“No hables con gente que no conoces. ”No te subas al coche de un desconocido“, ”no aceptes caramelos de un extraño“. Son algunos de los mensajes con los que niños y niñas crecen ante la alerta de que alguien pueda hacerles daño cuando están solos por la calle. Una recomendación que todos han oído alguna vez, pero que, vinculada a la realidad de los abusos sexuales, obvia la idea con la que trabajan los colectivos de protección de la infancia: la mayor parte los perpetran personas del entorno del niño, figuras de referencia con las que establecen un vínculo emocional.
“Al final no le dije nada a nadie. Aprendí a olvidarlo como si no hubiera pasado nada. Lo borraba. Me hacía el dormido y como si no hubiera pasado nada”. Joan tenía diez años cuando David, su tutor legal dedicado profesionalmente a la acogida de menores tutelados por la Administración, le puso una película porno y le invitó a que se masturbara. Esa misma noche empezaron los abusos y las fotos, que no acabaron hasta que cumplió los 19. David fue padre de acogida de otros tantos niños, pero todos guardaron silencio durante años, según recoge un informe de la ONG Save The Children sobre abusos infantiles en España.
“Suelen ser figuras de referencia con las que el menor establece un vinculo emocional. La posición de superioridad que se gesta entre un menor y su padre u otro miembro de la familia, su entrenador, un profesor o el monitor de tiempo libre sirven al abusador para recurrir a la complicidad, a hacerles pensar que 'es algo especial', 'algo entre tu y yo' o 'un juego', de manera que además toca el elemento de la autoestima. El niño sabe que sucede algo extraño, pero no sabe reconocerlo”, explica la abogada especializada en derechos humanos Violeta Assiego.
De hecho, pensar que el abuso sexual a niños y niñas se da mayoritariamente por parte de desconocidos es uno de los prejuicios identificados por Save the Children en su estudio Ojos que no quieren ver. Es fenómeno similar al que se da en el caso de las agresiones sexuales a mujeres, que viven entre mensajes de alerta sobre el peligro de ser violadas por la calle cuando la mayor parte de los ataques se produce entre conocidos, como contaba la periodista June Fernández en eldiario.es.
“El abuso sexual se produce en todos los espacios y en todos los ámbitos, pero es algo que cuesta muchísimo ver y detectar porque, por un lado, nos supera y atraviesa completamente como sociedad y, por otro, supone poner patas arriba un orden establecido, por ejemplo, el familiar cuando se trata de un padre abusador”, explica Assiego. La ONG cifra en un 85% el abuso sexual que permanece oculto, a pesar de que las denuncias han aumentado un 15% entre 2015 y 2016, según datos del Ministerio del Interior.
Save the Children llama la atención sobre los fallos que “limitan la capacidad” del sistema para proteger a las víctimas y denuncia el silencio social que rodea a una realidad invisible. “No ser consciente de que ambos escenarios son posibles (el abuso por parte de desconocidos como de conocidos) lleva a que ni en el ámbito educativo ni la familia enseñe a niños y niñas todas las estrategias necesarias, eficaces y realistas contra el abuso”, reza el informe.
El pacto de silencio
Joan habló de lo que le había ocurrido nueve años después de los primeros abusos, cuando la Policía le pidió ayuda para identificar a otros menores víctimas de David. Fue entonces cuando entró en depresión y se reconoció como abusado. “El mejor aliado de los abusos sexuales a los menores es el silencio de la víctima, que no es capaz de entender lo que le está sucediendo y le convierte en presa del agresor”, explica la directora de políticas de infancia de Save the Children, Ana Sastre. Una omisión que atrapa a los niños y niñas en una especie de telaraña que dificulta la detección o la denuncia de lo que está sucediendo.
Que el agresor sea alguien de su entorno –un 89% de las veces, según la organización, un varón– y una figura de referencia para el menor, “establece las condiciones idóneas para imponer el secreto necesario para actuar impunemente”, explica Estrela Gómez, coordinadora de Agamme, uno de los colectivos impulsores de la queja que ha llevado a la Comisión Europea a investigar si España es diligente en la investigación de abusos sexuales a niños y niñas.
De esta manera, entre agresor y víctima se gesta una especie de “pacto de silencio”, en palabras de la psicóloga especializada en perspectiva de género María Bilbao, que propicia que muchas denuncias no se conozcan hasta pasados los años. Es entonces, en medio del secreto, cuando el agresor es capaz de “causar vergüenza y culpa o empieza a amenazar al menor y a chantajearle con que le pase algo a su familia, por ejemplo. Y así se perpetúa el silencio en una especie de espiral”, explica Gómez.
Las expertas también identifican otro de los modos más habituales mediante los cuales el agresor consigue imponer el secreto. “Hay otra estrategia más sutil que trata de introducir al niño o a la niña en esa relación de violencia sexual de manera muy paulatina, de tal manera que la normaliza o se adapta sin llegar a ser consciente realmente de que la está recibiendo”, sostiene la coordinadora de Agamme. También “hay una parte de defensa psicológica. Muchas veces esos recuerdos se almacenan en un lugar de la mente y se produce una disociación defensiva para poder seguir funcionando”, identifica Bilbao.
Cuando la denuncia no garantiza la protección
La psicóloga asegura que además influye el silencio social porque el menor “percibe implícitamente que es un tema tabú del que no se puede hablar”. Con ella coincide el informe Ojos que no quieren ver, que analiza cómo “este tabú existente en torno a la sexualidad y, especialmente, a la sexualidad infantil favorece la reproducción de estereotipos sociales que se evitarían con una comunicación más abierta y sosegada sobre el tema”.
Entre ellos, enumera Save the Children, la sociedad tiende a pensar que los abusos sexuales no son comunes –a pesar de que informes no oficiales arrojan que entre un 15 y un 20% de la población ha sufrido violencia sexual en la infancia–; que afecta a una determinada capa social; que los abusadores son personas enfermas o que siempre hay penetración. Estereotipos que, según esgrime la ONG, “que contribuyen a reforzar fallos y debilidades de las respuestas públicas y sociales de los abusos”.
De hecho, la organización lamenta que la denuncia no sea siempre garantía de protección –según los datos que ha analizado, solo el 30% de las denuncias acaban en juicio oral– y detalla los fallos en la prevención y detección de este tipo de violencia que, de media, se alarga durante cuatro años. “Tardamos mucho en intervenir”, afirma Sastre, que insiste en que el proceso judicial dura de media unos tres años.
Según las expertas consultadas, el procedimiento tiene el riesgo de ser revictimizador, de hacer que el menor deba repetir su testimonio en más de una ocasión en un ambiente poco amable con la infancia o de que sea tratado por profesionales no especializados.
Gómez identifica dos factores fundamentales, unidos a la falta de formación y de medios: “El niño es muy sensible a todos los indicadores que proceden de las personas que le están entrevistando. Por eso, si detecta desconfianza, reticencias, negativas o dudas lo que hará es replegarse y su testimonio tendrá menos valor. Por otro lado, sigue operando la idea de que los menores mienten”.
Es en este punto en el que también se detiene Save the Children, que denuncia la falta de educación sexual como método de prevención del abuso –solo el 15% de los colegios a los que llega una denuncia, lo comunicaron a la autoridad competente, según la ONG–. “La literatura científica demuestra que los niños tienden más a negar lo que les ha sucedido que a inventarse lo que les ha sucedido”, argumenta Sastre. De hecho, la investigación que está llevando a cabo la Comisión Europea sobre España y esgrime la falta de credibilidad de los menores como una de las sospechas.