Tres de los principales proyectos españoles para una vacuna contra la COVID-19 están dirigidos por investigadores ad honorem ya jubilados. Mariano Esteban (76 años) Luis Enjuanes (75) y Vicente Larraga (72) encabezan las iniciativas más punteras del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), pero no cobran ni un euro por este trabajo y sus ingresos son las prestaciones de la Seguridad Social que les corresponden. Es una situación que no es infrecuente y, por ejemplo, también la socióloga María Ángeles Durán (78 años) sigue investigando en estas condiciones. La científica Margarita Salas trabajó prácticamente hasta el final de su vida, a los 80 años.
“Somos científicos y consideramos que seguimos en primera línea: tenemos proyectos, formamos a estudiantes, becarios, obtenemos financiación externa, no solo nacional, también internacional. Seguimos publicando y desarrollando procedimientos que consideramos importantes”, remarca Mariano Esteban. En su caso, dirige el equipo que busca una vacuna en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC). Su plataforma “se basa en una variante muy atenuada de la vacuna que se utilizó en el programa de erradicación de la viruela, y que se llama virus vaccinia modificado de Ankara [MVA], al que se le han incorporado genes codificantes de proteínas del SARS-CoV-2 con la finalidad de inducir respuestas inmunitarias amplias y duraderas contra la COVID-19”. El virólogo detalla que “al ser un virus ADN no relacionado con el coronavirus, pero que confiere una potente activación del sistema inmunitario después de la vacunación, tiene todos los indicadores para proteger frente al SARS-CoV-2”. Están elaborando el dossier para obtener autorización e iniciar la fase clínica de ensayos con unos cien voluntarios en el primer trimestre de 2021, y más adelante con entre 500 y 600 para la fase II. Si no hay contratiempos, podrían iniciar la fase III en el tercer trimestre, con miles de voluntarios.
“¿Que podríamos estar jugando al golf, comprando el pan y la leche?, pues sí, pero después de cincuenta años en la virología, ha llegado un momento en que me siento con la obligación moral de apoyar a mi propio país”, subraya en conversación con elDiario.es. Reconoce que “la posición más fácil sería dejarlo todo y no hacer nada”, pero entonces tendría que suprimir todos los puestos de trabajo que genera con el personal que trabaja en el centro y terminarían las ayudas que ese equipo concreto, de 12 científicos además de él, recibe.
Preparaba el cierre de su laboratorio cuando llegó la pandemia
En el caso de Vicente Larraga, su idea era retirarse la primavera pasada. “Yo estaba cerrando mi laboratorio”, explica, cuando estalló la pandemia de la COVID-19. El último proyecto con el que estaba trabajando junto a su equipo, también de doce personas además de él mismo, es la vacuna veterinaria contra la enfermedad de la leishmaniasis, ya en última fase antes de su comercialización. Este fue precisamente el motivo por el que le contactaron desde la Agencia Española del Medicamento para pedirle que tratara de aplicar estos conocimientos a un posible suero contra el coronavirus. “Me preguntaron si creía que el vehículo de la vacuna de ADN sintético también se podría utilizar en este caso. Yo lo pensé y al día siguiente cuando me llamaron acepté quedarme”. En siete u ocho meses han hecho el trabajo que normalmente tarda dos años, remarca.
“Somos jubilados [Esteban, Enjuanes y él mismo], cobramos de la Seguridad Social, no un sueldo como investigadores ni ninguna gratificación. Lo hacemos porque creemos que había que enfrentarse al problema y trabajar y eso es lo que estamos haciendo. Llevamos treinta años trabajando en vacunas”, nos explica. Su reflexión es que “no puede ser que teniendo capacidad técnica y tecnológica para que España tenga sus propias vacunas no las haya. No podemos estar dependiendo de otras empresas que tienen una política y harán su política. Creo que ese ha sido el motivo principal para que nos pusiéramos a trabajar”.
Una vacuna española como en las que están trabajando estos científicos proporcionaría independencia a la hora de diseñar estrategias propias de inmunización. Más aún en un contexto en el que se ha desatado una carrera entre potencias internacionales y grandes farmacéuticas para aprovechar el nuevo mercado abierto con la inmunización ante el SARS-CoV-2. A los anuncios sucesivos por parte de las empresas y consorcios nacionales sobre la efectividad de sus productos han ido adheridos los compromisos públicos de varios países sobre contratos de compra y acuerdos con terceros para distribuir los sueros de sus compañías.
