La solución, para Eva Llergo y familia, estaba en el campo. En otro centro, alejados de los ritmos de la ciudad, con otros tiempos y otras mentalidades. Y les funcionó. Trasladarse a un pequeño pueblo le dio al hijo de Eva, “uno de esos inclasificables e indomables que el sistema educativo no sabe reconducir” como define ella (aunque psicólogos y psiquiatras le han puesto otras etiquetas), la tranquilidad y atención que necesitaba. Pero no siempre pasa.
Llergo, que además de madre es filóloga y profesora de universidad formando a futuros docentes, cuenta cómo a través de su hijo descubrió en primera persona las costuras de un sistema educativo no preparado para el diferente, para el niño llamado “disruptivo”, que suele ser castigado y reprimido. “Es rígido y estandarizado, no da tiempo para aplicar medidas especiales a quienes lo necesitan”, explica. Que son muchos más de lo que parecen a primera vista, según cuenta Llergo.
Pero a las familias les falta información y a los profesionales, con las aulas saturadas, tiempo. Entre unos y otros, los perjudicados son los pequeños, tengan autismo, hiperactividad, altas capacidades o cualquier otro síndrome, que deambulan como pueden por el sistema mientras encuentran su lugar. Llergo se ha propuesto llegar a más gente, que otras familias no pasen el periodo de incertidumbre, de no saber –de culparse a uno mismo incluso– por el que ella pasó. Esta profesora, personal y profesionalmente vinculada al mundo del teatro, ha escrito su experiencia, con trazas de ficción, en formato de obra de teatro que está a punto de conseguir financiar bajo el título Tonto, loco, salvaje. “Yo me he atiborrado a leer libros sobre la cuestión, pero eso no te moviliza. El arte sí. Una película, una obra de teatro, una novela... son más revulsivos”, justifica.
¿Cuál fue su experiencia con un hijo diferente en el colegio?
Uno de mis hijos es uno de estos alumnos inclasificables e indomables que el sistema educativo no ha sabido reconducir, o al menos no ha sabido hasta hace poco. Yo viví el caso de muchos alumnos: se percibe que son diferentes, y en el ámbito educativo la respuesta son los castigos, la respuesta rápida a un comportamiento inadecuado. Y lo siguiente es la repetición.
Las altas capacidades se detectan en un alto porcentaje porque los niños suspenden. Cuando dices que tu hijo tiene altas capacidades te miran como si estuvieras presumiendo de tener un genio en casa. Pero solo significa que tiene una mayor capacidad de procesar y acceder a ciertos conocimientos. También al campo sonoro o sensorial, por lo que suelen ser personas con una altísima sensorialidad que puede llegar a ser molesta. Como a estos alumnos no se les entiende, molestan.
He oído muchas veces a grandes profesionales decir, desesperados, “no sé qué hacer con este niño” y he visto también una falta de apoyo de los equipos de orientación de los centros, que a mi juicio no en todos los casos están tan formados como deberían. Esa fue mi experiencia. No hablo de un caso, dos o tres a mi alrededor. Son muchos, y sorprende que siendo tantos no haya una mayor concienciación y un mayor respeto por la neurodiversidad.
¿Dice que hay mucho alumnado en esta situación que está invisibilizado por desconocimiento o cualquier otra razón?
Las estadísticas de las altas capacidades dicen que son uno de cada 10 o 20. La diversidad deja de convertirse en una anormalidad si sumamos otros síndromes. Es una normalidad, al final en todos los grupos hay niños con estas características, y si no se sabe más es porque los padres nos quedamos con el estigma de que lo hemos hecho mal, que es lo que te transmite la sociedad. Cuando por fin hay gente que te orienta, te dan un papel con un diagnóstico, una etiqueta, y las cosas empiezan a cambiar un poco. Mientras tanto te llevas la idea de que el problema es la familia, que algo habrás hecho mal, que los padres habéis debido discutir mucho y por eso el niño está descentrado. Estos comentarios los he oído yo.
Personalmente, he tenido diagnósticos muy distintos, de entidades públicas diferentes, que no se acaban de poner de acuerdo con qué pasaba. Te dicen que la mente es muy complicada, que es difícil poner una etiqueta, pero también que el niño es diferente y necesita otras pautas para moverse por el sistema educativo. Un sistema que se supone que se trabaja la diversidad –al menos eso nos venden– pero a la hora de la verdad nos encontramos con profesionales que no tienen tiempo, con buena voluntad pero sin formación, quemados a veces por su situación laboral. Y el que lo acaba pagando es el niño, que es molesto, que ralentiza la clase.
