Desde la sala de la sentencia a 'la manada': el Código Penal no entiende qué es quedarse a solas con un hombre

178.179.180.181.182.183. Delitos contra la libertad sexual, enuncia el Código Penal. Nunca unos artículos tan farragosos tuvieron tanta atención. Pamplona amanece en jueves y en mi cuaderno se me amontonan los apuntes: delitos posibles, agravamientos, años de cárcel. En la cabeza, el recuerdo de los alegatos de defensas y acusaciones; en el cuerpo, la inquietud de asistir a algo ante lo que es imposible sentir indiferencia: es la sentencia a 'la manada'.

Entramos en la sala de vistas, la misma por la que durante tres semanas de noviembre desfilaron testigos y peritos. El magistrado coge sus folios y comienza la letanía. Desde la tercera frase entendemos rápido. No hace falta consultar las chuletas con los delitos del Código Penal que tenemos garabateadas en los cuadernos. “Delito continuado de abuso sexual”, pronuncia. No agresión sexual, no violación, sino abuso sexual.

Han pasado solo unos segundos desde que el magistrado ha pronunciado esa frase y desde la calle nos llega el rumor de afuera. Primero, un silbido que hace que nos miremos entre nosotros. Después, el clamor. Qué dicen, nos preguntamos con un hilo de voz que busca no interrumpir la lectura. Aguzamos el oído y, entonces sí, escuchamos: “No es abuso, es violación”. El grito resuena en la sala y en la piel que se eriza. El juez sigue leyendo, pero su cara escucha y la sala entera también: es la reacción instantánea, antes aún que la de cualquier red social, la que se mezcla con un fallo que suena a antiguo.

Con la misma rapidez, atamos cabos. Si es abuso y no agresión, es que consideran que no hubo violencia e intimidación, las palabras mágicas del Código Penal. La fiscal Elena Sarasate mira impasible al magistrado. No toma notas, solo sostiene la mirada y diría que la mueca. Fue su alegato contundente de noviembre el que señaló justo lo contrario, que la intimidación “fue gravísima” y que hay muchas formas de ejercerlas, la intimidación y la violencia.

Buscaba así terminar con una interpretación estricta de un Código Penal que parece no entender lo que es un hombre o dos o cinco acorralando a una mujer en un portal, o lo que una mujer siente ante algo tan sencillo como quedarse a solas con un hombre en un ascensor, o el tipo de miedo que se siente cuando ves como tu ligue amable del bar se convierte en un tipo hostil una vez llegas al dormitorio.

Nueve años de condena, y no es tanto el número como el por qué. Con la sentencia en la mano leemos que no hubo violencia ni intimidación porque, al parecer, esas dos palabras están reservadas para algo que hace mucho daño (mucho más que cinco hombres penetrándote sin que tú quieras) o para alguien que te amenaza con palabras y no con actos. La lesión de la vagina fue un rozamiento, no un desgarro, explican, y tamaña afirmación te hace pensar en qué tiene que suceder exactamente en tu coño mientras te agreden para que un juez ponga en un papel con membrete la palabra violación.

En la calle gritan “fuera” y se lo gritan a quienes están aquí dentro. Las defensas trastean con el móvil, las acusaciones particulares toman notas. Miro hacia atrás, a las 35 personas que vienen como público y que se mezclan con los 65 periodistas, y veo mujeres jóvenes. Mujeres jóvenes serias, mandíbulas tensas, ojos casi a punto de estallar. Probablemente las mismas mujeres que luego, por la tarde, mezcladas con muchas otras, toman las calles en tantas ciudades de España.

Las 371 páginas de la sentencia (más de la mitad corresponden al voto particular de Ricardo González, que habla de un jolgorio sexual que solo puede desembocar en la absolución) contienen un relato de los hechos que interpela a cualquier mujer. Y, en realidad, también a los hombres. Aunque, después de su lectura, el miedo sigue en el mismo lado, en el nuestro, en las del ascensor, el dormitorio, en las de no denuncio porque nadie me va a creer, en las de coger el móvil cuando vuelves sola a casa.

“Sentía miedo cuando ya me vi rodeada y eso, entonces, no sabía como reaccionar y no reaccioné. Reaccioné sometiéndome. Lo único que quería era que pasara; yo cerré los ojos. Estaba en estado de shock, entonces me sometí y cualquier cosa que me dijeran iba a hacerla porque es que estaba en estado de shock”. Lo dijo C., que hoy ya tiene sentencia, aunque podríamos ser cualquiera en esa misma situación.