ENTREVISTA

Sara Ahmed: “Algunas feministas acaban siendo parte del problema porque las instituciones recompensan a las que callan”

Buenos Aires —
6 de noviembre de 2022 22:25 h

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Traducir un libro genera con ese libro (y de alguna manera, con alguna versión imaginaria de su autor) una intimidad inexpresable. Una llega a conocer los giros y la forma de expresarse más de lo que la propia escritora jamás quiso que nadie la conociera; llega a discutir sus conceptos con la sensibilidad y la violencia con la que se discute con una hermana, porque vive demasiado cerca. En fin: por todo eso, me da hasta casi pudor presentar esta conversación que tuve por carta con Sara Ahmed, sobre su libro ¡Denuncia! El activismo de la queja frente a la violencia institucional, que traduje para Caja Negra (el subtítulo es nuestro, de la versión en español: lo aclaro porque me encanta). 

De este libro me enamoraron sobre todo dos cosas, que de alguna manera están emparentadas: en primer lugar, la cuestión del método, que tiene que ver con la narración. Cuando se trata de ciertos fenómenos y de ciertas formas de acceder socialmente a un conocimiento (el conocimiento de cómo funcionan las instituciones para quienes pretenden ir contra ellas), parece que más que la búsqueda de afirmaciones universales puede ser interesante acercarse a las historias, pensar con ellas; contar cuentos, finalmente. Lo segundo es la valentía, o la honestidad intelectual, en relación con eso que llamamos la institucionalización del feminismo. Hace falta coraje para atreverse a afirmar, como lo hace Ahmed, que las feministas podemos ser parte del problema: que podemos terminar siendo cómplices de los intentos de las instituciones que habitamos para pretender que hacen algo, cuando en realidad saben (y sabemos nosotras, también) que no están haciendo nada. Hace falta valentía, sobre todo, para afirmarlo sin saber bien cuál es la salida. Ahmed lo insinúa, sin embargo, en esta entrevista, y es una solución que a muchas puede resultarnos antipática por anarquista: formar colectivos de denuncia, insistir en la dispersión y en la pata no institucionalizada ni burocratizada del movimiento. No entregar, al fin y al cabo, todo el feminismo a los comités.

¿Cómo piensa que influyó en la escritura de este libro su experiencia personal en Goldsmiths, y cómo cree que dicha experiencia afectó la recepción del libro, en ámbitos académicos y fuera de ellos?

No hubiera escrito este libro si no hubiera tenido una experiencia personal de atravesar un proceso de denuncia en mi exuniversidad. La idea para esta investigación vino de eso. Trabajé con las estudiantes, formamos un colectivo de denuncia, y en ese proceso me di cuenta de que hacer una denuncia en una institución te enseña cómo funcionan las instituciones. Gran parte del trabajo de la denuncia queda oculto porque las denuncias son confidenciales. Quería sacar ese trabajo a la luz, compartir y mostrar nuestro conocimiento (no solo lo que sabemos, sino cómo lo sabemos) y pensar junto con otras personas que hacen denuncias sobre la naturaleza del poder institucional, de modo que eso hice. El hecho de haber renunciado a mi institución me dio una oportunidad única para reunir historias de denuncia porque hizo que mucha gente me hablara: el hecho de renunciar, de decir que no al silencio y la lealtad que algunas instituciones nos exigen implicó que las personas sintieran que podían confiarme sus historias. Todavía estoy profundamente conmovida por esa confianza.

También me conmueven algunas de las respuestas que he recibido. Muchas personas me han enviado cartas, diciéndome que sentían que estaba hablándoles de ellas y a ellas, como si las hubiera entrevistado. Cada historia es particular, pero el hecho de que tantas personas se reconozcan en el texto nos dice algo. Pienso en una persona que me agradeció por Twitter, me dio permiso para compartir sus palabras. Dijo que fue como “si hubieras estado escuchando a través de mi puerta/leyendo mis mensajes de texto/como si hubieras estado copiada en el e-mail que mandé”. Esta es la recepción del libro que más me importa, porque lo escribí para las personas que están atravesando procesos de denuncia.

El libro hace una crítica poderosa al feminismo institucional, en especial a partir del concepto de no-performatividad. Pero, ¿cuál es la alternativa? ¿Qué se puede hacer para que nuestras instituciones feministas (comisiones, oficinas de reclamos y etcétera, en universidades pero también en otra clase de instituciones) sean menos inútiles?

Es importante para mí capturar el modo en que las organizaciones y las instituciones pueden afirmar que están haciendo cosas como una estrategia para no hacerlas; la forma en que las instituciones son muy buenas en no-hacer cosas con palabras. Muchas universidades pueden decir que están comprometidas con la equidad y la diversidad, que tienen una política de tolerancia cero contra el acoso sexual y que proveen ambientes cómodos para quienes denuncian. Muchas de las personas que entrevisté estaban sorprendidas por el modo en que las universidades utilizan las políticas de equidad y los procedimientos de denuncia destinados a lidiar con un problema como evidencia de que dicho problema no existe en esas instituciones. Algunas feministas terminan siendo parte del problema porque las instituciones recompensan a las personas que se callan ante los problemas institucionales. En los hechos, esto significa que es más probable que progreses como feminista en una institución si hablas el lenguaje vacío de la no-performatividad, compartiendo historias felices de tu propio progreso o el de otras personas.

