualquier modo, aboga por que las soluciones vengan “de quienes lo sufrimos, no de soluciones de despacho que salen muy bien las cuentas económicas y las estadísticas, aunque no sea la realidad”.
El auxilio del médico rural
El síndrome del médico quemado en entornos rurales ha saltado a la palestra mediática en los últimos meses gracias a Enrique Gavilán. Este médico de familia que decidió dar a conocer su historia a través del ensayo Cuando ya no puedes más (Anaconda, 2019). “Fue un ejercicio terapéutico”, relata al otro lado del teléfono, pues “llevaba una temporada bien larga en la que me sentía bastante quemado y desilusionado con mi trabajo, con la práctica de la medicina”.
En su caso, al terminar la jornada laboral, llegaba a casa “con la sensación de haber estado haciendo un ejercicio físico bastante intenso, cuando en realidad el esfuerzo era a nivel psicológico”. Una situación de fatiga y cansancio por la que le costaba “dejar de pensar en mi trabajo y volver a mi rutina del día a día”. Esto se transformó en angustia y nervios por el simple hecho de acudir de nuevo a la consulta. “Notaba desconexión del trabajo, me sentía abrumado por el ritmo y poco a poco fue degenerando en una sensación de despersonalización, es como si estuviéramos en una máquina”, apunta. “Era como si no tratáramos con personas ni lo fuéramos, sino solo una pieza en el engranaje”.
Para los médicos rurales, destaca que trabajan en consultorios de centro de salud de tamaño reducido, donde “la sensación de soledad es un factor diferencial respecto a los entornos urbanos”. “Estamos más expuestos al trabajo y la presión en el día a día. Hay momentos que no podemos compartir esa angustia ni repartir cargas de trabajo con compañeros”, comenta. Y, por último, lamenta que el síndrome del trabajador quemado no trascienda tanto en los profesionales de la Sanidad como en otras profesiones: “Aunque todos los hablamos en privado, es un tema bastante invisibilizado: hay mucha vergüenza y culpa”.