En 2015, EEUU sufrió la hasta ahora última epidemia grave de sarampión. Primero se contagió un niño de 11 años en California. Más tarde se notificaron otros seis casos, que acabaron siendo 125 en un periodo de cinco semanas. En el colegio de uno de estos menores se analizó a todos los niños, estuvieran vacunados contra el sarampión o no. Aunque solo desarrollaron la enfermedad aquellos que no habían recibido el pinchazo, muchos de los vacunados dieron positivo en la analítica. Nadie se planteó entonces que por haber dado positivo en un análisis, sin tener ningún síntoma, la vacuna del sarampión no funcione.
Rafael Toledo, catedrático de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Valencia, pone este caso como ejemplo de la confusión, dice, respecto a lo vacunas ante la evidente explosión de contagios en esta sexta ola del coronavirus. “La respuesta inmunitaria [que ofrece una vacuna] se activa cuando te infectas, si no te infectas no se activa”, explica algo que podría parecer obvio pero que no está acabando de calar. “Luego es cierto que la infección puede durar más o menos, pero esto ocurre con todas. La diferencia con otras vacunas”, vuelve sobre el caso anterior, “es que si vas al médico porque has sido contacto de alguien con varicela, lo primero que hace es preguntarte si estás vacunado o la has pasado. Si la respuesta es que 'sí' ahí se acaba, no te miran más”.
Con la COVID no. Con la COVID, altamente contagiosa, lo primero es hacer un test. Y entonces, claro, afloran los positivos. Se disparan en esta sexta ola. Y con ellos los escépticos con las vacunas.
Isabel Sola, microbióloga y viróloga, está de acuerdo con la idea general que subyace en este paralelismo, pero matiza: “La situación no es idéntica a la del sarampión. La vacuna del sarampión, por ejemplo, se conoce hace muchos años y se sabe que da una protección para toda la vida. Aunque los niveles de anticuerpos caigan, es suficiente para proteger de una enfermedad junto a la respuesta de memoria. Pero cuánto dura la protección de la vacuna contra el coronavirus, que es la pregunta clave, no la tenemos todavía”.
“Son magníficas vacunas”
Pero funcionan, recuerdan los expertos. “Son magníficas vacunas que han mostrado una altísima efectividad y seguridad a pesar de que se ha puesto mucho el foco en las reacciones adversas, son muy pocas y muy leves o al menos sistemáticamente muy leves”, explica José Antonio Forcada, presidente de la Asociación Nacional de Enfermería y Vacunas (ANENVAC).
El problema puede ser que estemos esperando de ellas cosas que nunca nos van a dar. “No son vacunas espectaculares en cuanto a que vayan a resolver todo el problema, eso lo sabemos, pero hay que resaltar que han salvado 500.000 vidas en Europa” durante la pandemia, continúa.
Los datos están ahí para quien tenga dudas. Aunque esta sexta ola está disparada en cuanto a la incidencia –llevamos unos cuantos días rompiendo el récord de contagiados en 24 horas–, los ingresos en el hospital, en las UCI y el número de fallecidos son notablemente más bajos que en olas anteriores, cuando la población estaba sin vacunar. Con más casos diarios que en lo peor de la cuarta ola, que se dio a principios de año, los hospitalizados están en un cuarto, los más graves (UCI) en un tercio y los fallecidos en una décima parte.
El último informe de datos que publica el Ministerio de Sanidad sobre incidencia y casos con desglose de vacunados y no vacunados ahonda en lo mismo: “Entre el 18 de octubre y el 12 de diciembre de 2021, la incidencia en personas completamente vacunadas es muy inferior a la observada en no vacunadas.
No son vacunas espectaculares en cuanto a que vayan a resolver todo el problema, pero hay que resaltar que han salvado 500.000 vidas en Europa
La mayor diferencia se observa en personas de 60 a 79 años, con un riesgo de infección en vacunados 6,6 veces menor, de hospitalización 15,4 veces menor y de fallecimiento 18 veces menor respecto a no vacunados. En el grupo de 12 a 29 años, la incidencia es 2,6 veces inferior y 8,7 veces inferior para hospitalización“, se lee. ”Las vacunas son fantásticas protegiendo de la enfermedad severa o la muerte“, señala Sola y coinciden Forcada y Toledo.
El problema que puede haberse dado, reflexiona Forcada, es que la finalidad y utilidad real de las vacunas se haya diluido entre el ruido. “Cuando todos somos epidemiólogos y vacunólogos, malo. Ha hablado demasiada gente y no ha habido un comité científico fuerte que asesorara al ministerio desde la imparcialidad y la transparencia”, opina el experto. “Es muchísimo peor el efecto secundario de una COVID, que puede convertirse en persistente, que el de las vacunas. Esto se ha explicado, pero la gente lo ha entendido como ha querido”.