Así, el acaparamiento de vacunas como los de Pfizer o Moderna (que aseguran superar el 90% de efectividad) por parte de los países ricos, que en algunos casos se han garantizado el suministro de hasta cinco dosis por habitante, ha abierto el camino para la expansión de los proyectos de China y Rusia en los estados en desarrollo. EEUU, la Unión Europea, Gran Bretaña o Japón están copando la producción de los laboratorios estadounidenses. La vacuna rusa Sputnik V está encontrando acomodo en Suramérica, México o India. Algunos sueros chinos ya en fase III de investigación tienen comprometida la distribución en Emiratos Árabes Unidos, Perú, Pakistán, Serbia, Turquía, Bangladesh, Tailandia, Laos, Vietnam, Myanmar, Camboya, Filipinas o Marruecos. Sinovac, una de las empresas chinas con su producto más avanzado, ha asegurado tener acordado el envío de 60 millones de dosis en el estado de Sao Paulo (Brasil) y otros 40 millones en Indonesia.
La precariedad de la ciencia en España
Aunque estos científicos desligan su decisión de seguir trabajando cuando ya han sobrepasado la edad de jubilación de la situación de precariedad de los investigadores –sobre todo jóvenes– en España, son críticos con el estado de la política científica: “Espero que esta pandemia nos obligue a todos a replantearnos dónde queremos que España esté en los próximos 10 a 20 años. Hay gente muy buena, podríamos estar mucho más avanzados si tuviéramos los condicionantes, la infraestructura y los apoyos para construir los edificios que hacen falta en la ciencia”, defiende Mariano Esteban.
Como ejemplo, relata cómo recientemente ha participado en un tribunal para conceder una plaza a la que se presentaron 13 científicos de alto nivel. “Pero tienes que dejar a 12 fuera, entre ellos gente que puede ser profesora en las mejores universidades de otros países. Sin embargo, aquí los tiramos”, lamenta. Y advierte de que “si los jóvenes no pueden desarrollar aquí su carrera y creatividad la desarrollarán en otros países”.
La carrera entre las vacunas españolas y las de las empresas multinacionales que pueden llegar antes a España no es ni mucho menos entre iguales, pero no por una cuestión de capacidad científica, sino de medios. Como ha puesto de manifiesto Enjuanes en un debate en la Fundación Alternativas, algunos de estos laboratorios tienen hasta a 650 científicos de alto nivel buscando la vacuna, frente a la docena que trabaja en los laboratorios que la buscan España. Además, si AstraZeneca o Pfizer han recibido de media 2.000 millones de dólares, en España se han destinado entre uno y dos millones de euros. “Pero lo que más me preocupa es la infraestructura”, ha explicado, ya que aún en el caso de que llegara una inyección de 20 millones a su proyecto “nos vendrían muy bien, pero nuestros centros están saturados y es dificilísimo que te dupliquen el espacio”. “Necesitamos consorcios nacionales, internacionales e inversores, y la colaboración de empresas potentes”, ha afirmado.
Todo es una cuestión económica: “Si en los Presupuestos Generales del Estado no apoyas la I+D+i tendrás problemas”, dice Mariano Esteban. En los del año próximo se espera un importante incremento del 59,4%, con respecto a 2020, hasta alcanzar los 3.232 millones de euros. “Ahora todo son incrementos, a ver lo que duran. Si luego volvemos a la precariedad, no levantaremos cabeza”, advierte. Este año el presupuesto de Ciencia, como el resto, se beneficia de los ingentes fondos europeos para la recuperación, de 140.000 millones de euros para tres años. De los 27 investigadores que trabajan en el desarrollo de vacunas frente a la COVID-19 en el CSIC, 19 (un 70%) tienen contratos temporales, según el portal de información para médicos y sanitarios isanidad.
Como destacaba Mariano Barbacid, jefe del grupo de oncología experimental del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, en un debate celebrado este lunes en el que han participado estos investigadores, hay además otra enseñanza en su ejemplo. Frente a la tendencia a “apartar” a las personas a partir de determinada edad, “seguir produciendo, ser activos y seguir contribuyendo a la sociedad, tengas 30, 40 o 70 años, también transmite un mensaje”, afirmaba el reconocido oncólogo, que se encuadra en este mismo grupo al haber cumplido 71 años y seguir trabajando.