La represión a la católica que padeció España desde la guerra civil: “Franco mató en nombre de dios hasta el último día”

Peio H. Riaño

29 de enero de 2023 22:04 h

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“Detente enemigo que el corazón de Jesús va conmigo” (sic). El lema iba prendido al sombrero cordobés de uno de los grupos paramilitares más sangrientos que actuaron en la guerra civil española, en la represión de los pueblos del Aljarafe sevillano. El “detente” guiaba las barbaridades que cometió esta columna franquista, que controlaba el temido Ramón de Carranza. Con el corazón de Jesús estaban legitimados para “limpiar los pueblos de gente roja”, como indica el historiador Paco Espinosa, autor del libro Contra la República. Los “sucesos de Almonte” de 1932. Laicismo, integrismo católico y reforma agraria.

El grupo arrasó desde Huelva a Sevilla, entre agosto de 1936 y marzo de 1937, cuando la columna pasó a formar parte de la Falange. Estas “escuadras negras” participaron en la primera fase de la “limpieza política”. En Huelva, hasta el inicio de los tribunales militares, en marzo de 1937, fueron asesinados 2.376 hombres y 86 mujeres.

La historia de Atilano Coco es más conocida porque el director Alejandro Amenábar la recuperó para el cine en 2019, en la película Mientras dure la guerra. El pastor protestante, profesor, masón y amigo de Miguel de Unamuno fue secuestrado y asesinado por los franquistas en diciembre de 1936 en Salamanca. Había cometido el pecado de no creer en la religión católica.

Fue paseado en una de las sacas que conducían a los presos de la prisión provincial al monte de La Ordaba, en la carretera de Salamanca a Valladolid. Como tantos otros, fue asesinado sin causa judicial. Como en el caso de Andalucía, era la práctica propia de los falangistas y los miembros de la paramilitar Guardia Cívica, con la complicidad de los guardias civiles que vigilaban la cárcel.

“No verá usted a un católico matar en nombre de su religión. Otros pueblos tienen algunos ciudadanos que sí lo hacen”, aseguró el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, este jueves para demostrar la supuesta superioridad de la religión católica sobre las demás tras el asesinato de un sacristán en Algeciras. El político gallego borró de un plumazo una parte de la historia española al ignorar la Inquisición o la Cruzada franquista, entre otros capítulos del pasado.

Las autoridades franquistas justificaron la sublevación contra la democracia como cruzada o guerra santa y la idea fue apoyada por la inmensa mayoría del episcopado español, a pesar de la repulsa de la Europa católica. “Franco estuvo matando en nombre de dios hasta el último día”, indica por teléfono el historiador y profesor de la Trent University de Ontario (Canadá) Antonio Cazorla. De esta manera responde a la polémica aseveración.

La santa cruzada

Cazorla rescató hace años las cartas que los españoles escribían a Franco y en las que se podía encontrar peticiones de clemencia y alabanzas por la causa que había iniciado. Durante el franquismo, “la mayoría de los españoles tenía que tener mucho cuidado con lo que decía, no fuese a ser que siendo afectos, neutros u hostiles al régimen, lo dicho fuese o pareciese inconveniente a la autoridad”, explica Cazorla en el libro Cartas a Franco de los españoles de a pie (1936-1945).

El 2 de septiembre de 1937, la Asociación Española de Señoras de la Virgen del Pilar escribe al General Franco una carta en la que le manifiestan su “reconocimiento por esa gloriosa cruzada tan justamente emprendida y dirigida por V. E. para salvar a nuestra querida España de la Barbarie comunista y felicitándole también por las brillantes victorias obtenidas en esta santa cruzada”.

En esta correspondencia puede comprobarse la particularidad española en los fascismos europeos de los años treinta, con la participación de la Iglesia católica en la sublevación contra la República. Franco fue defendido como el Salvador de la España Católica. Cazorla indica que “a veces se simplifica el papel de la Iglesia y de los religiosos en este período”. “Mientras que no cabe duda de que la mayoría de los clérigos, y del mundo católico en general, apoyaban a Franco, también es cierto que algunos religiosos intentaron interceder por las víctimas de la dictadura”, asegura.

