Buena parte de lo que creemos saber sobre la división del trabajo por sexos en las sociedades humanas está mal. Un importante toque de atención lo dio el equipo de Randall Haas en el año 2020 cuando, tras hallar un esqueleto de 9.000 años en el yacimiento de Wilamaya Patjxa, en Perú, pensó que se trataba de un hombre porque estaba acompañado de herramientas de caza. Pero estaba equivocado.
Aquel error de bulto fue muy provechoso, porque le hizo consciente de su sesgo y empezó a revisar los hallazgos para concluir que hasta el 50% de los cazadores del Pleistoceno tardío y el Holoceno temprano en América pudieron ser mujeres. Este hallazgo, junto con otros como el de enterramientos de guerreras vikingas en Suecia, advertía a los expertos de que, al menos en el pasado, las cosas no eran como se habían contado.
Una mirada al presente
En un trabajo publicado este miércoles en la revista PLOS ONE, Cara Wall-Scheffler y su equipo de la Universidad de Washington, en Seattle (EE.UU.), ha intentado comprobar si esta mirada errónea se había extendido a las sociedades del presente. “Hemos investigado si las tendencias de caza sin género descubiertas en el registro arqueológico continuaron en períodos etnográficos más recientes”, escriben los autores.
Lo que hemos encontrado es que la mayoría de los grupos humanos en que se practica la caza, las partidas incluyen a hombres y mujeres
Para ello, tomaron centenares de trabajos etnográficos realizados en los últimos cien años en los que se estudiaba a sociedades de cazadores-recolectores a lo largo y ancho del planeta y se quedaron con los 63 en los que aparecía una descripción explícita de estas prácticas de busca de alimento. Lo que vieron fue que en el 79% de estas sociedades las mujeres participaban en la caza.
Cazadoras activas
“Lo que hemos encontrado al explorar la literatura etnográfica”, resume Wall-Scheffler a elDiario.es, “es que la mayoría de los grupos humanos en que se practica la caza, las partidas incluyen a hombres y mujeres”. Los resultados se extienden a sociedades situadas en América del Norte y del Sur, África, Australia, Asia y Oceanía. “Es posible que el resultado sorprenda a la gente, aunque si preguntas a la mayoría de etnógrafos, a ellos no les sorprenderá”, señala Wall-Scheffler.
Los datos indican que más del 70% de la caza femenina en estas sociedades estudiadas parece ser intencional, a diferencia de la caza oportunista de animales que se encuentran mientras realizan otras actividades. Además, la caza intencional por parte de mujeres tiene como objetivo animales de todos los tamaños, con mayor frecuencia la caza mayor, y ellas participan activamente en la enseñanza de estas prácticas, a menudo con una mayor variedad de armas y estrategias que los hombres.
Un error heredado
Si los datos arqueológicos y etnográficos señalan con tal claridad que en muchas sociedades recolectoras las mujeres son cazadoras hábiles y desempeñan un papel fundamental, ¿cómo es posible que los estudios anteriores estuvieran tan alejados de la realidad? La causa hay que buscarla en la publicación en la década de 1960 de un ensayo titulado Man the Hunter (El hombre cazador), que consolidó la visión sesgada de que ellos eran quienes se ocupaban de conseguir la comida mientras ellas, como se estableció en una obra posterior, Woman the Gatherer (La mujer recolectora), se encargaban de recoger frutos del bosque, las tareas domésticas y la crianza de los niños.
“Los datos estaban allí, pero pasaban por encima porque no se ajustaba a la visión que esperaban”, opina la investigadora. Otro factor, a su juicio, es el hecho de que el comportamiento de las mujeres es mucho más variado y difícil de clasificar en los estudios etnográficos. “Cuando la gente informa sobre las prácticas, suele haber una sola historia sencilla respecto a los hombres, mientras que cuando reportan lo que hacen las mujeres, a veces van con su marido, otras veces con el grupo, otras con tres perros…”, subraya Wall-Scheffler. “En general, tienen mucha más flexibilidad”
El análisis de estas sociedades, apuntan los autores, ha pasado por el tamiz de otro prejuicio: pensar que el hecho de tener hijos limitaba las salidas de las mujeres en busca de comida para el grupo. En sociedades como los Hadza y los Aka, por ejemplo, los menores de tres años acompañan a sus madres en las incursiones de caza. “Históricamente, las mujeres de las sociedades de cazadores-recolectores de todo el mundo participaron y continúan participando en la caza, independientemente del estado reproductivo”, escriben.