Este libro se trata del trabajo más difícil: identificar el problema de la cultura institucional. Es un llamado al activismo feminista colectivo y colaborativo, porque si identificar los problemas institucionales se vuelve costoso, tenemos que encontrar maneras de compartir esos costos. También debemos recordar que cuanto más precaria es la situación de una persona, más vulnerable será esa persona al acoso porque, precisamente, los costos de denunciar son demasiado altos. Es por eso que necesitamos formar colectivos y ser creativas para hacer esas denuncias, o para mantenerlas vivas.

Me pareció interesante que el libro se ocupa de forma separada de dos temas que para muchas personas son el mismo: la cuestión de las víctimas blancas instrumentando sus denuncias contra personas no blancas, y el problema de acusar a las personas que hacen denuncias de ser “feministas punitivistas”. ¿Usted cree que no existe algo así como el feminismo punitivista?

Sí, creo que existe algo así como el feminismo punitivista. El feminismo punitivista acude a la policía y las prisiones en respuesta a problemas como la violencia sexual. Presentar una denuncia por acoso sexual en tu lugar de trabajo no es lo mismo que llamar a la policía. Se trata de evitar una conducta que te impide hacer tu trabajo o siquiera habitar la institución. El hecho de que las personas que denuncian sean frecuentemente acusadas de feministas punitivistas es importante. Permite que las personas que se denuncian sean patologizadas, como si lo que las motivara fuera un deseo de castigo. Yo diría, más bien, que las personas no denuncian porque no confían en que las instituciones no vayan a usar las denuncias como herramientas de disciplinamiento. Esto significa que quienes abusan de su poder tienen un interés concertado en hacer a las instituciones menos confiables, y también en reforzar la identificación de las personas que denuncian con el punitivismo. De modo que cuestionar esa identificación es necesario. Escribí sobre eso en mi blog.

Mi libro incluye casos de denuncias utilizadas como armas contra miembros de minorías. Explico que un agresor con un procedimiento de denuncia es simplemente un agresor con otra herramienta. Pero hay muchas complicaciones con las que lidiar. Pienso en un caso, por ejemplo, en el que una denuncia fue presentada públicamente como proviniendo de una estudiante blanca contra un hombre racializado porque no le gustaba el modo en que él se expresaba. Por supuesto, eso sería un problema, podríamos darle un nombre a ese problema, y ese nombre sería Karen [el arquetipo de la mujer blanca susceptible y desagradable que se queja y utiliza su privilegio para vigilar y denunciar el comportamiento de las personas que pertenecen a minorías raciales o de clase]. Pero hablé con algunas personas involucradas en ese proceso de denuncia: no era solo una estudiante, era un grupo de estudiantes, incluyendo personas racializadas, y las denuncias incluían situaciones de acoso racial y sexual. De modo que la idea de que esa denuncia era una herramienta de una persona blanca contra una persona negra impidió que las estudiantes racializadas fueran escuchadas. Tenemos que tener cuidado y reconocer la brecha entre el modo en que algunas denuncias son presentadas públicamente (si se las representa públicamente en absoluto) y lo que realmente sucede a puertas cerradas.

¿Cómo cree que lo que descubrió investigando el modo en que funcionan las denuncias en las universidades aplica a otros contextos?

Cualquiera podría hacer el tipo de investigación que yo hice para este libro en otro tipo de instituciones; de hecho, se me han acercado personas a contarme sus experiencias en otros sectores, con historias muy similares. Hablé con una chica que solía ser bombera. Me contó que no presentó una denuncia de acoso sexual porque le advirtieron que arruinaría sus chances de ascender en la institución. Las advertencias sobre los riesgos de denunciar están en todas partes. Son mecanismos de reproducción: lo que te dicen que hay que hacer para ascender es lo que impide que los problemas se resuelvan. Pienso en una conversación que tuve con alguien de mi propio barrio hace poco. Me preguntó en qué estaba trabajando y, cuando le contesté, me contó lo que le pasó cuando intentó denunciar a su jefe por agresión en el supermercado en el que trabajaba. Me dijo: “Cuando cerraron la puerta, supe que estaba en problemas”. La experiencia que ella tuvo de terminar bajo escrutinio por denunciar, su certeza de lo que significaba una puerta cerrada, el modo en que su denuncia iba a ser manejada y contenida, todo fue muy similar a muchas de las experiencias que compartieron conmigo académicas y estudiantes. De modo que espero que este libro llegue a lectores y lectoras fuera de la universidad, porque mi libro, finalmente, se trata del poder. Ahora estoy escribiendo un libro más corto, The Complainer’s Handbook [“Manual de la denunciante”], en el que vinculo las historias que compartí sobre las denuncias en la universidad con otras historias que existen en el ámbito público sobre hacer denuncias en otras instituciones.

Su libro es muy reciente, pero igual me pregunto: ¿cree que ha cambiado algo en relación con las denuncias y con la violencia institucional desde que lo terminó? ¿Hacia dónde nos dirigimos? 

Estoy impresionada por la cantidad de académicas y estudiantes que me dijeron que están formando colectivos de denuncia en sus instituciones. Pienso en este libro como el registro de un movimiento emergente. Somos ese movimiento.