Los refugios climáticos no van a salvarnos, o por qué la política debería escuchar a la ciencia

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Calles sin una sola sombra, donde en verano solo duermen quienes tienen aire acondicionado. Aceras tan estrechas que apenas permiten transitar y cierran el paso de personas con carros o sillas de ruedas, mientras los coches, reyes del espacio público, generan islas de calor invivibles. Patios de colegios diseñados como una explanada de asfalto, nada parecido a lo que imaginamos como un refugio climático. Calles sin árboles ni zonas húmedas que proporcionen confort ambiental. Muchas de las ciudades españolas son así, parecen estar pensadas contra sus propios habitantes, más aún en una situación de emergencia climática como la que los científicos llevan años anunciando y ya estamos notando en nuestras carnes. Y esta enemistad de las ciudades con la salud de sus vecindarios no es igual para todos, va por barrios.

“Cada vez el cambio climático y las olas de calor tienen más que ver con las enfermedades comunes. Hemos estudiado cómo se relacionaron las olas de calor de 2015 a 2018 en Madrid con primeros casos de enfermedad cardiovascular, por nivel socioeconómico del individuo y por distritos. Una vez más, hay un gradiente social de la enfermedad y, en este caso, en Madrid, que es una ciudad especialmente desigual, afecta más a aquellos lugares y personas con menos nivel socioeconómico”, explicaba el epidemiólogo Manuel Franco al SMC España al presentar su recientemente publicada investigación.

Además, según Franco, “hay más mortalidad por temperaturas extremas en barrios con viviendas más envejecidas”, y el calor también perjudica la salud mental: “En estudios con ciudadanos de Barcelona nos encontrábamos con gente desorientada, aturdida, con nostalgia y síntomas depresivos” después de semanas sin dormir por las altas temperaturas.

Lo que necesitamos con urgencia es invertir en atender las causas de la pobreza energética y las condiciones de la edificación para poder atacar los problemas de raíz

Marta Olazabal, jefa del Grupo de Investigación en Adaptación al Cambio Climático del Basque Centre for Climate Change (BC3), se ocupa de proponer soluciones: “En ciudades, tenemos un espacio público dominado por el vehículo motorizado y el asfalto, que acumulan calor durante el día y van desprendiéndolo durante la noche”. Para evitar esas islas de calor, “es imprescindible actuar sobre la ciudad, no solo con hierba cortadita, sino con biodiversidad, humedad, sombreados y especies de árboles que requieran poca agua”. La experta insiste en que los refugios climáticos no van a salvarnos porque son el último recurso cuando la ciudad no es capaz de proteger a las personas. “Lo que necesitamos con urgencia es invertir en atender las causas de la pobreza energética y las condiciones de la edificación para poder atacar los problemas de raíz”, indica. 

Los expertos señalan que, en ocasiones, el discurso político retuerce argumentos científicos sin aportar verdaderas soluciones. Manuel Franco se quejaba de que no vale de nada afirmar que una ciudad tiene muchos árboles si están concentrados en grandes superficies fuera de los núcleos urbanos y no distribuidos en los barrios, porque “¿qué efecto tiene eso sobre la salud de todos los demás, que vivimos en un secarral de asfalto? Lo que dice la ciencia es que lo importante es que tú tengas a 300 metros un espacio público verde, confortable, que dé cobijo sobre todo a los más mayores, que son los que más se enferman y se mueren por calor”.

Las agendas verdes se alinean mucho con la izquierda y esto es un error. El interés por el bienestar, la salud y la calidad ambiental tiene que ser transversal, independiente del partido político. No lo estamos gestionando bien en las agendas municipales

Este es uno de los numerosos casos en los que la política, que es la vía que hemos establecido para regular nuestras vidas en sociedad, debería escuchar a la ciencia, que es la vía que utilizamos para describir los problemas y buscar soluciones. Hay evidencia científica de sobra para saber que nuestra salud depende de determinantes sociales, que no solo tiene que ver con nuestra buena voluntad para cuidarnos —comer bien, beber poco, no fumar, hacer ejercicio, querer a alguien que nos quiera, todo eso—; depende también de nuestras condiciones de vida, sobre las que muchas personas tienen poco margen de acción y capacidad de cambio. Ahí es donde se puede mejorar la vida de los ciudadanos con políticas urbanísticas, climáticas, de movilidad y de sostenibilidad ambiental que tengan en cuenta lo que la ciencia dice de manera unánime. 

“Mi impresión es que las agendas verdes se alinean mucho con la política de izquierdas —reflexionaba la experta en gobernanza climática urbana— y esto es un error. El interés por el bienestar, la salud y la calidad ambiental tiene que ser transversal, democrático, para todos, independiente del partido político. Esto no lo estamos gestionando bien en las agendas municipales”. Su idea me parece poderosa. Es verdad que el discurso ambientalista está escorado hacia la izquierda, y también es verdad que, por el bien de todos, no debería ser así. 

El informe de 2013 A new conversation with the centre-right about climate change (Una nueva conversación con el centro-derecha sobre el cambio climático), de la organización Climate Outreach, argumentaba que “si el cambio climático quiere salir de su 'gueto de izquierda', debe comunicarse de una manera que resuene con los valores del centro-derecha” y ofrecía cuatro narrativas para llegar a estos públicos, todas ellas muy centradas en la sociedad de Reino Unido: el localismo, la seguridad energética, la economía verde y la calidad de vida. 

¿Qué nos haría falta aquí para que el mensaje llegase a todos, independientemente de su tendencia política? No es fácil, pero creo que el aviso de Marta Olazabal puede remover conciencias ciudadanas: “Cuando veo una calle recién asfaltada en la que no han incluido ningún tipo de sombreado ni de infraestructura verde digo ‘¿En qué estamos pensando?’ No tenemos conciencia de lo que nos viene y de cuáles son los elementos que nos van a proporcionar calidad de vida”.

Y continúa: “Cualquier oportunidad de intervenir en el espacio público es única para mejorar nuestro bienestar social y ambiental durante los próximos 20 años. No podemos desperdiciarlas. Hay que trabajar en defender los barrios y las ciudades para las personas”.