Aquella población adepta a Franco lo describía en sus cartas personales como “el jefe el alma del movimiento Católico y Nacional español”. La cruzada religiosa era conocida en el extranjero. El 1 de octubre de 1938 le escribe el ciudadano canadiense Arthur Blanchette: “Dándonos las gracias, querido Generalísimo, yo os deseo todas las posibilidades de un éxito rápido sobre sus adversarios Rojos y la restauración de las antiguas glorias y esplendores de la España Católica” [sic].

La espada contra los infieles

Desde Venezuela, un tal Antonio. J. C. S. escribe a Franco, en septiembre de 1937, una carta en la que incluye un poema revelador con el que le desea “buen término la gigantesca obra de regeneración” que está ejecutando: “Al libertador de España / El paladín de la Victoria / Con santo Amor y pasión / Es escogido por la Gloria / Para salvar a su Nación. / Puso su espada en su diestra / El Señor de los señores / Para herir a la siniestra / Cuadrilla de malhechores. / Fieras sin Patria ni hogar / Perversos desde la cuna / Engendros de Lupanar / Influenciados por la luna. / Satanás en forma humana / Cuya maldad inaudita / Persigue al alma cristiana / Para hacerla una maldita”.

El 25 de febrero de 1940, un tal José G. felicita al dictador desde Navarra por la nueva Ley [la Ley de Responsabilidades Políticas, promulgada el 9 de febrero de 1939], “que declara guerra sin cuartel a la Masonería y Sociedades secretas, que han sido la causa de los males, que durante muchos años han asolado a nuestra querida patria España y con ello ha dado V. E. una gran satisfacción y aliento a los que precisamos de querer ante todo a España y sobre España, solamente consideramos a DIOS, ya que DIOS y España son nuestros más grandes amores por los que tenemos que seguir sacrificándolo todo, incluso hasta la vida”.

En nombre del catolicismo se asesinó a los enemigos, pero también apelándolo podían librarse de la muerte. El 3 de junio de 1940, Amalia P. de A. escribe a Carmen Polo para que se apiade y evite que su marido masón sea fusilado. “Mi esposo José A. M., pertenecía a la Masonería; está detenido desde el 29 de Abril del 39, hizo su retractación a la Iglesia, en marzo del 39, en el Sanatorio de San José, como consta en este Obispado. Pues al estar en esa secta, hará tan solo como muchas veces se hacen las cosas, por los amigos” [SIC]. Y reclama: “Señora, por caridad, pídaselo a su esposo, que sea ese el obsequio para el día de su Santo, que se apiade de mis pobres hijos”.

Legitimar el castigo

Gutmaro Gómez Bravo es el historiador que más ha investigado el sistema de represión, con libros como La redención de penas: la formación del sistema penitenciario franquista, 1936-1950. Explica a este periódico que la represión en nombre de la fe se legitimó desde el mismo golpe de Estado. “No hay ninguna duda de la persecución y represión por motivos religiosos. Los judíos, los masones, los protestantes fueron homologados e identificados como el mal y legitimaron su castigo. La participación de la Iglesia es precisamente la particularidad del totalitarismo franquista comparado con el de Mussolini y Hitler”, sostiene Gutmaro Gómez Bravo.

En el centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca se conservan decenas de miles de expedientes clasificados por la Brigada Político-Social con denuncias contra los ciudadanos por sus creencias y que se mantuvo activa entre 1938 y 1977. Ahí están las pruebas que contradicen las creencias de Núñez Feijóo. La represión en nombre de dios estaba institucionalizada de tal manera que los censores literarios debían cumplimentar una ficha en la que se especificaba si el autor o autora “atacaba” al “dogma”, a la “moral”, “al Régimen y a sus instituciones” o a “la Iglesia o a sus Ministros”. Cualquiera de estos informes repletos de tachones en rojo muestran cómo la Iglesia católica también reprimió durante más de cuatro décadas las libertades de los españoles.

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