Mientras el mundo entero se confinaba por una pandemia mundial, la industria del sexo estaba cada día más activa y llegaba a más y más personas, sobre todo jóvenes. “Juega con tu ojete”, “date hostias en las tetas”, “¿te cabe el puño entero?”. Son algunos de los comentarios y peticiones que reciben en una página web de cámaras en directo las mujeres que realizan shows eróticos para usuarios conectados desde sus dispositivos por todo el planeta.
Son las llamadas camgirls: chicas cuya función consiste en pasar horas y horas haciendo espectáculos pornográficos frente a una cámara conectada al ordenador en una sala de chat a la que puede acceder cualquiera y pagar a cambio de que le satisfagan desde el otro lado de la pantalla. Los usuarios chatean con ellas y les hacen todo tipo de peticiones. Se trata de una forma de consumir sexo online que ha aumentado vertiginosamente con las restricciones de movilidad derivadas de la pandemia. Un negocio opaco que ha facilitado la reinvención de los proxenetas, que han traspasado las fronteras digitales, como cuentan el inspector de policía experto en trata y cibercooperante Pablo J. Conellie y la activista Mabel Lozano en su libro PornoXplotación.
Activistas y asociaciones llevan tiempo denunciando estas nuevas formas de explotación. Pero la pandemia lo ha acelerado todo. “Hemos visto cosas impensables y, entre ellas, el aumento del uso de las nuevas tecnologías en este sentido”, asegura Rocío Mora, coordinadora de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP). “Ahora no sólo para captar y coaccionar a las mujeres, también para prostituirlas. ¿Cómo es posible que ninguno nos pudiésemos mover y el putero pudiese seguir respondiendo a sus demandas y los proxenetas reinventándose?”, critica.
De los prostíbulos a la pantalla
El tardío cierre de prostíbulos durante la pandemia no fue una solución para las prostitutas: “Se llevaban a las mujeres a lugares más opacos. Las mafias y los proxenetas iban por delante de cualquier tipo de trabajo de detección de las asociaciones”, asegura Mora.
Eso también ha obligado a estas organizaciones a cambiar su metodología. “Durante el estado de alarma perdimos más del 47% de nuestro trabajo en todos los ámbitos: prevención, intervención, rescate, sanitario… Perdimos el seguimiento de muchas mujeres y por eso también acudimos a las autoridades para poner sobre la mesa que también había violencia sobre las mujeres prostituidas y explotadas”. Comenzaron a trabajar junto a las Fuerzas de Seguridad del Estado y se dieron cuenta de que se habían empezado a usar otros métodos como las webcams. “No había un acceso a los cuerpos de las mujeres y era la manera de poder seguir explotando el negocio”, asevera.
Este tipo de porno en directo nació con las nuevas tecnologías hace apenas 25 años. Hacia la década de los 2000, algunas mujeres empezaron a retransmitir a cambio de dinero y poco después nacieron los estudios de grabación. Hoy, chicas alrededor de todo el globo interactúan con anónimos durante horas a cambio de tokens, una moneda virtual que se compra con la tarjeta de crédito. Las plataformas a través de las que se exhiben se quedan la mayor parte del dinero y reparten el resto entre el estudio y la modelo. En teoría, porque en la práctica se han contado innumerables casos de explotación, horarios interminables, multas con proxenetas, chantaje o maltrato físico y psicológico.
Unas cifras alarmantes
Pero el negocio avanza y las cifras lo corroboran: la web más visitada en 2020, Bongocams, recibió alrededor de 393 millones de visitas mensuales ese año. En Colombia, el país que más camgirls exporta al resto del mundo, se ha calculado que las webcams de mujeres generan unos 450 millones de dólares al año.
