“Ahora todo es ultrarrápido. Los jóvenes son arrastrados por el remolino del tiempo; la riqueza y la velocidad son aquello que el mundo admira y a lo que la gente aspira”. Estas palabras, que cualquiera de nosotros firmaría hoy mismo, fueron escritas por el poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe en 1825, en una carta a un amigo en la que también se quejaba de los trenes, el correo urgente y el barco de vapor. La aceleración y el exceso de estímulos apenas empezaban a asomar en el horizonte, convertidos 200 años después en un problema central de nuestras vidas.
En su libro El Tiempo, traducido al español por Editorial Península, el físico y filósofo alemán Stefan Klein realiza una de las disecciones más completas de este fenómeno tan escurridizo y nos explica por qué el tiempo no solo es relativo en el sentido en que nos explicó Albert Einstein, sino también en el interior de nuestras cabezas, y cómo diferentes circunstancias vitales pueden hacer que se acorte o que se estire, que un periodo de nuestras vidas nos parezca eterno y otro, apenas un suspiro.
En sus páginas entendemos por qué el tamaño de las ciudades hace que sus habitantes caminen más o menos deprisa, cómo se inició la lucha contra las agujas del reloj, esas que W. G. Sebald veía como espadas que cortaban el futuro, o cómo la sensación de perder el tiempo es una ilusión impuesta por las expectativas personales y sociales. Y comprendemos que, a pesar de ser una generación con decenas de estímulos, viajes y aventuras, quizá lleguemos a la vejez pensando que nuestra vida ha sido veloz y efímera, como una vuelta a la pista a bordo de un Fórmula 1.
Klein habla con elDiario.es desde su despacho en Berlín, por videoconferencia y sin prisas.
Mucha gente coincide en que la pandemia dejó un salto temporal en sus recuerdos, ¿sabemos algo de cómo afectó a nuestra memoria?
La pandemia fue una especie de experimento a gran escala con nuestro sentido del tiempo. Y esto sucedió, obviamente, porque nuestro modo de vida fue alterado de manera esencial. Supongo que en España mucho más, porque tuvisteis confinamientos más estrictos que en Alemania. Cuando te confinan en casa, supuestamente sin nada que hacer, es una situación muy parecida a la de las personas que se quedan aisladas en el interior de cuevas, aunque durante la pandemia tenías acceso a la luz del día, claro. Pero, aparte de eso, la rutina diaria se había detenido.
Esto es importante porque todos tenemos relojes internos, pero no podemos leerlos, esto explica por qué necesitamos medios indirectos para construir el sentido del tiempo. ¿Qué pasa cuando no tienes muchos recuerdos porque muchos días son iguales? Que tu sentido del tiempo queda totalmente alterado. Eso es lo que pasó durante la pandemia y eso puede producir muchos problemas psicológicos, como le ha pasado a mucha gente.
La pandemia fue una especie de experimento a gran escala con nuestro sentido del tiempo
¿Nuestra vida en las oficinas, muchas sin luz solar, es un poco como el experimento de la cueva?
Me temo que para mucha gente esto es así. Y necesitamos luz para sincronizar nuestro reloj biológico, nuestros biorritmos. Cuando no tienes suficiente luz del sol, tu reloj biológico se estropea y con mucha frecuencia la consecuencia es la depresión. Este es el motivo por el que mucha gente experimenta este problema en los países nórdicos en invierno. En España tienes mucha más suerte, porque hay más horas de luz, pero si te encierras en una oficina, tendrás problemas. Lo que puedes hacer es salir, especialmente en los momentos críticos, que son la mañana y el atardecer. Una persona que va desde el apartamento al garaje subterráneo y conduce a la oficina, donde no hay luz natural, tendrá problemas.
¿Cuándo empezó la “tiranía del reloj” de la que usted habla? ¿Hay manera de escapar de ella?
