Carlos Rosique
Paiporta (Valencia), 12 nov (EFE).- Dos semanas después de la tragedia, el camino -sobre todo a pie o en bicicleta- hacia la zona cero de esta catástrofe inédita sigue siendo el mismo, un recorrido en el que no se distinguen los colores, sino solo distintas gamas del marrón que cubre el sur del área metropolitana de València.
El fino marrón que cubre los coches, el marrón castaño de la huerta valenciana, en cuyos cultivos aparecen bolsas de basura o latas, o el marrón más ocre de una carretera en la que empieza a atisbarse el asfalto son algunos de esos marrones, que se pueden resumir en palabras como barro, fango y lodazal.
En cualquier caso, el camino hacia el kilómetro cero de la dana sigue siendo el mismo: un camino lleno de barro, con voluntarios todavía caminando sin destino claro más allá del de ayudar en los pueblos devastados; escombros a los lados; coches apilados ahora en los alrededores de los municipios y barro, mucho barro.
Los coches apilados en las calles ahora se amontonan sobre descampados a las afueras, dejando paso a las excavadoras y a los voluntarios, a los que, en el Puente de la Solidaridad, un cartel enorme de “Gracias, pueblo” les recibe incitándoles a pensar que lo que tienen por delante no tiene ningún parecido a lo que se vive en la ciudad.
Y es que lo que ocurre en València es casi una burbuja. El mayor ejemplo es que, justo al cruzar esa pasarela peatonal y bajar la rampa, un par de máquinas almacenan toneladas y toneladas de vertidos en un descampado en el que se acumulan los objetos pero también el hedor, que expulsa a los voluntarios y les hace apretar el ritmo hacia algún pueblo.
Muchos de ellos siguen yendo a Paiporta, aunque para ello uno tiene que girar a la derecha, bajar por un túnel por el que el goteo de camiones y retroexcavadoras es constante y llegar a una rotonda en la que los agentes se han adueñado ya de la situación.
Uno camina, conduce o va sobre pedales y atraviesa hacia la siguiente rotonda, situada a apenas quinientos metros, un recorrido que se realiza junto a la huerta de València, que no se ha recuperado en absoluto de esta catástrofe que, además de material y humana, también es medioambiental y agrícola.
En las alquerías -tradicionales construcciones valencianas de la huerta- todavía siguen dejando en las puertas los enseres que ya no valen, pero a escasos metros hay más y más porquería provocada por estas inundaciones y que todavía no se ha podido limpiar.
Tampoco se han podido retirar los coches que se encuentran en el centro de la siguiente rotonda, un vertedero improvisado de vehículos que, no obstante, no entorpecen el paso para seguir la ruta hasta Paiporta.
Para ello, tras tomar la correspondiente salida, hay que atravesar un polígono industrial que queda a la izquierda y un campo de naranjos a la derecha que sirvió como parapeto de muchos objetos que quedaron enredados en las ramas.
Cuando se llega a Paiporta, el kilómetro cero de la devastación, todavía hay tiempo de zigzaguear entre muebles y trastos y de sortear los camiones de la UME o de bomberos de toda España, que siguen realizando labores para desaguar todo el agua y el barro de estas últimas dos semanas.
Catorce días después, la dana sigue haciendo estragos en Paiporta pero también en muchas otras localidades de la comarca como Massanassa, Sedaví, Catarroja o incluso Aldaia, impidiendo volver a una añorada normalidad a la que se antoja harto complicada llegar, mientras la amenaza de una nueva dana irrumpe de nuevo.