¿Podría el SARS-CoV-2 escapar a la protección de las vacunas? Estos son los mecanismos que barajan los expertos
Más de 3.000 millones de personas se han vacunado completamente ya frente a la COVID-19, lo que supone en torno al 40% de la población mundial. Detrás de estas cifras se esconde una gran desigualdad entre los países más ricos y aquellos en desarrollo. Así, solo un 5% de los habitantes de África han recibido la pauta completa de vacunación. Un hecho que el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, António Guterres, califica de “vergüenza mundial”.
Múltiples expertos en Salud Pública han advertido sobre los peligros que existen detrás de esta amplia disparidad vacunal global. No se trata solo del riesgo al que se enfrentan las personas vulnerables a sufrir una COVID-19 grave y la muerte por seguir estando desprotegidas, sino que también supone una potencial amenaza para el resto del mundo que goza, por ahora, de la protección de las vacunas. Cuanto más tiempo siga el SARS-CoV-2 circulando masivamente por el mundo, sin la limitación a los contagios que ofrece la aplicación de dichos tratamientos preventivos, mayor es la probabilidad de que surjan variantes que escapen a la inmunidad generada tras la vacunación, entre la infinidad de mutaciones que surgen al azar.
Sin embargo, la desigualdad vacunal no es el único factor que debería preocuparnos por contribuir a este fenómeno de “escape” vacunal. Son varios los mecanismos que podrían contribuir a ello y que los expertos barajan. En Reino Unido, el Grupo Asesor Científico para Emergencias (SAGE), que aconseja al gobierno en la toma de decisiones mediante el análisis de la evidencia científica, ha explicado públicamente los posibles procesos que podrían generar una variante que evada la protección de las vacunas, cómo de probable sería que ocurrieran y qué podríamos hacer para evitar o minimizar el riesgo.
Salto antigénico por recombinación entre diferentes coronavirus humanos
Los antígenos son moléculas que son reconocidas como extrañas por el sistema inmunitario, provocando su respuesta. En el caso del SARS-CoV-2, el antígeno protagonista es la proteína S (espícula o spike), que forma parte de los “pinchos” del mismo y participa en la unión y en la entrada a diversas células humanas. Por eso mismo, las vacunas comercializadas hasta ahora contienen esta proteína clave, que sirve de “entrenamiento” para que nuestro sistema inmunitario genere una respuesta rápida y efectiva cuando la persona se exponga al virus.
Hablamos de “salto antigénico” cuando se producen cambios drásticos en los antígenos de un organismo. Esto puede ocurrir, por ejemplo, por una recombinación (intercambio parcial o total de genes) entre diferentes virus con cierto grado de parentesco. Un posible salto antigénico podría ocurrir si, por azar, la secuencia total o parcial del gen de la proteína S de otro tipo de coronavirus (por ejemplo del MERS-CoV o de los coronavirus estacionales) se integrase en el ARN del SARS-CoV-2 al coinfectar a una misma persona o animal.
En la práctica, esto llevaría a que nuestras actuales vacunas serían más o menos inútiles porque la proteína S que contienen es diferente a la de este nuevo coronavirus mutante. Que ocurra este desgraciado evento es posible, aunque muy poco probable, y su impacto en el mundo dependería del grado de variación de la nueva proteína S frente a la original.
Si el SARS-CoV-2 llegara a integrar el gen de la proteína S del MERS-CoV sería nefasto, pues muy pocas personas en el mundo se han expuesto alguna vez a este virus y tienen, por tanto, memoria inmunitaria frente a este. Afortunadamente, desarrollar nuevas vacunas con la versión actualizada de la proteína S sería cuestión de semanas. Sin embargo, se necesitarían múltiples meses para su fabricación y administración alrededor del mundo.
Salto antigénico en reservorios animales
En este caso, el cambio drástico en la proteína S se produciría a largo plazo, tras saltar el SARS-CoV-2 a otra especie animal en la que pudiera transmitirse con facilidad e ir mutando poco a poco. Como los procesos de selección natural a los que se sometería el coronavirus en una especie diferente a la humana serían probablemente muy diferentes, esto llevaría a una trayectoria evolutiva del virus muy distinta. Es decir, con el tiempo el SARS-CoV-2 iría acumulando poco a poco mutaciones y cambios en sus proteínas (entre ellas la S) en otros animales que lo convertirían en un virus muy distinto del que se podrían encontrar en humanos. Si este coronavirus volviera a saltar a humanos, con una proteína S radicalmente diferente, la protección vacunal volvería a resentirse en mayor o menor medida según la magnitud de los cambios de esta molécula.
Sabemos que esta posibilidad es real, el SARS-CoV-2 puede circular por diferentes especies animales tras saltar desde los humanos. De hecho, es lo que lleva tiempo ocurriendo, por ejemplo, entre los ciervos de cola blanca del noreste de Estados Unidos. Se han detectado anticuerpos frente al coronavirus en torno a cuatro de cada diez de estos animales y los científicos están preocupados por si podría convertirse en un posible reservorio a largo plazo.
¿Cómo evitar este riesgo? Una posible opción sería desarrollar una vacuna universal frente a múltiples coronavirus, con una protección más amplia y en la que se integrasen diferentes proteínas, más allá de la S. Se está trabajando en ello, pero por ahora dicha vacuna aún no existe y no sabemos si sería factible. Por otro lado, la vigilancia epidemiológica de posibles reservorios animales podría ser también de utilidad para anticipar la peligrosa reentrada del nuevo virus al ser humano.
Deriva antigénica en humanos
La deriva antigénica consistente en la acumulación progresiva de mutaciones en el SARS-CoV-2, con el paso del tiempo, que van provocando más y más cambios en diversas proteínas, entre ellas la S. Cuando el número de cambios en la secuencia de la proteína S es elevado o cuando se producen modificaciones en lugares claves puede ocurrir que la protección inmunitaria generada por las vacunas se debilite sustancialmente. Esto ocurre porque el sistema inmunitario deja de reconocer en mayor o menor medida a la proteína S modificada. En el caso más extremo, esta nueva proteína S podría percibirse como completamente nueva y la protección inmunitaria desaparecería.
Este proceso de deriva antigénica lleva ocurriendo desde el mismo instante en el que empezó a existir el SARS-CoV-2, pues su maquinaria genética es imperfecta y genera errores (mutaciones) cada cierto tiempo que pueden transmitirse por el mundo si suponen una ventaja evolutiva. Por ahora, solo algunas de las actuales variantes causan una leve disminución de la eficacia vacunal. El coronavirus no muta con mucha rapidez (aunque si se encuentra infectando a muchas personas las posibilidades de que surjan nuevos mutantes se multiplican). A esto se une la particular biología de los coronavirus, que no suelen formar serotipos (“variantes” con antígenos propios y distinguibles de otras variantes mediante antisueros). En conjunto, esto hace que la probabilidad de que el SARS-CoV-2 escape completamente de las vacunas es muy baja, pero no cero.
Las medidas a tomar para evitar la deriva antigénica son claras: Para empezar, limitar los contagios allí donde la incidencia es alta, inmunizar al máximo número de personas en todo el mundo, especialmente a las más vulnerables, con las vacunas que protejan frente a las variantes dominantes. También revacunar cuando la protección inmunitaria se mitigue de forma evidente con el tiempo (algo que estamos viendo en personas inmunodeprimidas o de edad avanzada). Y por último, monitorizar estrechamente la evolución del SARS-CoV-2 para la detección temprana de variantes relevantes, que realmente puedan escapar a la protección de las vacunas. Así, se podrían generar vacunas actualizadas con premura.
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