En su caso, salieron de la gran ciudad para ir a un pueblo donde encontrar más tranquilidad. ¿Funciona?
Es muy común esto. En el primer centro nos decían que vayas donde vayas te vas a encontrar lo mismo porque todos tienen las mismas limitaciones horarias. Pero no es verdad. Muchas veces es cuestión de querer y poder. También es cierto que a estos niños les vienen bien entornos más pausados, más tranquilos. Nos fuimos a un pueblo, con centro público, con una idiosincrasia distinta. Con las mismas limitaciones y torpezas, pero con la voluntad de ayudar. Se seguirán equivocando, yo lo hago también, pero es otra actitud. Hay muchas historias que se han reconducido porque los niños han acabado en centros en los que la actitud era distinta. No se deja de tener autismo. Las altas capacidades no se van a ir. Pero se pueden hacer pequeñas mejoras si tu entorno te ayuda.
¿Por qué se planteó hacer una obra de teatro?
El sistema está montado de manera –no hay culpas individuales, pero todos nos dejamos arrastrar– que hay poco tiempo para pararse a meditar, para dar medidas especiales a los que lo necesitan. Es muy estandarizado, muy rígido. El proceso es muy desgastante para los chavales, que son quienes sufren esa falta de confianza en sí mismos. Y hablamos de gente extraordinaria, muchos chicos increíblemente inteligentes. Y se sienten tontos. El título de la obra viene de los apelativos que he ido recogiendo: “Es un salvaje, no hay quien le dome, todo el rato llevándonos la contraria”. La gente que se enfrenta al reto inmenso de darle a esta gente lo que necesita no cuenta con ayudas.
¿Su obra es una crítica del sistema?
La obra no es negativa, doy soluciones. Intento enseñar a seres humanos en situaciones muy complicadas, cada uno reaccionando de una manera, y mi respuesta es: escuchémonos, sepamos que detrás de ese niño molesto, tonto y salvaje hay una persona y vamos a intentar sumar y no restar.
Cuando a la gente le toca de cerca por algún familiar o desarrolla un vínculo con este tipo de alumnos, cambia. Si esto se conociera más dejaríamos de ver al alumno no como uno que molesta para verlo como uno que sufre. Porque sufren mucho. Hasta el punto de niños que se autolesionan por el nivel de ansiedad que experimentan. Generalmente, cuando un niño tiene un comportamiento inadecuado es porque algo le pasa. Nosotros hacemos peticiones que beneficiarían a todos, como una bajada del ritmo o más formación para los docentes. Si hay alguien que puede cambiar las cosas son los que están por encima de nosotros.
Ya que menciona los políticos, ¿cree que la Lomloe va a ayudar a arreglar estas situaciones?
Todavía se sabe poco, pero sí estoy esperanzada. Se habla de aplicar un paradigma que se llama diseño universal del aprendizaje, que es una flexibilización del currículo. Hacer ver que la diversidad es buena y dejar que los alumnos se relacionen y accedan al currículo aportando la mayor cantidad posible de opciones es positivo. El currículo está muy obsoleto, se hacen cambios del tipo quién promociona, matemáticas aplicadas o académicas, que son importantes, pero que no están en el quid de la cuestión. El mundo ha cambiado mucho. Deberíamos implementar este enfoque, especialmente orientado a la diversidad. Pero las tendencias cuesta cambiarlas. Hay que modificar la estructura, pero también ponernos en el mismo bando docentes, padres y chavales; comprender que no somos enemigos, que vamos todos en el mismo barco.
Ratios bajas, tiempos más pausados... Sus reivindicaciones van en una línea concreta de tener un sistema educativo más amable, de alguna manera.
Yo soy hija de maestros, llevo escuchando hablar de educación desde que nací. Mis padres llegaban destrozados a veces por esto; contaban que por fin habían llegado a conocer el caso complicado que había en clase, pero no lo podían atender por la cantidad de niños que tenían. Es una barbaridad pretender que un docente pueda llevar ese nivel de individualización [con tantos alumnos]. Y luego todos los pedagogos, da igual de qué pie cojeen, dicen que una vez estás en el centro con los chavales es igual de responsabilidad la formación académica como la integral, de humanidad. Y esto se nos olvida.