Teresa, la auxiliar de enfermería que se contagió de ébola en el Hospital Carlos III, consultó hasta tres veces al médico hasta conseguir que le hicieran las pruebas para detectar la enfermedad. Incluso llegó a acudir al centro de salud, donde le recetaron paracetamol e ibuprofeno. Finalmente, en la madrugada del domingo al lunes, seis días después de haber mostrado los primeros síntomas, fue trasladada por los servicios de emergencia al hospital de Alcorcón, adonde llegó, según el relato de compañeras, con fiebre y manchas en la piel.
Allí le realizaron ayer el análisis para saber si estaba infectada. Dio positivo. Y una segunda prueba para corroborar la peor de las noticias. Esto fue exactamente una semana después de que diera el primer aviso: comunicó al servicio de prevención de riesgos laborales del hospital La Paz, en el que trabaja, que tenía algo de fiebre. Una temperatura que, sin embargo, no llegaba a los 38,6 que establece el protocolo del Ministerio de Sanidad.
Así que la recomendación de su hospital fue que siguiera tomándose la temperatura dos veces al día (en esto consiste el seguimiento pasivo al que se sometía a todos los sanitarios que habían atendido a los misioneros enfermos) y que descansara en casa. Según el testimonio de su marido, que mantuvo una conversación telefónica ayer con El Mundo, Teresa no estaba nerviosa o inquieta por lo que había pasado en su trabajo. “Ella hizo todo lo que le dijeron, nunca me comentó nada, volvió a casa tan normal y en ningún momento ha tenido ninguna preocupación de nada”, explicó el hombre, que también permanece ingresado en el Hospital Carlos III ante la posibilidad de que esté contagiado.
La indicación del servicio de prevención fue que esta experimentada técnica en enfermería podía hacer una vida perfectamente normal. De hecho, su marido refiere que pensaba pasar unos días en casa de su madre, pero entonces es cuando empezó a sentirse mal. Descartó el viaje y se quedó en casa.
Una receta de analgésicos
Seguramente la indicación que le habían dado desde el hospital La Paz la tranquilizó, porque su siguiente consulta al médico la realizó en el centro de Atención Primaria. Allí una médico le recetó paracetamol e ibuprofeno para la fiebre y el malestar. La Comunidad de Madrid sostiene que en esta consulta Teresa nunca refirió que fuera personal sanitario o que hubiera estado en contacto con un enfermo de ébola.
Los días pasaban y el cuadro de Teresa no mejoraba. De hecho, compañeros sanitarios analizan que la acción de las medicinas bajando la temperatura pudo enmascarar aún más su estado de salud. El domingo por la noche llamó al Summa 112. Una Unidad de Asistencia Domiciliaria llegó a su casa de la localidad madrileña de Alcorcón para atenderla.
Fueron ellos los que dieron la alerta por ébola. La Consejería de Sanidad afirma que un epidemiólogo le hizo a Teresa las preguntas incluidas en el protocolo para determinar el riesgo de su caso. Su temperatura era de “37 grados y pico”, según Sanidad, lejos de los 38,8 establecidos en los documentos oficiales. Aun así, la mujer fue trasladada al hospital.
Pero no a La Paz, su lugar de trabajo y donde se supone que seguían de cerca su condición (en vigilancia pasiva), sino al de la Fundación Alcorcón, el centro de referencia de su zona. Una decisión que no se ha explicado, de momento. Los trabajadores de Alcorcón aseguran que les faltaba información y que no estaban preparados para atender esa situación.
La voluntaria que atendió al cura
Precisamente por su formación en el Carlos III –que hasta noviembre de 2013 era el hospital de referencia de enfermedades infecciosas–, Teresa fue una de las elegidas para formar parte del equipo que atendió al primer misionero que llegó a Madrid desde Liberia, el sacerdote Miguel Pajares. Era principios de agosto.
Ante la noticia de que un segundo español enfermo de ébola iba a ser trasladado desde Sierra Leona, Teresa se ofreció como voluntaria para atenderle. “Hay compañeros que no se sienten cómodos en una situación así”, explica Elvira González, secretaria autonómica del Sindicato de Técnicos de Enfermería (SAE). “Ella se sentía capaz porque tenía mucha experiencia, por eso nos preocupa mucho el mensaje que se ha trasladado de que la única explicación posible es el error humano, porque parece que se la estuviera responsabilizando”, defiende González.
La auxiliar entró una única vez a la habitación de Manuel García Viejo, según los datos aportados por el director de Atención Primaria de la Comunidad de Madrid, Antonio Alemany. “Nosotras nos encargamos del aseo de los pacientes, de tomar las muestras para las pruebas, de comprobar las constantes vitales...”, enumera González cuando se le pregunta por la labor que pudo haber realizado la sanitaria infectada aquel día.
Tras la muerte del médico misionero, el 25 de septiembre, Teresa se encargó de vaciar la habitación. “No de la limpieza, sino de recoger el material médico que se había utilizado”, apunta González. Este material es muy peligroso, porque la concentración del virus en los casos terminales es muy alta, y por eso hay unos protocolos muy estrictos sobre cómo tratar estos desechos. Desde el sindicato insisten en que Teresa tenía la formación necesaria para hacer esta labor. “Lo que no sabemos, y ahí es donde hay que investigar, es en qué condiciones estaba el material, si era el indicado o si los procedimientos establecidos por Sanidad eran los correctos”, destaca Julián Ordóñez, secretario del sector Salud de UGT.
La investigación, en la que participarán dos especialistas enviados por el Centro Europeo para el Control de Enfermedades, intentará determinar cómo ocurrió el contagio, qué parte del protocolo o de su ejecución pudo haber fallado. Lo que no está claro es si las autoridades españolas explicarán por qué una persona que había estado en contacto con el virus pudo pasar una semana con síntomas y haciendo una vida normal. O por qué no se le realizaron los análisis para detectar la enfermedad ante la más mínima sospecha.
Manuel García Viejo murió el 25 de septiembre. Ese fue el último día en el que Teresa, la sanitaria infectada, estuvo en contacto con el virus. Al día siguiente empezaba sus vacaciones. Y dos días después, el sábado, acudió a una multitudinaria convocatoria de empleo público. Miles de auxiliares de enfermería se examinaban para intentar conseguir una plaza fija en la sanidad madrileña. Porque Teresa, tras 14 años de trabajo en el sistema sanitario regional, sigue siendo personal interino.
Las autoridades sanitarias y los sindicatos del sector han destacado que su presencia allí no supuso ningún peligro para la salud pública. Aún no habían aparecido los primeros síntomas, y el ébola despliega su poder de contagio a medida que se desarrolla la enfermedad. Ninguna de estas personas está siendo sometida a un seguimiento especial. Sí aquellos con los que la mujer tuvo contacto más cercano: familiares y amigos. En total, y según la cifra aportada este martes por la Comunidad de Madrid, 22 personas. Sin embargo, los servicios de urgencias telefónicas han recibido estos días decenas de llamadas de vecinos y empleados con los que Teresa se relacionó estos días.