Para la arqueóloga española María Cruz Berrocal, investigadora del IIIPC y científica titular del CSIC, los resultados no son sorprendentes y son una consecuencia de mirar las evidencias con cuidado. “La clave fue el estudio de Haas sobre las mujeres cazadoras andinas, porque él fue muy honesto y se replanteó la mirada androcéntrica que nos afecta a todos”, señala. “Y los autores de este nuevo trabajo han traído su enfoque al presente, porque la antropología siempre había dicho que esto era cosa del pasado, que no afectaba a las sociedades actuales”.
Cuando aparecen punzones junto a hombres se dice que es un arma, y si están asociados a mujeres se interpreta que son de uso doméstico
Consultado por este medio, Haas considera muy necesario este metaanálisis del reparto del trabajo por género entre las sociedades de recolectoras y de los sesgos de los datos etnográficos. “Estos hallazgos, junto con los descubrimientos arqueológicos relacionados, muestran de manera convincente que la división del trabajo de subsistencia es mucho más variable de lo que se pensaba anteriormente”, explica.
El arqueólogo y naturalista Jordi Serrallonga, profesor de Antropología y Evolución Humana de la UOC/URV, ha trabajado con algunos de estos grupos humanos. “Tras más de 25 años estudiando a los hadzabe sobre el terreno”, señala, “descubres que las mujeres son las responsables de reunir el 85% de la dieta”. Él ha sido testigo de que son recolectoras a la vez que cazadoras, así que no solo aplaude este estudio, sino que cree que “deberíamos centrarnos en cómo mujeres y hombres trabajan de forma conjunta e igualitaria por el bien del grupo; una visión real muy alejada de los viejos y retrógrados tópicos de las interpretaciones antropológicas y arqueológicas de talante machista”.
Ejemplos en la península
Este sesgo sexista ha impregnado al análisis arqueológico durante años, también en culturas de la península ibérica. “A veces, en las tumbas de El Argar, la cultura que dominó en el sureste durante la Edad de Bronce”, señala Berrocal, “cuando aparecen punzones junto a hombres se dice que es un arma, y si están asociados a mujeres se interpreta que son herramientas para lo doméstico. Ese tipo de interpretaciones las hay en todos los países, en todas las disciplinas”.
La ciencia es la mejor aliada de las mujeres, porque nos está poniendo en nuestro sitio de manera indiscutible
Marga Sánchez Romero, arqueóloga y divulgadora de la Universidad de Granada, recuerda el caso sangrante de la Dama de Baza, encontrada en la década de 1970 y con una posición tan destacada que se puso en duda que contuviera los restos de una mujer. “No cuadraba en el prejuicio, y durante 40 años se ha estado poniendo en duda, porque el protagonista tenía que ser un gran guerrero”, señala. “Incluso se llegó a decir que sería la 'esposa de' o la 'hija de'”. Quienes han escrito la historia lo han hecho con una visión patriarcal y eurocentrista y querían que encaje todo en nuestro modelo, recalca. Por eso esta revisión es tan oportuna, porque “pone el dato científico frente al estereotipo ‘acientífico’ que se había defendido durante mucho tiempo”.
“Lo que demuestra este artículo”, concluye, “es que la ciencia es la mejor aliada de las mujeres, porque nos está poniendo en nuestro sitio de manera indiscutible”.
La visión androcéntrica
El análisis sesgado de los 60, añade Berrocal, estableció que la caza había movido la civilización humana y ponía al hombre en el centro, estableciendo una trampa androcéntrica en la que han caído también las mujeres que trabajan en la disciplina. “Lo que se hizo en los 80 fue intentar enfatizar que la recolección también era importante y que se necesitaban las mismas habilidades que para la caza”, destaca. “En lugar de desmontar el mito de raíz, se reforzó el valor de ser 'recolectoras'. Siempre hemos ido cayendo en las mismas trampas”.
Al mismo tiempo, señala Sánchez Romero, “como hemos ensalzado tanto la caza, ahora parece que las mujeres somos más importantes porque también cazamos”. Y no es así, indica. La conclusión es que no podemos hacer una narrativa que explique todas las sociedades, porque todo es más diverso de lo que hemos pensado, y en eso radica su riqueza. De la misma opinión es Serrallonga. “Todo sería más fácil si hablásemos, sencillamente, de grupos de predadoras y predadores”, señala.
Ese es el punto en el que más incide Wall-Scheffler. “Como estudio biología humana, me interesa que reconozcamos la importancia que ha tenido la flexibilidad humana para nuestra supervivencia”, afirma. “Lo obvio no es solo que las mujeres estaban cazando, sino esta idea de que la gente es extraordinariamente flexible y dinámica y que, si necesitas dar de comer a tu grupo social, tienes que hacer lo que sea”.