Falsas promesas, extorsión, amenazas, humillación, enfermedades, desgarros anales y vaginales, competición entre ellas para que los usuarios no se vayan a la cam de otra… A pesar de que estas plataformas se presentan como empresas de entretenimiento para adultos establecidas legalmente, es muy difícil que se garanticen unas condiciones dignas de trabajo. “Se las explota, se aprovechan de ellas y a veces ni siquiera se les paga lo que les han ofrecido inicialmente”, asegura el inspector Pablo J. Conellie a elDiario.es. Recuerda además un dato clave: una vez que unas imágenes llegan a la red, es imposible borrarlas y que no se difundan. “Una vez que entran en la rueda, están pilladas”, explica.
El miedo
Los proxenetas conocen la situación de algunas de estas chicas: “Muchas de las mujeres que hemos rescatado tenían un desconocimiento absoluto de que en España hubiese una pandemia. No sabían cómo eran los métodos preventivos y se encontraban en situaciones de extrema vulnerabilidad. Las graban con una cámara, las coaccionan y todas estas imágenes, además, se quedan en manos de los extorsionadores”. Viven con el miedo de que su identidad “corra exponencialmente” por la web, dice el policía.
“No existe un modus operandi fijo de explotar a las mujeres mediante violencia. Son proxenetas digitales que saben si tienen que apretar con la familia de ellas o darle un par de bofetones a otra”, añade Conellie.
¿Y de dónde salen? Durante la pandemia han aumentado los anuncios en Internet para hacerse modelo webcam. Ofrecen dinero fácil y rápido, fama, seguidores… Un beneficio a corto plazo que convence, sobre todo, a los grupos más vulnerables de la población. En el otro lado de la balanza están las top model de las webcam, la parte visible del negocio: un porcentaje ínfimo de ellas que sí llegan a la fama durante unos pocos años y son las que acuden a entregas de premios o grandes eventos.
La normalización del problema
A pesar de que también sufren estigmatización por su trabajo, las webcamers son vistas socialmente de manera diferente a las prostitutas. Por eso en países como Colombia se ha normalizado este trabajo hasta el punto de que se ha abierto una universidad de camgirls para enseñar a las jóvenes las técnicas de seducción y trucos para mantener al usuario más tiempo online. Algunos estudios proveen de espacios cómodos y de aseo para las mujeres pero otros son garajes o cualquier lugar donde se pueda conectar la cámara.
Aunque no hace falta irse tan lejos: en España también existen muchos pisos particulares funcionando en este negocio que no reúnen las condiciones mínimas, como aseguran Lozano y Conellie en su publicación.
Además, la opacidad y el anonimato de la red vuelven a dar sus frutos: a pesar de que se producen incontables casos de explotación, es difícil llegar a las plataformas que transmiten el contenido erótico, ya que “se pueden encontrar en cualquier parte del mundo”, explica el inspector.
Menores de edad
Los entrevistados coinciden en su preocupación por la temprana edad a la que muchas de estas mujeres son captadas. “Las contactan a través de las redes sociales y las amenazan y chantajean. Con las nuevas tecnologías la violencia se ha triplicado”, lamenta Mora.
No sólo son jóvenes muchas de las modelos –algunas aparecen en cámara con peluches detrás o pijamas infantiles para dar la impresión de ser más pequeñas–, sino también los consumidores. “Hay un acceso demasiado fácil a este tipo de webs, sin filtros para jóvenes que ya son nativos digitales. Y no sólo hablo de mayores de 16 años, es que cualquier niño que busque 'tetas' o 'culo' en el móvil de un familiar puede acabar en páginas de porno”, alerta Mora. De las más de 1.300 mujeres que salva la asociación cada año, “una gran parte empezaron siendo menores de edad”.
“Más allá de las infracciones que se cometen a nivel laboral, ¿quién sabe si las mujeres que emiten son mayores de edad?”, se pregunta Conellie, quien afirma que existen casos en los que hay menores coaccionadas y metidas en garajes ilegales que están emitiendo para usuarios de todas las edades y de todo el mundo.