Empezó en el Renacimiento, cuando los relojes empezaron a ser frecuentes en las ciudades. Pero sobre todo en los tiempos de la industrialización, en el siglo XIX. Desde esa época tenemos informes de personas que se sienten estresadas. Lo importante para escapar de esa tiranía es recordar que un reloj está pensado para la coordinación social, ni más ni menos. Es una herramienta útil para organizarse el día, pero no es un aparato al que debamos tomar como soberano de nuestras vidas.
El reloj es una herramienta útil, pero no debemos tomarlo como soberano de nuestras vidas
Goethe se quejaba en 1825 de que la vida iba a toda velocidad, ¿qué pensaría ahora?
Al principio creo que se volvería loco, pero también que se adaptaría muy rápido. Esto es precisamente lo que experimentas cuando cambias de ciudad, por ejemplo cuando vuelves de un viaje a Tokio, donde la vida es frenética. Cuando vas a esta ciudad japonesa encontrarás que es una locura, lo rápido que se mueven las personas, lo puntuales que son o lo cansados que están muchos de ellos. Pero después de un par de días te adaptas a ese ritmo. Y no sentirás más la prisa, estarás todavía cansado, pero no te parecerá que la vida va a un ritmo loco. Es al volver a Madrid o Berlín cuando notarás que todo va más despacio. Cuando me ha pasado a mí, al volver me preguntaba: ¿qué está pasando aquí? ¿Todo el mundo ha tomado somníferos?
Dice usted que el entretenimiento electrónico acelera la sensación del tiempo. ¿Somos una generación a la que la vida le habrá parecido mucho más corta que a nuestros abuelos?
Creo que tienes razón, lo interesante es que tenemos una esperanza de vida mucho más larga que la de nuestros abuelos. Y objetivamente tenemos más horas que ellos, disfrutamos de más tiempo libre y trabajamos menos. Pero estamos más agobiados, porque más que el número de estímulos, lo relevante es cuántos son significativos. Los estímulos que recibimos de los aparatos electrónicos son en su mayoría basura, los olvidas después de una hora.
¿Se puede dar la paradoja de que nos parezca más corta la vida a pesar de haber vivido más?
Sí, puede ser perfectamente que nuestras vidas se nos hagan más cortas. Es obvio que no para todas las vidas, porque depende de lo que haga cada persona. Pero es un fenómeno social muy extendido, sin duda.
En el momento, los días con más estímulos se nos hacen más cortos y los días aburridos estiran el tiempo, ¿por qué sucede al revés al recordarlos?
El sentido del tiempo se construye en función del número de estímulos y depende de la dirección en la que miras, si miras en el presente o si miras en retrospectiva. En una situación en la que la mayoría puede darse cuenta, cuando viajas. Por la mañana, cuando descubres el lugar, el tiempo parece volar, porque hay tanta novedad y tanto que descubrir que no te das cuenta del paso del tiempo. Pero, cuando llegas al hotel y miras atrás, puede parecerte que has estado una eternidad en el sitio, porque has almacenado una cantidad enorme de información. Un famoso ejemplo es La montaña mágica, de Thomas Mann, que describe exactamente eso. El fenómeno se conoce bien desde hace mucho tiempo.
Escribe usted que “el virus de la velocidad ha infectado a todo el mundo”. ¿Hemos convertido todo en una competición, incluido el ocio?
Creo que sí, y hay un par de razones que lo explican. Por un lado, las redes sociales animan a la gente a comparar sus vidas a la vida que perciben en los otros, con las imágenes artificiales que otros ofrecen de sus vidas. Piensas: tengo que optimizar cada segundo para mantener el ritmo y estar a la altura de la maravillosa vida que debo llevar. La otra razón es que muchos de nosotros, a medida que progresamos en la vida, tenemos más opciones para hacer cosas en nuestro tiempo libre. Y si puedes hacer cualquier cosa, tienes que renunciar, y eso duele.
¿La solución es renunciar a algunas cosas?
Tienes que minimizar, pero intentamos apretar la agenda de nuestro tiempo libre todo lo que podemos y hacerlo todo. Y para muchos el límite no es el dinero, sino el tiempo. Esto ha sido corroborado por estudios que muestran que cuanto más rico eres, más sentimiento de estrés tienes, lo que es una especie de paradoja, porque tienes más medios pero estás estresado porque tienes más opciones.