También se han multiplicado las dudas sobre la eficacia de las vacunas por la decisión de aplicar una tercera dosis que están implementando estas semanas los países que ya tienen cubierta prácticamente a toda su población con la primera pauta completa. “Estamos hablando continuamente del contagio de vacunados como consecuencia de la pérdida de efectividad de las vacunas”, expone el doctor Toledo, “pero todavía no hay datos para afirmar que sea así ni creo que los haya”, asegura.
Hace falta más tiempo
Sin necesidad de entrar en excesivos detalles técnicos sobre el funcionamiento de las vacunas, Toledo cree que “hace falta tiempo” para que se vea si las vacunas originales (sin dosis adicionales más allá de la pauta completa inicial) son efectivas o no con carácter general ante el coronavirus y sus distintas cepas.
El conocido descenso en la efectividad que está llevando a inocular una tercera dosis se asocia, explica, a la caída del nivel de los anticuerpos que la inyección genera en una primera instancia. Pero estos anticuerpos de respuesta inmediata son un “efecto colateral” de las vacunas, no su principal función, según Toledo. Suponen una primera reacción del sistema inmunitario al exponer el cuerpo a un antígeno, y decaen con el paso de los meses, según se está demostrando. La tercera inyección se realiza en este contexto para incrementar la carga de anticuerpos y la respuesta inmediata. Como explica Forcada, “lo estamos fiando todo a la titulación de anticuerpos porque conocemos el correlato. Por encima de cierto nivel [en el cuerpo] estás protegido, por debajo no”.
Pero las vacunas, sostiene Toledo, deben generar “una memoria mediada por células que no combate en ese momento la infección, pero que queda en estado latente protegiendo de infecciones futuras”. Y esa, explica este experto, es su verdadera función. El problema con esta línea de defensa es que si alguien se infecta de coronavirus sin los anticuerpos neutralizantes presentes en el cuerpo y la defensa depende de esta memoria “la presencia del virus será más larga mientras se activan los mecanismos de memoria, que eliminarán la infección y perdurarán en el tiempo”. Pero falta información respecto a esta respuesta.
Y hay determinados perfiles –los conocidos: personas mayores, inmunodeprimidas, etc.– que no tienen ese tiempo para esperar, ni siquiera con la doble pauta, si ya han pasado unos meses desde que fue inmunizada y la presencia de anticuerpos es baja o nula. Ahí tiene sentido la tercera dosis, coinciden Forcada y Toledo. Pero al aplicársela a la población general, que con la pauta original completa tiene ya unas defensas, “se convierte la vacuna en un tratamiento y no una profilaxis. Si te la tienes que poner cada seis meses no es una vacuna, y además lo que estás haciendo es desprestigiarlas porque la gente no entiende que haya que ponerse más dosis”, opina el catedrático.
Ómicron añade incertidumbre
La viróloga Sola admite que “hasta hace 3-4 semanas estaba de acuerdo con que la tercera dosis era necesaria para las personas más vulnerables, porque la caída de anticuerpos era evidente y aunque no protegía bien de la infección sí se mantenía bastante estable, al menos este periodo estudiado de 6-8 meses, la protección severa contra la infección”. Pero con la aparición de la variante ómicron la situación ha cambiado, opina.
“Esto es diferente del sarampión. El sarampión no cambia, este sí. La variante ómicron ha cambiado mucho, implica un cambio revolucionario frente a otras variantes y se escapa a las vacunas lo suficiente como para que con la que teníamos, unos meses después, la protección se haya reducido y una tercera dosis la reactive. La conveniencia de aplicar ahora aumenta”, reflexiona la microbióloga. Y recuerda el caso de la gripe, que exige una vacuna anual porque es un virus muy cambiante que elude los preparados de un año para otro y esta situación “está incorporada dentro de la normalidad”.
Pero está de acuerdo en que hace falta tiempo porque “la respuesta celular de memoria está ahí y hay que contar con ella, pero no está estudiado cómo evolucionan las vacunas en el tiempo”. Forcada explica que ya se están realizando pruebas para averiguar si las células T, las de memoria, son eficaces con el paso de los meses, su durabilidad, etc. Toledo añade que “ha salido un preprint (un estudio sin evaluar por pares) de Sudáfrica en el que ya se demuestra que la respuesta de células de memoria se activa aunque el virus evada los anticuerpos de la primera respuesta. La respuesta de memoria, de células T, es capaz de adaptarse” incluso a variantes como ómicron, asegura.