¿Cómo se reconcilia eso con el hecho de que, como usted apunta, son los empleados y no los jefes los que sufren más infartos, porque no tienen el control del tiempo?
Se trata solo de una paradoja aparente, porque hemos usado el término estrés de una manera poco precisa. Hay diferentes tipos de estrés. Por un lado está el estrés como reacción fisiológica que daña tu cuerpo y bienestar mental. Se ha demostrado que este tipo de estrés se sufre más cuando estás en una condición social más baja, como un empleado. Pero hay otro estrés, el de no tener tiempo, que no tiene consecuencias fisiológicas, por el que te sientes estresado porque no puedes hacer todo lo que quieres, pero al final son personas que se están divirtiendo.
No estamos bien preparados para situaciones donde tengamos tantas opciones, la solución es renunciar
¿En qué se parece esta situación a lo que nos pasa con la nutrición? ¿Es como si nuestra glotonería por aprovechar el tiempo nos estuviera dañando?
Creo que es una analogía muy válida. En la misma medida en que no estamos genéticamente programados para una situación en la que tengamos azúcar y grasa en abundancia, sino adaptados a la escasez, no estamos bien preparados para situaciones donde tengamos tantas opciones. Creo que tienes toda la razón, deberíamos aprender a convivir con el hecho de que hay miles de opciones y que, al igual que hay enormes cantidades de chocolate de los supermercados y no te lo comes todo, no debemos empeñarnos en materializar todo lo que podemos hacer con nuestro tiempo.
Todas nuestras células llevan relojitos. ¿Cómo condiciona nuestras vidas el hecho de no hacerles caso?
Es un problema, definitivamente. Y no solo de exposición a la luz del día, también por la luz artificial de las ciudades. A última hora tenemos demasiada exposición a la luz, a través de la televisión y todo tipo de dispositivos electrónicos. Es una tendencia que se ha visto en las últimas décadas, no dormimos lo suficiente ni dormimos bien y por esto nos des-sincronizamos. La consecuencia es bien conocida y a menudo son las depresiones. En el libro cuento el caso de una mujer que replicó el experimento en una cueva y pasó meses dentro, hasta el punto de que acabó tan deprimida que se suicidó. Tenemos una epidemia de problemas mentales en los últimos años y creo que esto es parte de la causa. Ciertamente no es la única, pero es parte de la explicación.
Dice usted que a veces la literatura ha sido capaz de describir mejor el tiempo que la propia ciencia. Y cita a Proust y Thomas Mann. ¿Qué nos enseña cada uno?
Creo que lo que nos dicen los poetas y novelistas y lo que nos dicen los científicos son visiones complementarias. La visión científica mira desde fuera, en perspectiva en tercera persona sobre lo que está sucediendo en el organismo humano, pero en la perspectiva del escritor es lo opuesto, desde dentro hacia afuera. Así que creo que es muy valioso tener las dos visiones. Thomas Mann y Marcel Proust anticiparon con una gran intuición y sensibilidad lo que los científicos han encontrado y descrito después sobre cómo funciona la memoria, la percepción del tiempo. Proust tenía muy claro, por ejemplo, cuando miraba su vida que los recuerdos no están en absoluto organizados como una película, sino como una librería, en la que puedes escoger libros y sacarlos, pero no están bien ordenados. Necesitamos esas dos perspectivas.
¿Tiene algún consejo para las personas que estén agobiadas por la gestión/percepción del tiempo?
Por escoger uno, recomendaría darse cuenta de que en muchos casos el tiempo no es el problema, lo son nuestras expectativas y nuestros miedos. Hay que estar más atentos a esto y a lo que hay detrás cuando te quejas de no tener tiempo. Como periodista, con la fecha de entrega, tu problema no es el tiempo, es el miedo a que tu editor pueda despedirte o matarte si la historia no sale cuando prometiste. Es una manera mucho más productiva de manejar el problema que tratar de hacer listas infinitas con las que optimizar cada momento.